Brindis por San Cecilio y San Patricio en la Abadía del Sacromonte
A veces Harry me endilga una sentencia que me deja empequeñecido, anonadado y confuso para largo rato. Me pasó la última vez que estuve con él (la semana pasada) y le dije que el próximo domingo (o sea, hoy para los lectores de este periódico) subiríamos por el Sacromonte e iríamos a celebrar el patrón de Granada, San Cecilio. Le expliqué que ese día muchas personas van de romería hasta la Abadía, en cuyas inmediaciones comerán habas y salaíllas y entrarán en las Santas Cuevas, donde hay unas piedras que, según la leyenda, si se besan tienen el poder de casarte y descasarte: un beso pétreo a cambio de la felicidad. Harry me miró con ojos de conmiseración y exclamó:
-La gente por ser feliz inventar muchas tonterías.
Me indignó esa indiferencia hacia nuestras creencias y si por un casual quería librar a su país de esas tradiciones en las que no cree, le recordé que había leído que en Irlanda hay una piedra en la que hay colas para besarla. Además hay que darle un beso boca abajo mientras que alguien nos sujeta los pies para no caer en un precipicio. Dice la leyenda que quien besa esa piedra de tal guisa, adquiere el don de la elocuencia. Harry me mira sonriente, casi extrañado de que yo conozca esa tradición de su país.
-Sí. Llamar blarney stone. Está en Cork. Pero la gente no adquirir elocuencia por besar piedra, sino porque luego ir a beber pintas de 'guiness' -dice Harry forzando una carcajada.
De todas maneras, como es muy educado y observador, comprende mi mosqueo y me dice que sí, que le cuente lo de San Cecilio porque él, a pesar de ser un protestante casi agnóstico, siempre celebra San Patricio. Y hasta desfila con Dorothy tocado con ese vistoso sombrero verde que se ponen los irlandeses el 17 de marzo, día en que se conmemora el fallecimiento del famoso santo. De todas maneras San Cecilio es un santo local mientras San Patricio es internacional. La fiesta de este último se celebra en todo el mundo: se homenajea allá donde hay una comunidad de irlandeses. Pero nuestra fiesta es muy entrañable, muy íntima, muy de anda por casa. Y nuestro santo al menos tres siglos más antiguo que el suyo.
Para quitarme el mosqueo a Harry se le ocurre contarme un chiste típico irlandés sobre la fe y las consecuencias que acarrea. Tiene como protagonista a un cura, el padre Rafferty, que se encuentra con la señora Donovan, a la que había casado hacía unos años, y le pregunta cuántos hijos tenía. La señora Donovan, algo apenada, le contesta que aún no contaba con descendencia. El cura le dice que no se preocupara, que como tenía que ir a Roma iba a encender una gran vela en la basílica de San Pedro por ella y por su esposo. Pasaron unos años y el padre Rafferty se encontró de nuevo en Dublín con la señora Donovan. Le preguntó si había tenido ya hijos.
-¡Oh! sí padre, tres pares de mellizos y cuatro criaturas más. Diez en total.
-¡Bendito sea el señor! -contestó el cura-. ¿Y dónde está su amante esposo?
-Camino de Roma, padre, a ver si puede apagar la puta vela.
Después de soltar una sonora carcajada (se ríe de sus propios chistes), Harry me dice que la historia del padre Rafferty se cuenta mucho en Irlanda cuando se habla del poder placebo que tiene la fe.
