Granada

12.200 KM

  • Investigadores de la UGR viajan, un año más, al Polo Sur para estudiar la sismicidad y el volcanismo de la zona

  • La última campaña finalizó hace unos días

Julio Verne colocó en un volcán islandés la puerta al inframundo. En el otro extremo del mundo, en la Artártida, un grupo de científicos se asoma cada año por otra singular mirilla volcánica para conocer qué hay debajo. Qué y cómo se mueve la Tierra. La cuenca submarina entre las islillas que conforman el archipiélago de las Shetland del Sur y la Península Antártica, en el Estrecho de Bransfield, es el enorme laboratorio al aire libre en el que explorar la sismicidad y el volcanismo de esta ignota región. Los datos conseguidos allí, en el Polo Sur, por los científicos de la Universidad de Granada (UGR), el Instituto Andaluz de Geofísica (IAG) y el Instituto Geográfico Nacional (IGN) servirán para conocer qué ocurre en otros puntos del planeta. Acaba de finalizar la vigésimo segunda edición de la Campaña Antártica, un intenso mes de trabajo que ha permitido a estos investigadores ampliar el radio de acción de su trabajo y dar los primeros pasos de nuevo proyecto, el Bravoseis. En el mismo participan científicos de centros de Alemania, Argentina, Brasil, Estados Unidos, España, Italia y Reino Unido.

Por partes. La vigésimo segunda edición de la campaña de la UGR y el IAG ha continuado con el trabajo desarrollado en los últimos años en la isla Decepción, de nombre evocador y forma prácticamente circular. Se trata de un volcán cuya parte emergida protege la caldera, llena de agua, y cuya actividad sísmica se vigila desde 1994. Allí, a más de 12.000 kilómetros de Granada, se sitúa la Base Antártica Española (BAE) Gabriel de Castilla, un centro científico que cada verano austral -que coincide con el invierno en Europa- acoge a un enjambre de investigadores. Este año, entre ellos se encontraban los de la UGR y el IAG Enrique Carmona y Francisco Carrión, junto a Daniel García y Rafael Abella, del IGN. El profesor de la UGR y miembro del IAG Javier Almendros es el director del proyecto que recoge el 'latido' de este remoto punto del planeta. Para Carmona, la de 2018 ha sido la decimotercera campaña en el Polo Sur y la cuarta consecutiva, mientras que para Carrión ha sido la tercera experiencia polar. Y ha habido de todo.

"Ha sido muy especial, la primera en la que hacía campaña en el barco", explica Carmona. Acompaña sus explicaciones sobre el trabajo desarrollado en el último rincón del planeta con sencillos esquemas. Hasta ahora, el trabajo sobre el terreno del equipo de la UGR y el IAG se había centrado en la isla Decepción. Durante años, campaña tras campaña, se han recogido datos sobre la sismicidad del volcán gracias a una red de sensores distribuidos por la zona emergida del cono. En esta última campaña, el trabajo se ha extendido por todo el Estrecho de Bransfield gracias al proyecto Bravoseis, que se prolongará hasta 2020. En este 2018 se han instalado sensores a uno y otro lado del Estrecho. "En total hemos colocado ocho estaciones de las doce previstas". "Ha sido un éxito, no sólo por colocarlas, sino porque hemos avanzado de cara al trabajo de la próxima campaña". El año que viene se completará la maya de sensores con más dispositivos -también los habrá submarinos- hasta completar un despliegue de 48 sensores. Con los registros que se recopilen en estos instrumentos se dará a luz una especie de "tomografía" de la zona, ejemplifica Carmona, y sus características geofísicas. Antes de llegar a esa fase de recogida de datos, el trabajo de los últimos meses se ha centrado en el diseño de los dispositivos -que, además de ser capaces de recoger datos, deben soportar el durísimo invierno polar, un diseño en el que ha sido clave la labor de los técnicos electrónicos del IAG y de la UGR- y la colocación de esos ocho instrumentos que ya están en la Antártida . No ha sido fácil. Se ha abandonado la seguridad del volcán -por paradójico que resulte- para recorrer este remoto Estrecho con el BIO Hespérides, el buque de la Armada española diseñado para investigar en estas latitudes. Es una zona en la que, pese a que existe cartografía suficiente, las condiciones varían notablemente de un año a otro y los investigadores se enfrentaban a la incógnita de saber si se podrían acercar a la costa, si podrían desembarcar y, si una vez en tierra, sería posible dejar una de estas estaciones sísmicas en suelo firme. "Trabajar en el barco lo hacía más intenso por la incertidumbre", reconoce Carmona. Poco se deja al azar cuando se trata de trabajar en la Antártida, pero hay que dejar un cierto margen. "Tienes que llevar un listado con contingencias que te puede pasar y alternativas", indica Carrión, que resume así el proceso de planificación. "Se piensa ¿cuántos días necesito? ¿Quince? Pues pido cinco más". Existe la posibilidad de mala mar, de averías mecánicas, de imposibilidad de acercarse en la zodiac al punto donde se había planificado dejar el sensor, de que al llegar no haya un punto en el que dejar el instrumento... "Había sitios donde nunca había estado nadie", indica Carmona. Pese a todo, se ha completado el 80% del trabajo inicialmente previsto, señalan los investigadores. El año viajarán hasta el Polo Sur dentro de la segunda fase del Bravoseis una treintena de investigadores. Se recogerán los datos que ahora ya se están grabando en los dispositivos, se colocarán más sensores y se comenzará a estudiar la sismicidad de la zona mediante la explosiones de aire comprimido. Hay dos formas de recoger datos relacionados con los sismos. "Una es esperar a que ocurra un terremoto. La otra es inducir terremotos", indica Carmona. Se trata de una forma de trabajo que no es nueva -se ha hecho, por ejemplo, en el Teide, indican los investigadores- que incluye explosiones controladas de aire comprimido. Los registros que se realicen cuando se produzcan esos episodios de liberación controlada de energía será lo que permita "iluminar la zona". Se sabe qué, cómo y cuándo se van a producir esas explosiones controladas y del resultado de la medición del efecto de esa liberación de energía podrá deducir qué hay en el subsuelo. El objetivo es ver "capita por capita" cómo está formado el fondo marino, la actividad volcánica del Estrecho y, por ejemplo, a qué profundidad está la cámara submagmática. Para ello, cada dos minutos durante las 24 horas a lo largo de quince días se provocará ese movimiento.

