Alonso Cano no fue profeta en su tierra

Cano Correa, uno de los mejores escultores granadinos, se marchó a Sevilla y perdió su silla. Cayó en el olvido hasta que en 1997 recibió la merecida Medalla de Oro de la ciudadHora es ya de que se borre para siempre la leyenda negra que le achacan la mayoría de los biógrafos · Ni Cano Correa ni Alonso Cano fueron profetas en su tierra, y es que esta Granada...

1. Imagen del escultor Antonio Cano Correa, fallecido recientemente a los cien años de edad.  2. Monumento a Alonso Cano. /Rpo. Gráfico: José Luis Delgado
1. Imagen del escultor Antonio Cano Correa, fallecido recientemente a los cien años de edad. 2. Monumento a Alonso Cano. /Rpo. Gráfico: José Luis Delgado

08 de febrero 2010 - 01:00

NO conocí al escultor Antonio Cano Correa, muerto recientemente a los cien años, pero quizás sea yo el granadino que más ha sobado su obra en la Plaza de Alonso Cano. Alrededor del pedestal del monumento que me servía de juguete he echado los dientes y todavía tengo en mi ceja izquierda la huella de una caída al pie de la obra, bajo la mirada del propio Alonso Cano. Allí me clavé una esquina y por poco me llevan a la Casa de Socorro.

Ni Cano Correa ni Alonso Cano fueron profetas en su tierra. Y es que esta Granada… A la inauguración del monumento en 1945, encargado por Gallego Burín en la entonces llamada Placeta del Palacio Arzobispal, apenas fue la gente. Se marchó a Sevilla y perdió su silla hasta que en el año 1997 se le entrega la Medalla de Oro de la ciudad. Uno más de los buenos escultores granadinos casi olvidados.

En cuanto al pobre Alonso Cano, hora es ya de que se borre para siempre la leyenda negra que le achacan la mayoría de los biógrafos por la indecente manía de copiarse unos de otros. Empezó diciendo mentiras Palomino y le siguieron los demás.

Alonso Cano es verdad que estuvo en la cárcel de deudores por no pagar, pero ni asesinó a su mujer, ni era pendenciero por el hecho de tener cicatrices en la cara, a casi todos los que trabajan sobre piedra o madera le saltan esquirlas; ni hirió al pintor Sebastián de Llanos Valdés, ni tiró ningún santo al suelo, ni era mujeriego y "dado a mocedades" más de lo normal. Y si tuvo conflictos con los canónigos de la Catedral puede que estén justificados si tenemos en cuenta lo que éstos querían. Le exigen que esté en misa y repicando, que aprenda latín, que vaya a los oficios, que comulgue y que encima trabaje de pintor, escultor, arquitecto y hasta de orfebre, cuando ya tenía más de 50 años, edad considerada avanzada, estando ya enfermo y muy trabajado.

Alonso Cano nació en la calle Santa Paula pero con trece años se marchó a Sevilla, luego a Madrid, después a Valencia y por fin viene a Granada, aunque está yendo y viniendo a Málaga.

Se casó dos veces; con María Figueroa que tenía 12 años y luego con María Magdalena de Uceda, de 25, en 1631. Es verdad que con ésta no se llevaba muy bien y para colmo apareció asesinada en la cama el 10 de Junio de 1644 con 15 puñaladas que le dio un joven que Cano metió de aprendiz en el estudio.

Entre los dedos de la muerta encontraron cabellos del joven, pero le achacaron a Cano la culpa de haber sido el inductor. No solamente fue absuelto sino que tres años después le nombraron Mayordomo de la Cofradía religiosa de Artistas Madrileños, gozó de la amistad y la confianza del Conde Duque de Olivares, de Velázquez y del propio rey Felipe IV, que fue el que lo enchufó para que siguiera en Granada de Racionero Mayor de la Catedral, a pesar de la oposición del Cabildo. Los canónigos le amargaron la vida.

En la primera planta de la torre de la Catedral le instalaron su estudio y vivienda; empezó haciendo el facistol del coro, las lámparas de plata del altar mayor y los siete grandes lienzos de la Vida de la Virgen para la Capilla Mayor. No quisieron ordenarlo sacerdote porque no sabía latín y tuvieron que aprobarlo en Salamanca por enchufe del nuncio del Papa y con la ayuda del rey.

En 1664 lo echan de su vivienda y se tiene que marchar a Málaga; encima lo multaron por no comulgar. Por fin unos meses antes de morir, en 1667, a buenas horas, los canónigos lo nombran Maestro Mayor de la Catedral y en mayo le encargan las trazas de la fachada principal que nunca vería hecha, pues murió el 3 de septiembre siendo por lo menos enterrado gratis en la cripta de la catedral.

Una vez más, Granada llega tarde con los suyos y alimenta leyendas negras que nadie desmiente. Menos mal que la Historia tiene memoria.

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