Ayer y hoy

Almagro Cárdenas, un catedrático distraído

  • Recordamos hoy la figura de este arabista ilustre

  • Curiosa anécdota ocurrida en la Estación de Ferrocarril

  • Granadino hasta la médula, tiene una calle a su nombre, pero en Málaga

Almagro Cárdenas, un catedrático distraído.

Almagro Cárdenas, un catedrático distraído. / J.L.D.

Cien años ha que murió un paisano singular. En 1919 desapareció uno de los granadinos que con más honda convicción llevó dentro su arraigo a la tierra, hasta el punto de protagonizar una de las más curiosas anécdotas jamás contadas.

Antonio Almagro y Cárdenas había nacido en agosto de 1856 en el barrio del Realejo, bautizado en la iglesia de santo Domingo, y esa circunstancia debió marcarle demasiado porque su apego a Granada le pudo costar la pérdida de la cátedra que obtuvo en la Universidad de Salamanca. En una nota que nos dejó Melchor Fernández Almagro en la revista Alhambra se cuenta, tal vez exagerando un poco el comentario, que cuando obtuvo la cátedra de Hebreo en Salamanca le disgustó bastante tener que salir de Granada “amarrado por el amor a su tierra natal, el viaje allá, para situarse en su bien ganada oposición docente, se le hacía difícil y doloroso”, así lo refiere don Melchor. ¡Ya me iré, ya me iré! Repetía Almagro, pero nada.

Como cualificado orientalista, Almagro fomentó las relaciones hispano-norteafricanas fundando la sociedad Unión Hispano-Mauritánica

Se negaba a marchar a Salamanca y tuvieron que ser la familia y los amigos los que a empujones lo llevaran a la estación de ferrocarril y hasta le compraran el billete para el tren de Madrid, puesto que el plazo de presentación para la toma de posesión estaba a punto de finalizar. Allí lo despidieron por fin convencidos de que Antonio había comprendido que estaba en juego su porvenir; allí se cruzaron los últimos adioses; contento y risueño parecía el viajero en su despedida hasta que el tren arrancó. Fue entonces cuando el ilustre catedrático apareció en el andén de enfrente, pues tras subir por una puerta se bajó por la otra y allí estaba muerto de risa como un niño travieso, con el bastón en una mano y la maleta en el suelo. ¡Las cosas de Almagro! decían.

Francisco J. Simonet, maestro de Almagro. Francisco J.  Simonet, maestro de Almagro.

Francisco J. Simonet, maestro de Almagro. / J.L.D.

No sabemos cuánto de veracidad hay en la anécdota; sí sabemos que por fin tomó posesión de su cátedra, pero se volvió a Granada al día siguiente sin decir ni pío. Esto hizo que la administración le mandara varios requerimientos y hasta una Real Orden amenazando con separarlo del escalafón. Él mismo presumía de haberse salido con la suya de no abandonar Granada y de vivir plácidamente frente al Albaicín en su carmen del Maurón. Perdió la cátedra, perdió su carmen, acabó viviendo en la calle Jarrería y se le veía paseando por Plaza Nueva tan tranquilo, envuelto en su vieja capa de Menipo.

'La Estrella de Occidente', de Almagro Cárdenas. 'La Estrella de Occidente', de  Almagro Cárdenas.

'La Estrella de Occidente', de Almagro Cárdenas.

Anécdotas aparte, nos quedamos con las notas biográficas más sobresalientes de este ilustre granadino, calificado por el cronista Valladar, director de la revista Alhambra, como arabista ilustre, notable literato, sabio e insigne arqueólogo. Hombre bueno, distraído y ocurrente, tuvo un gran apego a su Granada pero igualmente una enorme capacidad intelectual; como arabista fue discípulo de Simonet, profesor de Árabe en las universidades de Sevilla y Granada. Aunque maltratado por el otro arabista, Emilio García Gómez, catedrático de la Universidad de Granada, que lo descalificaba sin piedad.

Por fin tomó posesión de su cátedra, pero se volvió a Granada al día siguiente sin decir ni pío

Como cualificado orientalista, Almagro fomentó las relaciones hispano-norteafricanas fundando la sociedad Unión Hispano-Mauritánica en momentos muy delicados de las relaciones de España con Marruecos, por lo que era bueno mantener buena vecindad. La Universidad de Granada guarda su Catálogo de manuscritos árabes (1899). Fue además director de la revista La Estrella de Occidente cuya finalidad no sólo era mantener las buenas relaciones políticas sino también las comerciales en momentos delicados para la historia de España, puesto que se estaban perdiendo las últimas colonias americanas tras la crisis del 98. Se cumple el centenario de su muerte. Hoy lo recordamos, porque ni calle, ni placa, ni recuerdo urbano guarda de él la ciudad. Sin embargo, sí que tiene dedicada una calle en Málaga, cerca de las playas de El Palo. Y en Granada no aprendemos.

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