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Con el nombre de Café El Suizo fue inaugurado este establecimiento el 10 de agosto de 1870, dando una de sus fachadas a la calle Mesones y la otra al río Darro. En pleno corazón de la ciudad, en el solar que antes había ocupado la alhóndiga Zaida cuando ésta se destruyó en el incendio del 30 de noviembre de 1856. Era un grandioso edificio con cinco plantas, proyectado por el arquitecto Francisco Contreras, que le hacía mucha gracia al Ayuntamiento y a la burguesía granadina, pero ninguna a Ángel Ganivet que ya veía desaparecer su Granada tradicional. En los bajos se instalaría aquel precioso café de varios salones, adornado con escayolas, arcos y columnas de mármol blanco. Sin embargo, con el paso del tiempo, acabaría siendo entrañable y romántico lugar de tratos, tertulias y encuentros.
A pesar de todas aquellas protestas de los cientos de nostálgicos que veían herir de muerte al viejo café; a pesar de las promesas de su mantenimiento, lo vimos morir sin sepelios ni coronas. Una vez enterrado vinieron los llantos y misereres y cuando resucitó de las cenizas aparece vestido de hamburguesería y con rótulos rarísimos de pronunciar. Aunque por lo menos ahí está.
Yo lo recuerdo con mucho cariño, porque su entrada con aquella puerta giratoria ya invitaba a sus cálidos salones de mesas blancas, olor a café y etiquetados camareros de chaqueta blanca y servilleta al brazo. Lugar de reuniones variopintas, porque allí igual se cerraba un trato entre paisanos de la vega, que se repasaban los temas del examen, que se estrenaban arrebujados romances en los cómodos sofás, o se comentaban los últimos poemas de cualquiera de los muchos vates que por allí andaban. Personas muy conocidas de la movida intelectual de la época intercambiaban sus inquietudes entre aromas de café. Dicen que era frecuente ver a Elena Martín Vivaldi, a Rafael Guillén, a Juan de Loxa y a tantos otros. En uno de sus románticos rincones se inspiró Arcadio Ortega para esa deliciosa colección de relatos que tituló precisamente Café Suizo. Dice el poeta que lo recuerda "con la sepia nitidez de un sueño placentero. Con sus grandes arañas de cristales prismáticos, sus famas y cariátides flotando en el ambiente".
ENSALADILLA O 'BLANQUINEGRO'
Todavía guardo una Carta de Sugerencias que para sus últimos días diseñó el pintor granadino Claudio Sánchez Muros, anunciando los productos que ofrecía el Gran Café Granada Bar El Suizo, según aparece en su anverso, en una de cuyas esquinas se advierte que dicho café está "situado en un edificio declarado Monumento histórico-artístico de interés local, por Orden de 29 de septiembre de 1983…". Pertenecía a la empresa de Antonio Sánchez e Hijos S A y era su director Antonio Ramírez Sánchez.
Hoy la carta nos provoca añoranzas de situaciones difíciles de olvidar. Empezando por la lista de precios marcados en las ya casi olvidadas pesetas, incluyendo el recién estrenado IVA. Algunas de las aclaraciones resultan simpáticas: en el propio encabezamiento se dice "Ideas para no almorzar o cenar"; a partir de ahí se recoge toda una batería de sugerencias: desde los croissants rellenos de mermelada que valían 120 pesetas en el mostrador, pasando por los suizorrápidos triangulares de dos pisos, los suizorrollos y los suizopostres. Una notita a pie de página advierte que los artículos servidos en la terraza tienen un incremento de 25 pesetas.
El tríptico se adorna con graciosos dibujos de apetitosos productos servidos por orondos camareros que muestran en sus gestos y en el volumen de sus barriguitas lo bien que están. Uno de ellos advierte en nombre de la empresa lo siguiente: "Permítanos la demora de unos minutos en servirle sus sandwichs. Ya que se preparan al momento del encargo, rogamos de su atención la conveniente pequeña espera. Gracias". Nada que ver con esos bocatas de hoy que venden en algunos sitios empaquetados el mes pasado para el cliente del mes que viene.
En El Suizo los granadinos no necesitábamos de carta alguna; sabíamos que lo que había que pedir era la ensaladilla rusa de patatas y gambas y si era verano el blanquinegro o la leche rizada con canela. Ha cambiado el nombre, pero el lugar, como la Puerta de Alcalá, ahí está, en Puerta Real.
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