Pasado con presente incluido

Alberto Fernández, el chico de la armónica

  • Catedrático de Química Analítica, fue delegado de Educación en Granada y rector de la Universidad de Almería, donde el viernes pasado fue nombrado doctor honoris causa

  • Es un apasionado de la música y también experto en el aceite de oliva

Alberto Fernández, durante la entrevista en la Facultad de Ciencias

Alberto Fernández, durante la entrevista en la Facultad de Ciencias

Tiene nombre de ciclista escalador de montaña y apariencia de uno de aquellos senadores romanos que decidían el futuro del imperio. Hemos quedado en el hall de la Facultad de Ciencias y se acerca a mí con su sonrisa benevolente y su porte de hombre seguro que domina un territorio. Nada más saludarlo lo felicito por su nombramiento como doctor honoris causa de la Universidad de Almería, de la cual fue rector durante cuatro años.

Me dice que sí, que el viernes (la entrevista se realiza el martes) viajará a Almería para recibir los honores y que eso para él es muy gratificante. “Estoy en racha de buenas noticias porque acaban de llamarme para decirme que también voy a ser nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Extremadura, donde estuve dando clases cuando era penene”, me confiesa antes de entrar en su despacho.

Es Alberto Fernández Gutiérrez, catedrático de Química Analítica ya jubilado que aún ejerce de profesor emérito. “¿Sabes por qué todavía estoy ligado a la Universidad? Porque me considero necesario”, me dice al sentarnos. El currículo de Alberto Fernández, nacido en Granada en 1945, está preñado de nombramientos y honores. En 1973 obtuvo el grado de doctor en Ciencias Químicas. Ha sido profesor de esta materia en Extremadura y estuvo como profesor invitado en la Universidad de Florida.

En 1986 obtuvo la cátedra de su asignatura. Ha sido rector de la Universidad de Almería y durante seis años fue el delegado de Educación en Granada. Entre otras distinciones, en el año 1998 la Universidad de Granada le concedió la medalla de plata y en el 2003 la Universidad de Almería su medalla de oro. Es académico numerario de la Academia de Ciencias de Granada y colegiado de honor del Colegio Profesional de Químicos.

Pero también es uno de los hombres que más sabe sobre el aceite de oliva, al que ha dedicado varios años de estudio y un libro llamado El aceite de Oliva Virgen: tesoro de Andalucía, que ha escrito y editado junto con otros compañeros. Si alguien le pregunta por una de sus pasiones, contesta que sin duda es el aceite de oliva, un producto que ya le oculta pocos secretos. 

Un niño observador

El despacho que mantiene el profesor emérito está plagado de recuerdos, con fotos y objetos que ha ido atesorando en sus casi cincuenta años de ejercicio. Es un habitáculo que sería muy impersonal si él no le hubiera dado su toque de nostalgia. Allí me cuenta que nació en el barrio del Realejo, “por tanto soy greñúo”, afirma con cierto orgullo.

Al poco tiempo de nacer sus padres, Juan y María Luisa, se mudaron con sus dos hijos, Fernando y Alberto, a la placeta Castillejos. El mapa de sus juegos infantiles los tiene por aquella zona y el mapa formativo lo tiene en la  Academia Isidoriana y el  Padre Suárez. Fue en la Academia Isidoriana donde un profesor le abrió la visión sobre lo que era la Química y qué se podía hacer con ella, un profesor, me explica, “que nos enseñó, por ejemplo, la tabla periódica no como una lista ordenada de elementos, sino que nos hablaba de las propiedades de dichos elementos”. Y fue en el Instituto Padre Suárez donde otra profesora acabó por inculcarle su apego por esta materia.

–Yo era un niño muy observador y analítico. No me conformaba con las explicaciones de los profesores, quería saber más. Y la Química me calmaba de alguna forma mis ansias de saber. Por eso cuando entre en la Universidad, no tuve duda: quería ser químico. Nunca he dudado de mi vocación. Bueno sí, cuando quise ser músico. No sé. Yo creo que ahora, visto lo visto, si tuviera que volver a empezar seguramente elegiría la música. 