Para subir a la Abadía del Sacromonte quedé con Harry el lunes, día uno de febrero. Ese día era San Cecilio, pero los granadinos celebramos la romería el primer domingo de febrero, tal como hoy. Es un día espléndido de este invierno disfrazado de primavera, con el sol acompañándonos por el camino. Después de buen desayuno, emprendemos el camino por la Cuesta del Chapiz y el Camino del Monte. Mientras, le cuento a Harry, con la advertencia que no se lo tome a cachondeo, que el motivo de esta fiesta es el cumplimiento del voto que hizo el Ayuntamiento de Granada, en 1599, por una epidemia de peste que diezmó a la población en tal año. Y que la fiesta tiene dos momentos diferentes: el acto oficial que organiza el Ayuntamiento (con recepción solemne de autoridades, misa y ofrendas oficiales) y los actos festivos populares en los que la gente se sube al monte a degustar la comida que ha preparado o a guardar cola para suministrarse de habas, bacalao, salaíllas y jayuyas. El morapio, al ser poco el que ofrece el Ayuntamiento, suele correr a cargo del romero.
Al pasar por el barrio del Sacromonte Harry me pide que un día le enseñe una de las cuevas que festonan la calle. Le hablo de mi amistad con Enrique, el hijo de María la Canastera, y con Curro Albaicín, y le dijo que eso está hecho, pero que ahora lo que importa es conocer la tradición de San Cecilio.
Le cuento que en los orígenes de esta fiesta y romería, como en los de la abadía, están los hallazgos de los libros plúmbleos y las reliquias del santo. Se trata de unos libros escritos sobre planchas de plomos que supuestamente aparecieron a finales del siglo XVI en el valle Valparaíso. Tenían textos en latín y extraños caracteres árabes. Fueron interpretados como el quinto evangelio, que habría sido revelado por la Virgen en árabe para ser divulgado en nuestro país. En realidad se trataba de una estratagema de los moriscos para no ser expulsados de España. Creyeron que si había constancia de que si el Cristianismo y el Islam tenían un nexo común, los cristianos y los moros podrían vivir sin enfrentamientos. La repercusión social del hallazgo fue enorme.
-Bonita intención la de moriscos, pero poco práctica. Muy ilusos -comenta Harry.
En cuanto a la romería, le cuento que discurre en torno a la abadía y las santas cuevas. Y que el domingo (por hoy) muchos granadinos subirán para pasar un día en el campo. Que el Ayuntamiento repartiría salaíllas, jayuyas y trozos de bacalao. Y que los romeros tomarían en valle para cumplir, un año más, con el rito de San Cecilio. También le cuento a Harry que tanto la romería como la fiesta religiosa estuvieron durante muchos años relegadas al olvido y que fue en la década de los noventa, con los socialistas en el poder municipal, cuando se rescató para la ciudad. Y que fue un comunista de clase acomodada, José Miguel Castillo Higueras, el que más tuvo que ver en ese rescate.
-Sí, es posible. En mi país muchos comunistas ir a misa. No tener nada que ver religión con política.
-Ya, pero… No sé.
-San Patricio fue comunista. Sus padres ser ricos, pero él siempre estar con pobres, con los de abajo.
Al llegar a la abadía, le cuento a Harry que aquel edificio, con buena parte en ruinas, fue una antigua escuela de pensamiento teológico de donde salió el dogma de la Inmaculada Concepción y más tarde Facultad de Derecho. Tiene cinco siglos a sus espaldas y su pequeño museo de tres salas puede presumir de albergar La Virgen de la Rosa, del flamenco Gérard David, obras de otros pintores como Gómez Moreno, y un fondo bibliográfico envidiable, que incluye originales de Averroes.
-¿Por qué no arreglar? -pregunta Harry.
-Pues por lo de siempre, Harry, porque no hay dinero nada más que para que se lo lleven los corruptos.
Al final Harry se siente interesado por San Cecilio. Me dice que estaría bien que el domingo (por hoy) fuéramos a la romería. Dice que no ha probado las salaíllas ni las jayuyas y que del vino se encarga él.
-Brindaremos por San Cecilio y San Patricio -dice Harry casi eufórico por la idea que ha tenido.
Así que, queridos lectores, si ustedes me voy hoy por la romería con un británico desgarbado y con la nariz roja, ese es Harry. Harry Pollas que lo llamó yo.
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