Historias de Granada
  • El Vaticano admite un milagro a instancias de la joven granadina y allana el camino hacia su beatificación

  • En ese mismo proceso va el del padre, que se hizo sacerdote a los 67 años y dejó todo su vasto patrimonio para obras de caridad

Conchita Barrecheguren, enferma de vocación

Estampas de Conchita Barrecheguren Estampas de Conchita Barrecheguren

Estampas de Conchita Barrecheguren

Escrito por

Andrés Cárdenas

Una amiga y buena lectora de mis artículos me reprende cada vez que nota alguna de mis lagunas sobre aspectos o personajes de Granada. "¿Qué no sabes la historia de Conchita Barrecheguren? Pues mal, muy mal", me dijo. Yo le conté que muchos sábados, cuando subo a la Alhambra por la Cuesta de Escoriaza y las Vistillas, veo un carmen que tiene un cartel vidriado con ese nombre en la fachada y que fue de una granadina cuyo proceso de beatificación está en marcha, pero nada más. Mi amiga me adelantó que Conchita era una niña rica que murió con 21 años, que su padre se metió a cura al morir ella y que donó todo su vasto patrimonio a una orden religiosa para obras de caridad. También me dijo que todos los días 13 de cada mes se celebraba una misa dedicada a Conchita, porque fue un día 13 cuando murió, exactamente el 13 de mayo de 1927. "Llégate y no te arrepentirás. Lo que vas a ver allí es uno de los misterios de la fe", me dijo mi amiga.

Así que fue en parte por la curiosidad y en parte por la recomendación de mi amiga por lo que pasado lunes, 13 de junio, fui al carmen de Conchita Barrecheguren, donde, según me dijeron, no iba a tener ningún problema para entrar porque ese día se iba a celebrar también una especie de procesión dentro del carmen, acto que estaba abierto a todo aquel que quisiera asistir. 

Hacia el carmen 

Eran las doce del mediodía y parecía que Dios hubiera puesto en marcha el infernillo de asar pollos. El calor avanzaba enfurecido sobre la ciudad que se quedaba a los pies. El carmen están un poco antes de terminar la cuesta de las Vistillas. Nada más entrar en él se nota la falta de los repellos necesarios para su mantenimiento. La antigüedad del edificio es tan visible que no deja dudas sobre su imperiosa remodelación. Eso sí, las plantas muestran con todo su vigor el verdor que le permite la primavera. Aquello está lleno de jazmines, glicinias, yedras, aspidistras y begonias, entre muchas otras plantas que no sé distinguir. Sí distingo arriba del todo una enorme higuera y un ficus al que le falta atenciones. Me cuentan que antes se ocupaba del riesgo una monja llamada Sor Cielo, pero que tras subir ésta al lugar que lleva su nombre le ha dejado esa misión al jardinero del Alhambra Palace. Cuando voy está el hombre realizando su trabajo y adecentando el jardín.

Un momento del descanso de la procesión por los jardines del carmen. Un momento del descanso de la procesión por los jardines del carmen.

Un momento del descanso de la procesión por los jardines del carmen.

Al día lo invade la tranquilidad que expulsa el ambiente. En la primera planta está la capilla en donde se celebra la misa que precede a la procesión. También hay al lado un pequeño museo doméstico en donde se ven fotos de la aspirante a beata, muchas de ellas en su propia cama con un niño Jesús entre las manos. Todos son objetos que tienen más de un siglo: la cama donde permaneció gran parte de su corta vida Conchita, su traje de comunión, la mantilla que se ponía en Semana Santa junto con una melena postiza que utilizaba, una silla de bebé  con agujeros de polilla, un tocador con un espejo donde se refleja el cáliz que dicen que vio Conchita antes de expirar…. La distribución de los objetos barrechegurenianos (el término me lo acabo de inventar) por su profusión en un espacio tan reducido y con sus correspondientes mensajes religiosos sobre ellos, provoca una apariencia casi siniestra, sorprendente, increíble para los tiempos en los que estamos. Muñoz Molina dice que delante de la imaginación se extiende una gran oscuridad que es la de los extremos de la naturaleza y la de los límites de nuestra capacidad de comprender. Es verdad. Contemplando ese museo doméstico que las monjitas de la orden de las Esclavas de la Santísima Eucaristía le han montado a Conchita Barrecheguren, compruebo in situ cuales son los límites de mi necesidad de comprender: aquello es una muestra más de la exigencia que tiene la gente de encomendarse a los demás, de tener un referente en que apoyarse en caso de sufrimiento o enfermedad.  