Alberto Fernández, saludado por la Reina Sofía Alberto Fernández, saludado por la Reina Sofía

Alberto Fernández, saludado por la Reina Sofía

Argumenta su querencia por el arte de combinar los sonidos el haber sido un buen intérprete de la armónica y haber pasado muy buenos momentos estudiando música en los ‘estanislaos’ de los jesuitas que hay en la Gran Vía. Aquella etapa de preadolescente en la música ocupó un lugar destacado en su alma de hombre a medio hacer: “la música fue muy importante a la hora de utilizar las herramientas necesarias para el desarrollo de mi vida”, recalca. 

Aun así, en la lucha interna sobre las preferencias, ganó el tubo de ensayo a la armónica y en 1964 ingresó en la Facultad de Ciencias de Granada para hacer su carrera de químico.

–Eran tiempos convulsos en la Universidad. Estaba como rector Federico Mayor Zaragoza y sobresalían las reivindicaciones de cambio, no solo en el estamento universitario sino en la sociedad en general. Fue la época en la que salieron los primeros sindicalistas universitarios. Yo estuve en lo que se llamaba la Federación Española de Comunidades Universitarias, que pedía un mayor compromiso con la gestión universitaria. Fui uno de los cinco estudiantes que formamos parte de la junta de gobierno de la Universidad en aquellos años.

En Extremadura y Florida

Alberto Fernández tiene una voz casi átona y lineal, sólo alterada levemente cuando surge una emoción. Habla con la seguridad del que tiene una vida que merece ser contada. De vez en cuando pone su mirada en algún punto preciso de la habitación y emite una sonrisa cuando recuerda algo que creía olvidado en un rincón de su memoria. Me cuenta que acabó la tesina de licenciatura en el año 1970 y poco después la tesis doctoral. Que su abuelo científico fue Fermín Capitán y su padre científico Manuel Román, cuyas fotos cuelgan en un lugar preferente en su despacho. Y que éste último lo llevó con él cuando obtuvo la cátedra en la Universidad de Extremadura. 

–Allí fui penene y profesor adjunto. Y me impliqué mucho en el desarrollo de aquella Universidad puesto que fui secretario de la Facultad de Ciencias y también director del Departamento de Química Analítica. Allí fui donde me afilié al PSOE. Estuve en Extremadura ocho años, el tiempo suficiente para darme cuenta de que echaba mucho de menos Granada. Los granadinos somos como los gallegos con el tema de la saudade y la querencia por la tierra que te ve nacer. Me pasó después cuando estuve en la Universidad de Florida. En todos estos sitios pude haberme quedado, pero siempre me tiraba Granada. 

Los hijos de Fernández, Alberto y Nacho Los hijos de Fernández, Alberto y Nacho

Los hijos de Fernández, Alberto y Nacho

En todo este tiempo Alberto forma una familia, ya que se casa y tiene tres hijos. De las tierras americanas vuelve en el año 1984.

–Yo ya era profesor titular y vine en plena campaña por el Rectorado, cuando se presentaba Vida Soria como rector. Estuve en su candidatura, lo que me acarreó algunos problemas porque el otro candidato era José Antonio Vera, que era de mi Facultad. Bueno el caso es que formé parte del equipo de Gobierno de José Vida, que fue el que modernizó la Universidad de Granada y el que hizo que se democratizaran sus órganos de gobierno. 

Alberto Fernández saca su cátedra en 1986, con 41 años, pero no llega a ejercer de catedrático porque Ángel Díaz Sol, por entonces secretario provincial del PSOE, lo reclama para que sea delegado de Educación en Granada cuando gana las elecciones en Andalucía José Rodríguez de la Borbolla y nombra como consejero de Educación a Antonio Pascual. 

–Aquella fue una etapa apasionante en mi vida. Me llegué a conocer los 168 pueblos de la provincia y contribuimos a hacer muchas escuelas y realizar muchos proyectos, por ejemplo el poner en marcha las nuevas modalidades de enseñanza a distancia en el sistema educativo andaluz y la UNED de Baza. Aunque también me tuve que enfrentar a muchas reivindicaciones tanto del profesorado como de los padres de alumnos. Pero yo me considero una persona dialogante y comprensiva, así que muchos de esos problemas quedaban resueltos a base de diálogo y entendimiento. La verdad es que aquella fue una etapa muy gratificante en mi vida.

