Granada

Caracolas de Almuñécar

  • Cabañas y construcciones levantadas con el mobiliario de la casa acarrean una reprimenda materna cuando se tienen 8 años, pero a la larga despiertan una temprana vocación ingeniera

CORRÍA el verano de 1981 y de esa época mis mejores recuerdos corresponden a las entrañables vacaciones en Almuñécar, en el Paseo del Altillo, en casa de mi abuela 'Ela'.

Tenía ocho años y mi ilusión de todos los días era jugar con mis hermanas pequeñas, Begoña y Ángela, e inventar nuevas trastadas. No pueden imaginarse lo que da de sí la mente de una niña de ocho años en época estival.

Ya debía estar en mí el gusanillo que luego me llevó a hacerme ingeniera, puesto que el juego con el que más disfrutábamos consistía en hacer construcciones y cabañas en la terraza de la casa de mi abuela. Todas las sillas las poníamos boca abajo y las cubríamos con toallas, eso sí, para luego meternos dentro y estar toda la tarde jugando, con la consiguiente regañina de mi madre por el desbarajuste organizado.

Recuerdo también que me gustaba coleccionar caracolas y cristalillos de colores que recogíamos en la orilla de la playa. Una tarde mi madre me contó que ella de pequeña hacía lo mismo y al final del verano introducía las caracolas en un bote con vinagre. Por lo visto, pasado cierto tiempo éstas quedaban relucientes.

Ni corta ni perezosa se me ocurrió probar el experimento pero olvidé que las caracolas había que introducirlas sin el bichito que llevan dentro. Se pueden imaginar ustedes el día que abrí el bote: en unos 200 metros a la redonda no se podía respirar.

Tengo también gratos recuerdos de una tarde de pesca con 'Pepillo el Hilo', que en almuñequero se pronuncia "er jilo". Un pescador de toda la vida, entrañable, amigo de la familia por tradición de su padre, que también lo era. En una sencilla barca, una tras otra no paramos de pescar lisas, que luego toda orgullosa fui a llevar a mi madre.

De esa época es también mi cariño por Almuñécar, que me inculcó mi querida abuela contándome anécdotas e historias sobre el Palacete de la Najarra, la antigua fábrica de azúcar, la factoría fenicia de salazones de pescado o la Cueva de Siete Palacios.

Siempre en algún momento durante el verano era obligada una subida para ver la Cruz de Santo y las impresionantes vistas de la playa de San Cristóbal y los peñones que recortan el horizonte del mar Mediterráneo que baña las costas de Almuñécar. O visitar las fincas de chirimoyos, donde alguna que otra vez me convertí en una improvisada recolectora, eso sí terminando con las manos absolutamente desolladas.

Aún hoy salen en las reuniones familiares las historias cotidianas que vivíamos de niñas mis hermanas y yo en Almuñécar. Se nos contagia la risa y no podemos evitar esa mirada pícara de niñas.

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