Hojitas con peticiones 

En el exterior del museo, sobre una mesa, hay un taco de hojitas en blanco que cogen los devotos para escribir en ellos un mensaje. Luego, ese papel doblado lo depositan sobre una especie de tarima en la que se acumulan cientos, tal vez miles de mensajes. "Cada persona escribe un pensamiento, un deseo o un ruego para ofrecérselo a Conchita". Quien sacia mi curiosidad ante semejante ritual es Francisco Tejerizo, el sacerdote que más ha puesto en ese proceso de beatificación y sin cuyo empeño quizás dicho proceso estaría estancado. Francisco Tejerizo es el vicepostulador de la causa, un hombre de rostro ascético que aporta con sus gestos y sus palabras la seguridad de que la fe es algo consustancial en la persona, algo imprescindible para los que piensan que siempre hay un ser superior a quien encomendarse ante las adversidades de la vida.

Una mujer deposita un papel con una petición a Conchita Barrecheguren Una mujer deposita un papel con una petición a Conchita Barrecheguren

Una mujer deposita un papel con una petición a Conchita Barrecheguren

–¿Y qué hacen con tantos papelitos lleno de peticiones? –le pregunto con una ingenuidad que no parece mía.

–Antes se quemaban, pero desde que se ha admitido el milagro de Conchita para ser declarada beata, nos aconsejaron que los guardáramos por si hay que incluirlos en la documentación.

–¿Y cual ha sido ese milagro? –le pregunto con esa misma ingenuidad.

Entonces el padre Tejerizo me cuenta que por fin el Papa Francisco ha admitido el milagro de una bebé alicantina de 19 meses que padecía un shock séptico que había hecho que muchos de sus órganos no funcionaran. La niña fue ingresada en la Unidad de Cuidados Intensivos de Pediatría del Hospital Universitario de Alicante y presentaba un cuadro patológico realmente lamentable con necrosis, pulmonía e insuficiencia hepática, entre otros muchos males. Los médicos llamaron a los padres y les dijeron que su hijita tenía pocas posibilidades de curarse, por no decir ningunas. Entonces alguien llegó a la UCI una reliquia de Conchita Barrecheguren y a partir de ese momento se inició una rápida y sorprendente recuperación, que hizo que la niña se restableciera sin ninguna secuela.

–El que los tres médicos de la Seguridad Social firmaran el mismo día sus informes sobre lo mal que estaba la niña y su sorprendente curación fue el auténtico milagro –dice el padre Tejerizo en un conato de humor.

El caso es que el Papa promulgó en mayo de 2020 el decreto donde se reconoce "la heroicidad de virtudes de Conchita Barrecheguren" y ahora esperan que el Vaticano ponga fecha para su beatificación.

Así se habrá acabado este proceso que se inició nada menos que en 1938 y que ha pasado por varias vicisitudes hasta llegar a 2022. Junto al proceso de beatificación de Conchita también va el de su padre, Francisco Barrrecheguren, el hombre que al morir su hija dejó todos sus bienes y se ordenó sacerdote. La ejemplar y poco normal vida de ambos ha permitido la aparición de devotos no solo en Granada, sino en varios países latinoamericanos.

Vidas paralelas 

Francisco Barrecheguren nace en Lérida, pero al quedar huérfano sus tíos lo adoptan y se lo traen a Granada. Aquí trabaja en una empresa textil de su tío y cuando se enamora lo hace de la granadina Concha García Calvo. Se casan en 1904 y un año después nace su hija Conchita. Los que han escrito sobre él, como Marino Antequera, profesor de Historia de Arte y reconocido crítico, dice que todo en este hombre era bondad, sencillez y candor:"Fue una persona que de nada presumió en la vida. Como hombre era sencillo, enteramente como un niño. Conmigo, estrechísimo; él era de suyo afectuoso y cariñoso con todo el mundo. Como cristiano, santo, santo de verdad".

Conchita nació con una salud muy quebradiza. No había cumplido los dos años cuando los médicos dijeron a los padres: "Esta niña no tendrá un día bueno en toda su vida". Tal vez por eso el matrimonio se volcó tanto con la niña y, ya que no podía hacer nada la medicina, decidieron que fuera la religión quien llevara las riendas de su vida. Por lo visto Conchita era una persona de acusadas paradojas; de acusados contrastes: podía ser dulce, ardorosa y un tanto impulsiva. La incapacidad para asistir a clase hizo que su padre le hiciera de maestro. El progenitor se dedicó en cuerpo y alma a su hija y fue el que le transmitió esa religiosidad que él y su esposa practicaban a machamartillo. El matrimonio era de misa diaria y encontraron en la fe el sustento necesario para afrontar la enfermedad de su hija.

Devotos de Conchita entran al carmen. Devotos de Conchita entran al carmen.