Cuando consiguió la cátedra Cuando consiguió la cátedra

Cuando consiguió la cátedra

En 1992 se reincorpora a su plaza en la Facultad de Ciencias pero un año más tarde se crean las universidades de Jaén, Huelva y Almería y él es propuesto para ser rector de esta última. Le pregunto si de verdad hacían falta ochos universidades en Andalucía y él responde:

–Creo que sí. Por lo menos en Almería, que es lo que conozco. Date cuenta que la Universidad fue un revulsivo para el desarrollo de esta tierra lo mismo que los invernaderos o el mármol de Macael, por poner otros ejemplos. Además, los almerienses demandaban fervientemente tener una universidad y la puesta en marcha de la misma colmaba sus deseos. Al ponerla en marcha partimos de cero, tuvimos que crear el claustro, hacer los estatutos… todo estaba por hacer. La verdad es que fueron cuatro años muy intensos. 

Al terminar su mandato se plantea si presentarse de nuevo a las elecciones. Sabe que las hubiera ganado pero otra vez la tierra tira de él y vuelve a Granada, donde a partir de entonces ejercerá de catedrático.

Orgullo de padre

Alberto se siente orgulloso de su currículo, que no solo está jalonado por sus etapas de docencia, sino también por el de gestor universitario y como investigador, ya que ha participado y aun participa en muchos proyectos de investigación y ha dirigido el Centro de Investigación y Desarrollo del Alimento Funcional (CIDAF). El mismo orgullo que manifiesta cuando habla de sus tres hijos. El mayor, Alberto, es profesor de Física en Harvard; el del medio, Nacho, es catedrático de Química Orgánica, y la pequeña, Ana, estudió Derecho y trabaja en Unicaja. Aunque cuando se le cae la baba es cuando habla de sus cuatro nietos, a los que ve menos de los que quisiera. “Dos de ellos viven muy lejos y los vemos dos veces al año”, afirma con el tono que provoca una ausencia. 

Ahora el tiempo casi le pertenece. Profesor emérito no es algo que le haga levantarse obligatoriamente a las siete para ir a clase. También dedica al menos un día a la semana al coro Nuevas Voces, del que es miembro. “Cantamos la Novena de Beethoven y el Mesías de Haendel, no creas”, me dice, esta vez con un leve tono de orgullo. 

Alberto Fernández, desde la autoridad que le confiere el haber formado parte de la comunidad universitaria durante casi medio siglo, dice que la universidad española en general es la mejor de todos los tiempos, igual que la universidad granadina, que está entre las primeras de España. 

Firmando un convenio con Antonio Pascual Firmando un convenio con Antonio Pascual

Firmando un convenio con Antonio Pascual

–De todas maneras hay multitud de problemas que hay que resolver todavía, el problema de los profesores de formación, el del personal, el de las estructuras de gobierno… Y eso sin contar con la asfixia económica que está sufriendo en los últimos años. Así que urge cambiar y modificar la ley. Yo creo que la nueva Ley General de Universidades que se está preparando será importante para el desarrollo futuro de la comunidad universitaria. 

También el haber pertenecido –aún pertenece– durante más de cuarenta años al PSOE, le da derecho a tener en cuenta una reflexión sobre lo que ha pasado en las últimas elecciones autonómicas en Andalucía

–Algo se ha hecho mal en la izquierda cuando no hemos sabido captar el voto de aquellas personas que estaban con nosotros. Yo se lo achaco a que, de alguna forma, nos hemos separado de la gente y no hemos sabido interpretar sus expectativas y esperanzas. 

Cuando damos por terminada la charla, Alberto me regala su libro sobre el aceite, un libro que han editado él, Antonio Segura y Alegría Carrasco. Un libro que proporciona una visión general del mundo oleícola desde diferentes sectores y que está escrito por personas que saben que un olivar es un álbum de antepasado vivientes, como dice Manuel Alcántara en su prefacio. 

–Que te siente bien el doctorado honoris causa –le digo a modo de despedida. 

–Eso espero. Ya te contaré.

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