¿Y por qué aquí? En el blog del proyecto Bravoseis (wpd.ugr.es/~bravoseis) se explica la singularidad de la zona del Estrecho de Bransfield y, sobre todo, de su cuenca submarina. "Es una zona en la que las placas tectónicas Sudamericana y Antártica, junto con las microplacas de Scotia, Phoenix/Drake y la de Shetland del Sur están interactuando entre sí". Quiere decir, unas presionan sobre las otras y, como consecuencia de esa presión, originan movimientos sísmicos en otros puntos. Conocer cómo interactúan las placas -y que consecuencias puede tener un determinado movimiento- es el objetivo final del Bravoseis. "La única forma de entender lo que ocurre en una zona volcánica es conocer el entorno", especifica Carmona.

Los primeros pasos de este proyecto investigador no han estado exentos de problemas. El primero, el de la financiación. Esta campaña antártica ha sido "la que más tarde ha empezado". Si normalmente los científicos comenzaban a trabajar en el Polo Sur a finales de noviembre o primeros de diciembre, este año no se ha partido hasta últimos de año. Esto obligó a "comprimir" el trabajo. El desarrollado por los investigadores granadinos tuvo que lidiar, además, con muchas horas de barco. Carrión, con más madera de hombre de mar, reconoce que disfrutó de las travesías a las que obligaba el hecho de contar con un único buque para atender las demandas de varios grupos de trabajo. "Era como ir en el Alsa, para entendernos". Precisamente estar en el barco era otro elemento que redujo el tiempo de trabajo efectivo para los investigadores de la UGR y el IAG. Pese a todo, la planificación se cumplió. "Probablemente, si no hubiera ocurrido el accidente...". La muerte en un desgraciado accidente del capitán de fragata Javier Montojo marcó los últimos días de la campaña y supuso un vuelco en el ritmo de trabajo no sólo de los sismólogos granadinos. Afectó a todos los que trabajaban aquellos días en la Campaña Antártica. "Se revisó el barco cuatro veces" antes de que tuviera la certeza de que el investigador y militar había caído al mar. Se activó el protocolo de hombre al agua. El cuerpo se halló tras seis horas de búsqueda. "Los científicos nos ofrecimos a echar una mano", recuerda Carmona. Después del suceso, se decidió no continuar con el trabajo previsto. "No lo conocíamos de antes -reconoce Carrión -pero en esas tres semanas, viéndonos todos los días... se forman unos vínculos que son clásicos en situaciones como esta", en la que se está aislado, lejos, muy lejos, de la familia. Los dos investigadores reseñan que es la primera vez en tres décadas de trabajo científico que se produce un accidente mortal y que, sin duda, lo ocurrido hará que en la próxima campaña se refuercen las ya muy estrictas normas de seguridad.

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