Davillier y Doré la imagen gala de Granada
La pareja de viajeros franceses se interesó más por la Granada social, callejera y antropológica que por la monumental Se alojaron en casa de un sastre y les fascinó el Sacromonte
LOS tiempos han cambiado. Estamos en 1862. Granada ya tiene ese halo romántico, el que le han dado una larga lista de viajeros, entre ellos los más conocidos y quizá quienes desarrollaron esa imagen exótica y mágica que iniciaran las historias del alhambreño Mateo relatadas por un puñado de reales a Washington Irving. Se puede afirmar que la Alhambra ya era una leyenda mediática creada, entre otros, por Chateaubriand, Prosper Merimé, Richard Ford, Henry D. Inglis, Mathew Gregory Lewis, David Robert y Teophile Gautier. El broche final, el que marca el fin de una época en la difusión de esa iconografía romántica granadina y el inicio de una nueva, lo pone la pareja formada por el barón Charles Davillier y su compañero ilustrador Gustavo Doré.
Davillier pertenecía a la aristocracia adinerada gala y era un coleccionista de obras de arte especialmente interesado por la cerámica. Su afición le llevó hasta Manises y a viajar un total de nueve veces por España. Su atracción por el arte español del momento le llevó a contar con la amistad de artistas como Madrazo y Fortuny, de quienes dio noticias en sus escritos. Las maravillas, descripciones y demás relatos de Davillier de aquellos viajes provocó en su amigo Doré el irrefrenable deseo de conocer aquella España trufada de tópicos y leyendas. Ambos habían leído la obra principal de Alexandre de Laborde, Voyage pintoresque et historique de l'Espagne, lo que marcará las obras de Doré. Davallier convence a Doré para que sea el artista encargado de crear la imagen de una España que ya sobrepasaba el ecuador del siglo XIX, con el ferrocarril a toda marcha y la merma en la peligrosidad de sus caminos. El barón se le ofrece como guía y emplazó al amigo ilustrador a que ese recorrido le fuera pagado en especie, en una edición ilustrada de Don Quijote. Así fue. Doré ya era un afamado ilustrador de las obras más notables de la literatura y no podía faltar en su biblioteca ilustrada la obra maestra de las letras españolas. Desde 1862 hasta 1873 envían periódicamente sus crónicas del 'Viaje a España' a la revista Le Tour du Monde, que durante once años las va publicando en fascículos.
Las diferentes ciudades que conforman el recorrido de los dos viajeros galos son recogidas en los respectivos capítulos del libro, en cada uno de los fascículos que lo conformaron. A las ciudades y regiones andaluzas de Almería, Málaga, Cádiz, Jerez, la Bética, Sevilla, Córdoba, Granada y Málaga se suman otras de España. Barcelona, Gerona, Murcia, Valencia, Toledo, Madrid, Ávila, Salamanca, Valladolid, Burgos y el País Vasco figuran entre las rutas por la Península. La obra también está trufada de pasajes dedicados a escenas en tierras de bandoleros, imágenes de la Semana Santa, de la Feria de Abril e incluso de una corrida de toros.
"Nada sabría describir la impresión, que experimenta el que atraviesa por primera vez la Puerta de las Granadas. Uno se cree transportado a un país encantado al penetrar bajo estos inmensos arcos de verdor, formados por olmos seculares, y se piensa en la descripción del poeta árabe que los compara a bóvedas de esmeraldas...", escribió Davillier en su capítulo granadino. La belleza de la ciudad, su paisaje, deslumbra a los viajeros, quienes destacan su carácter mágico. Semejan las vistas desde la Torre de la Vela a "el golfo de Nápoles visto desde lo alto del Vesubio, Constantinopla vista desde el Cuerno de Oro, apenas pueden dar idea de un panorama tan magnífico. A nuestros pies, Granada y los campanarios de sus cien iglesias, que divisábamos a vista de pájaro. Más lejos, las alturas que dominan a la ciudad, sembrada de blancas casas que destacan sobre un tupido verdor, iluminadas por el sol del atardecer con una rosácea luz, nos hacían pensar en los versos del poeta árabe que compara a Granada con una copa de esmeraldas adornada de perlas orientales".
