Granada

Avenida del Doctor Olóriz

  • En 1880, uno de los más grandes científicos españoles fue suspendido, junto a Ramón y Cajal, en las oposiciones a cátedra de nuestra Universidad. La endogamia y el enchufismo vienen de lejos

CUANDO uno coge el callejero granadino y se sitúa en esa avenida tan emblemática, entre el Hospital Clínico y la Plaza de Toros, es inevitable que quiera saber quién era ese Doctor Olóriz que pregonan los rótulos de sus esquinas. Quitando a los estudiantes de Medicina y a nuestros admiradores de lo 'granaíno', que afortunadamente son muchos, resulta difícil que identifiquen a este prestigioso científico que nació en 1855 precisamente muy cerca de ahí: en la calle San Juan de Letrán.

No estaría de más saber que este medico y antropólogo prestigiaría luego nuestra Universidad y se convertiría en un orgullo nacional por sus estudios sobre las huellas dactilares como medio de identificación personal. Su ejemplo debería ser doble: modelo de estudioso tenaz, como corresponde a un científico muy listo, y advertencia a determinados miembros de tribunales para que tengan más cuidado y den las plazas con más justicia. Porque, después de haberlo suspendido aquí, llegó a ser catedrático de Anatomía y Antropología Física de la Universidad Complutense de Madrid, director del Museo Antropológico y director del Hospital de San Juan de Dios; por eso, ahora nos acordamos de él más que de aquel ignorante presidente del tribunal que injustamente lo declaró "poco apto".

Don Federico Olóriz Aguilera fue amigo personal del otro opositor "suspendido", un tal don Santiago Ramón y Cajal nada menos, catedrático en Valencia a los 31 añitos y premio Nobel de Medicina en 1906. Tampoco parece que fuera muy torpe este aragonés, pero así son las cosas cuando predomina el enchufismo. Tuvieron que conseguir primero fama internacional para ser luego reconocidos en sus barrios. Precisamente fue Olóriz el que pronunció el discurso de contestación cuando hicieron a Ramón y Cajal académico de la Real Española.

dejó huella

Los estudios de dactiloscopia fueron pioneros y muy eficaces para la identificación a través de las huellas, llegando a la conclusión de que era imposible que hubiera dos personas con el mismo código dactilar; por eso el doctor Olóriz acabó dando clases hasta en la Academia de la Policía y todavía hoy los ciudadanos le tendremos que estar muy agradecidos. No está mal reconocer la huella de un granadino ilustre; claro que para eso habría que conocerlo primero desde la escuela y que los niños, cuando pasen por la Avenida del Doctor Olóriz, sepan tanto de él como de la alineación del Madrid o de la última novia de Paquirrín.

En el Museo Antropológico se dedicó a coleccionar cráneos para realizar luego sus brillantes estudios sobre encefalografía con los más de 2.200 que poseía, consiguiendo una de las más importantes colecciones del mundo. Y es que desde muy joven estaba dedicado por vocación a esto del estudio. Nos hemos enterado de que desde que era alumno de nuestra Facultad de Medicina, en la que entró con 16 años, ya participó en el desarrollo de una Sociedad científico-literaria llamada 'La Juventud Médica', en donde se inclinaría decididamente por los postulados evolucionistas de las especies según lo que creía Darwin.

Un viaje realizado a las Alpujarras, con parada y fonda en 'La Granadina' de Lanjarón, le sirvió tanto para admirar sus bellos paisajes como para hacer un estudio muy concreto sobre las características y la evolución de la población alpujarreña a través de la talla y del análisis del índice encefálico. Pero también nos dejó una crónica costumbrista muy interesante, pues en ella aludía a sus juegos y fiestas, resaltando el carácter algo violento de los 'cañoneros', a juzgar por la rudeza de sus comportamientos, por el elevado número de matrimonios con la novia ya embarazada y por la gran cantidad de crímenes de sangre que allí se producían.

Con este modesto recuerdo, algunos granadinos sabrán que cuando oigan "doctor Olóriz" nos acordaremos de algo más que del de una céntrica avenida o del de ese Instituto de Neurociencias que lleva su nombre y que fundase en 1955 otro querido catedrático, Miguel Guirao, en la Facultad de Medicina.

Nuestro ilustre paisano, maestro que fue de Gregorio Marañón, murió de cáncer en 1912. Desde hoy, la Avenida del Doctor Olóriz parecerá más importante y vestirá de orgullo a sus habiantes.

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