Devotos de Conchita entran al carmen.

Así que cuando el mundo vino a buscarla, Conchita ya estaba enferma. La mayor parte de su corta vida, la pasó en la cama, ese lugar en donde ella aprendió a sentir lástima de sí misma. Allí, en la cama, debió comprender que no hay palabra comparable a mañana. "Estoy en la edad en que Dios da las vocaciones y la mía es estar enferma'", escribió en su diario. En ese estado, debió terminar admitiendo que vivir era culpa suficiente para aceptar el castigo que la naturaleza le había impuesto. Y de esta forma Dios, en todas sus manifestaciones, llega a ser el centro exacto de su soledad y de su silencio.

Hay decenas de fotografías de la niña que el padre, gran aficionado a este arte, le hizo y que, a modo de estampas, se pueden coger a la entrada del museo. En todas hay mensajes en las que expone su resignación ante esa mala jugada que le había hecho el destino. Conchita no solo tenía tuberculosis, padecía un desarreglo intestinal que le provocaba fuertes dolores, se quedaba afónica a menudo y apenas comía. "No tengo nada de lo que tenían los santos, ni he sentido nunca dad, ni he visto nada y estos siempre hecha... un palo seco", escribe en su diario.

Para que Conchita pudiera manejar mejor sus dolencias, los padres deciden dejar el piso que poseían en el centro de Granada y trasladarse a la residencia veraniega que tenían en las Vistillas. Los padres y los médicos estaban convencidos de que los aires frescos y puros que llegaban desde la Sierra podían frenar el avance de la enfermedad y ayudar a la respiración de la enferma. En las contadas ocasiones que abandona la cama, Conchita participa en las actividades de algunas cofradías y visita también a pobres y enfermos, a los que les lleva ropa. Poco a poco va aumentado la población que siente admiración por ella. Llega el momento en que mucha gente habla en Granada de una niña llamada Conchita que ha aceptado y afrontado con gran resignación el sufrimiento de una enfermedad incurable y que iba a misa todos los días a rezar a los santos.

Según ha escrito Francisco Tejerizo, desde su primera comunión, Conchita "vivió a impulsos de Eucaristía y practicó una oración constante. Cada mañana acudía a la celebración de la sisa, y pasaba una hora en diálogo con el Señor. En el mediodía empleaba otra media hora en la meditación y rezaba el Rosario y el Vía Crucis. Por la tarde, junto a su padre, hacía la Visita al Santísimo en la Iglesia. Durante sus años juveniles se incorporó a la asociación de las Hijas de María, a la Archicofradía del Perpetuo Socorro, a la Adoración Nocturna, a la Adoración Diurna, a los Jueves Eucarísticos del Santuario del Perpetuo Socorro y a la Asociación Eucarística de las Marías de los Sagrarios. También se ocupaba en enseñar el catecismo, confeccionar ropa para los pobres, visitar los Sagrarios de las parroquias granadinas de Armilla, Otura y Güevejar y preparar ornamentos para los templos necesitados". También lee mucho, escribe, compone poesía y toca muy bien el piano. Con tales ocupaciones no es raro que la aspirante a santa provocara admiración entre la gente creyente.

Una de las muchas fotos de Conchita en el museo. Una de las muchas fotos de Conchita en el museo.

Una de las muchas fotos de Conchita en el museo.

Conchita murió el 13 de mayo de 1927. Tenía 21 años. La madre, que ya sufría de inestabilidad mental, es internada en un hospital y el padre, al morir su hija y posteriormente su esposa, decide dedicarse al sacerdocio. Lo hace cuando cumple 67 años. Ingresa como postulante en los Misioneros Redentoristas de Granada y en 1947 hace su profesión religiosa en Nava del Rey, Valladolid. Además, en julio de 1949, sería ordenado sacerdote en Madrid, volviendo a Granada en ese mismo verano.

A partir de entonces, dedicó todo su tiempo a celebrar misas en el santuario del Perpetuo Socorro y en el Carmen de Conchita, a llevar la comunión a los enfermos, a dirigir el rosario con el pueblo y a llevar la correspondencia del proceso de canonización de su hija. También deja todos sus bienes, que eran muchos, para que sean invertidos en la caridad. Murió en octubre de 1957 y sus restos mortales fueron enterrados en la Iglesia del Perpetuo Socorro junto a los de su hija.

"Para nosotros tanto el padre como la hija se merecen estar en los altares por el ejemplo cristiano que dieron. Así que el proceso de beatificación de ambos va en paralelo. Ahora todo depende de la agenda del Vaticano", me dice Francisco Tejerizo al terminar la procesión.

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