Ángel Ganivet y su amante Amelia
Puede que Amelia precipitara el suicidio del granadino. La calle Ganivet, antes barrio de prostitución y hoy calle de procesión. Si a Ganivet le gustaban las mujeres, allí en la Manigua las había a docenasPara algunos era un donjuán, casquivano y presumido, aunque para otros era un misógino
La reciente remodelación de la calle Ganivet ha lucido sus mejores galas al ubicarse en ella por primera vez la tribuna de la Semana Santa granadina. Resulta curioso que lo que antes fue barrio de prostitución, la Manigua, pase a ser hoy calle de procesión.
Pero nos trae el recuerdo de este ilustre granadino, que se hizo más popular a raíz de su suicidio en noviembre de 1898. Hasta entonces Ángel Ganivet era conocido entre sus amigos y en su casa a la hora de comer. Sin embargo son precisamente sus amigos, a través de sus cartas confidenciales, los que nos han dejado la mejor semblanza de la relación de Ganivet con las mujeres.
Cuando Ganivet siendo niño se cayó de un burro, o de una higuera según otros, tuvo que guardar reposo al cuidado meticuloso de su madre que lo tenía como en pañales. Esto le hizo aficionarse a la lectura pero también al agobiante mimo de una mujer.
A partir de ahí se empieza a explicar el comportamiento un tanto complejo de Ganivet con las mujeres. Para algunos era un donjuán, casquivano y presumido al que le gustaban las mujeres apasionadamente; otros llegaron a decir que era un misógino recalcitrante y algunos que era un celoso compulsivo que iniciaba frecuentes relaciones para apenas consumarlas.
La que sí está bien estudiada es su relación con la cubanita Amelia Roldán; le decían la Cubanita porque su padre había nacido en La Habana, aunque ella era de Valencia y fue bautizada en la ya desaparecida parroquia de San Martín.
Era Amelia una mujer espectacular; Ganivet la conoció precisamente muy tapada en un baile de máscaras en el Teatro de la Zarzuela de Madrid en 1892. Fueron sus atractivos ojos los que cautivaron al granadino y a partir de ahí se convirtió en su amante durante ocho años, hasta el día de su muerte. Precisamente Ganivet se suicidó a los 33 años tirándose dos veces al río Duina, el mismo día que esperaba la visita de Amelia que venía desde París. Algunos aseguran que fue esta frustrada visita la que aceleró la muerte de nuestro paisano, porque ya la relación se había enfriado.
Al poco de conocerla, Ganivet se fue a vivir con ella sin que su madre se enterara. Hubiera puesto el grito en el cielo; digo, su hijo soltero viviendo con una mujer… ¿Dónde se ha visto? Tuvo con Amelia dos hijos, Natalia y Ángel Tristán, pero nunca llegó a casarse. Las dudas sobre la fidelidad de Amelia aumentaban desde que a Ganivet le llegaban anónimos denunciando posibles devaneos de la cubanita, mientras él estaba en su lejano empleo consular.
Celoso compulsivo, Ganivet protagonizó un numerito escandaloso en una chocolatería madrileña. Cuentan que esperaba a Amelia y apareció acompañada de dos amigos; al verla, uno de los mozos que llenaba una jícara de chocolate acabó derramándola, otro camarero embobado utilizó una taza como cenicero y unos contertulios que hablaban sin parar en la mesa de al lado se quedaron como mudos mirando a la guapa de arriba abajo. Ganivet enfurecido tomó su sombrero, pegó un portazo y se marchó.
Dicen los estudiosos que el reflejo de su amada Amelia ha quedado plasmado en el personaje Martina de su obra Los trabajos de Pío Cid.
No fue su único amor pues sabemos por sus amigos que las mujeres le gustaban bastante y sobre todas, aquella rubia profesora de idiomas, llamada Masha Djakovsky que además del Ruso y el Alemán le debió enseñar algo nuevo.
Hubo más. Hanna Rönnberg, Ella Shalberg, A. Landín, una tal Karolina, y a veces a pares como ocurrió con las hermanas Waenerberg.
Sea como fuere "la sombra de Ganivet sigue dominando hoy poderosamente su ciudad" esto escribió Gallego Burín en el prólogo a Granada la Bella en 1954. Y hoy de nuevo recordamos a Ganivet y a la calle aparecida tras la demolición del libertino barrio de la Manigua.
Si a Ganivet le gustaban las mujeres, en ese barrio las había a docenas y no tendría que haberse ido tan lejos.
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