Cocinas punto con
Al paso que vamos será todo un milagro que con las comidas precocinadas y un buen microondas no desaparezcan hasta las más innovadoras cocinas de diseño de hoy en díaEmpezamos usando las de carbón, pero luego llegó el petróleo y más tarde el butano y la electricidad
CON olor a gasolina y sabor a mechero daba igual un potaje que una cazuela, porque el único sabor que variaba era el del postre. Del carbón a la vitro.
Desaparecerán las sartenes, las ollas y hasta las cocinas de diseño. Sí. Porque empezamos usando las cocinas con carbón, luego con petróleo, butano y electricidad y al final acabaremos con las comidas preparadas. Desaparecerán las espeteras, vaseras, cantareras, alacenas y fresqueras. Se olvidarán cazos, cacerolas y raseras.
Pocos se acuerdan ya de aquellas cocinas de carbón de cok y bolas negras que comprábamos en la Plaza del Lino o en la fábrica de San Felipe de Gran Capitán, donde hoy está el ambulatorio. Bolas de carbón brillante y reluciente perfectamente moldeadas como las albóndigas de la abuela, para darle calor a los poyos de ladrillo y obra. Un día el puchero de hinojos, al siguiente la cazuela de fideos, el potaje de lentejas, el cocido de col y las papas en ajopollo.
Pero más antiguos eran los hornillones de yeso recubiertos de alpañata tan utilizados en los años 40. Después de la guerra y con la paga extraordinaria del 18 de Julio había para el primer plazo de las cocinas de lujo que, aunque resultaban muy caras, se llamaban "económicas".
Eran verdaderas obras de arte en hierro forjado, con la barra, los pomos y los tiradores dorados; compartimentos para boniatos y papas asadas, recipientes para el agua caliente, colector de cenizas, cortatiros incorporado, ganchito para levantar los fuegos, controlador de temperatura y una espléndida chimenea que calentaba la pared del dormitorio vecino. Todo un lujo del que muy pocos gozaban.
La más simpática cocina que yo conocí, aunque no era la más cómoda, era la accionada con gas Lebón. Curioso artilugio que funcionaba con una perra gorda.
Eso era lo que yo creía hasta que me aclararon que la moneda, echada sobre un recipiente a través de una ranura, marcaba los pasos del contador que se facturaba a fin de mes. Muy barato me parecía a mí que sólo con una gorda hubiera gas suficiente para el guisaíllo de mi numerosa familia.
Las grandes restricciones de energía eléctrica de los años 50 hicieron aparecer los infernillos y las cocinas con petróleo. Fue el último de los adelantos de la época y se convirtió en el rey de la cocina, cuando nos engañaban vendiéndonos su limpieza comparada con la del carbón. Nunca vi nada más horrible.
Era la espantosa hornilla metálica de cuatro patas con depósito en la bajera y "torcía" de amianto en forma de calcetín.
El resultado era una comida con sabor a mechero y olor a gasolina; y daba igual un potaje que una cazuela porque el único sabor que variaba era el del postre. Pero lo peor eran las colas hasta conseguir el combustible. De eso sabe mucho también la Plaza del Lino, que se lo pregunten a los Casado o a los de las droguerías de la ciudad que hicieron un negocio tan largo como las colas de sus clientes.
La bombona de butano parecía la panacea; el horrible y pesado botellón naranja necesita un forzudo para su traslado y un nicho especial en el hueco de las cocinas; instalación de salida de gases, revisión periódica de la goma conductora y una mano experta para accionar los mandos y encender los fuegos.
Al final todos fuimos aleccionados en guisar con butano y en saber pedir a gritos la bombona a ese butanero del ruidoso camión callejero, que no ha encontrado otro sistema de anunciar su presencia nada más que chocando bruscamente las bombonas, provocando una horrible y metálica sinfonía con el pito del camión haciendo la segunda voz.
Butanero y vecina del cuarto se entienden a voces pero al final llega la bombona a su destino y asegura el potaje.
El empleo de cocinas vitrocerámicas o de inducción alardeando de limpieza y comodidad han hecho desaparecer los encantos de las cocinas tradicionales, el calor de hogar y el olor de guiso a fuego lento.
Y al paso que vamos milagro sea que con las comidas preparadas y un buen microondas no desaparezcan hasta las cocinas de diseño. ¡Ojalá yo no lo vea! ¿Qué malo tiene en una cocina el olor de un buen cocido con pringá?
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