Bebidas frías para el verano
Aromas y sabores
Con el calor que está haciendo seguro que está deseando llegar a casa y beberse algo fresquito. Pero ¿a qué temperatura debemos tomar cerveza o vino para disfrutarlos plenamente?
Con el calor que está haciendo seguro que está deseando llegar a casa y beberse algo fresquito. Pero ¿a qué temperatura debemos tomar cerveza o vino para disfrutarlos plenamente?
Seguro que en estos días, usted como todos, pasa el día soñando con un buen vaso de agua fría, aunque si es de los que les gusta la cerveza, probablemente solo de pensar en una se le haga la boca agua. Y es que según las cifras, somos unos de los países que más la consumen.
Hay muchos mitos en torno a su consumo, unos ciertos y otros no: que si una cervecita al día es saludable, que si ayuda a adelgazar, que si es buena para la lactancia… Hoy hablamos de otro de estos mitos, el que dice que es mejor tomarla en una jarra helada, algo que es un gran error. La razón principal es que cuando congelamos las jarras solemos hacerlo en congeladores donde comparten espacio con alimentos como pescados, los cuales terminan impregnando todo de olor, haciendo que la cerveza no tenga ni el sabor ni el olor que debería tener. La que más afectada se ve en este sentido es la espuma, ya que al entrar en contacto con el hielo su textura cambia y si hay mucho hielo pegado a la jarra, este puede desprenderse y alterar incluso el aroma, la apariencia y sobre todo el sabor de nuestra cerveza. Sin embargo, sí es importante que las cervezas se conserven a una temperatura más baja de la que debe consumirse. De esta manera conseguiremos que estén a una temperatura idónea cuando las servimos desde que las sacamos de la nevera hasta que las llevamos a donde las vamos a consumir.
Debemos tener en cuenta que no todas las cervezas necesitan la misma temperatura. Por ejemplo las rubias necesitan una temperatura mucho más bajas que las negras. Un motivo más para no servir todas en una jarra congelada. Y es que la cerveza hay que servirla fría, pero su temperatura nunca debe ser inferior a los 5ºC, la cerveza helada es casi como tomar agua helada, vamos, que la echamos a perder.
¿Y los vinos? Con estas temperaturas que sufrimos resultan quizás menos apetecibles, pues deseamos beber algo refrescante y los vinos los dejamos para épocas menos abrasadoras… Pero en realidad, podemos adaptar la temperatura del vino que consumimos para que siga resultando agradable en verano. Porque la temperatura importa, y mucho. En líneas generales, cuanto más caliente esté un vino (hacia los 20ºC), más aromático será, y viceversa. Pero también más alcohólico, más pesado y más empalagoso. Por el contrario, el frío enmascara los aromas y acentúa la percepción de la acidez y los taninos. Demasiado frío puede hacer que el vino nos parezca duro, áspero.
Dependiendo de las variedades con las que esté elaborado, pueden enfriarse un poco más si estas son por sí más aromáticas. Esto es aplicable a los blancos pero también a los tintos ligeros y de baja graduación, que agradecerán que los sirvamos más frescos.
El tipo de vino también nos ayudará a encontrar su temperatura ideal. De un vino blanco y seco se busca la acidez y la frescura, por tanto hay que servirlo fresco, incluso frío. De un vino intenso y especiado lo que se pretende e suavizar sus taninos y realzar su redondez. Lo ideal es servir estos últimos casi a temperatura ambiente, siempre que no superen los 17-18ºC.
No obstante, en verano es preferible ser un poco más tolerantes si queremos darle al vino el protagonismo que merece y gozarlo como tal. No pasa nada por servir el tinto un par de grados por debajo de lo que debería ser. Aún así, para los más puristas, la temperatura ideal de servicio de un vino blanco o rosado en verano sería de 8ºC, de un espumoso unos 6-7ºC, los vinos dulces, los finos y las manzanillas podríamos servirlos a 4-5ºC, los generosos a 12ºC y los tintos si son jóvenes a 14ºC, si tienen crianza a unos 16ºC.
Como resumen, recuerde que vale más servir un vino demasiado frío que demasiado caliente, pues se calentará en la copa. Un vino puede aumentar hasta 4ºC en diez minutos una vez servido, si la temperatura ambiente es elevada.
¿Cómo enfriar un vino rápidamente?
La forma más sencilla de enfriar una botella de vino es meterla en la nevera unas horas antes (evite dejar el vino allí muchos días, podría perder parte de su vida y sabor), pero no siempre tenemos esa suerte. Si la visita se ha adelantado y necesita servir el vino ya, pruebe a meterlo en el congelador 10 minutos envuelto en papel de cocina previamente humedecido. Pero no lo deje bajo cero más de una hora. El vino se congela y el hielo puede expulsar el tapón.
Otra alternativa es una de esas fundas enfriadoras que se meten en el refrigerador, o una buena cubitera de las de toda la vida. Si opta por una de estas, en lugar de llenarla entera de cubitos, vierta en ella la mitad de agua fría y la otra mitad de hielo para que así la fuente de frío esté siempre en contacto con la superficie de la botella. Truco de experta: añada un puñado de sal para que la temperatura disminuya aún más rápidamente.
Lo de echar un cubito de hielo en el vino, es una medida desesperada que sí, enfriará el contenido de la copa, pero el vino se aguará y perderá sus aromas y sabores. Así que antes de llenar la copa, compruebe la temperatura echando solo un traguito en la copa para probarlo.
Y por supuesto, disfruten de los tintos de verano y blancos de verano, en vaso alto, con hielo y muy fríos.
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