La innovación de Davallier a las crónicas de sus antecesores consiste en su dedicación no solo a los espacios alhambreños sino a lo que hoy se llamaría patrimonio inmaterial o humano como las costumbres, modos, callejero, personajes. En definitiva, la pareja se muestra interesada por la Granada social de la época, que se encuentra en pleno cambio. Esa fascinación por la calle, por la gente, sus costumbres, sus formas de vivir, los lleva a alojarse en casa de un sastre de la calle de Duquesa. Además, Davillier al alojarse con una familia podía practicar su español. Los viajeros pasean por la ciudad y se empapan de la vida cotidiana granadina. Estos paseos antropológicos les permiten observar una serie de escenas y episodios urbanos que se recogen en los escritos de Davillier y en las ilustraciones de Doré. Una de esas escenas relatadas e ilustradas es la que recoge la imagen de una madre enfrentada a sus hijos al querer quitarle a una cerda su cría. Doré se comporta como una especie de reportero gráfico de todas aquellas vivencias relatadas por el aristócrata. También se dedican a denunciar los primeros expolios alhambreños y destrozos producidos por los pioneros del turismo al recinto nazarí, a través del dibujo de Doré que muestra a unos extranjeros robando mosaicos de los alicatados de la Alhambra. Bibarrambla, la Alcaicería y el Zacatín, todos aquellos espacios con huella nazarí, eran lugares frecuentados por los visitantes galos. Mostraban especial interés por las labores de artesanía, y sobre todo por la orfebrería. Visitaban las tiendas, los comercios del centro, sus gentes e incluso participaban de esa costumbre de la copla callejera, aquella que interpretaba un espontáneo al son de una guitarra a las puertas de los comercios. Ya ven como la costumbre de la música en vivo en Granada no es algo reciente y pertenece a la más antigua de las tradiciones.
Doré y Davillier describen una Granada en la que la vida de la vega está totalmente presente en el escenario urbano, uno de los atractivos de aquella ciudad de pasada la mitad del siglo XIX, donde en Bibarrambla se mezclaban los comercios con el ir y venir de los labradores de la Vega, con las reatas de mulas y los improvisados puestos en los que vendían sus frutas y verduras, todas ellas procedentes de las fértiles huertas de la vega de Granada. La pareja quizá es la primera en advertir de la importancia de la omnipresencia del agua en la ciudad no sólo a través de las fuentes, acequias, aljibes y pilares, sino de unos personajes tan pintorescos como los aguadores. Tal era la afición al líquido elemento que incluso existían catadores de agua que identificaban a las perfección la procedencia de cada una de las aguas, su manantial o fuente.
Lo que más interesó a Davillier y a Doré de la sociedad urbana granadina fue el mundo de los gitanos, y especialmente por su singularidad y carácter único, el Sacromonte, el barrio de los calés, donde encontraron una ciudad dentro de otra ciudad, una población con lengua y costumbres propias. Descubrieron unos gitanos granadinos en la más absoluta pobreza. Los dos galos subían frecuentemente al Sacromonte donde entablaron amistad con personajes com el Gitano Rico, del que Doré hizo un espléndido retrato. No solo retrató a algunos personajes del barrio 'troglodita' sino que también plasmó algunas estampas de sus oficios, como la forja: "... medio desnudos, bronceados sus cuerpos, iluminados por el rojo fuego de sus hornos, no se puede evitar pensar en el célebre cuadro de Velázquez, que representa la fragua de Vulcano", escribieron. No se perdieron los bailes y cantes, el zorongo, y sus intérpretes como La Perla, y tampoco a aquellas gitanas que decían la buenaventura, como así plasmó Doré a la gitana apodada Revieja en uno de sus grabados sacromontanos.
La última excursión granadina de Doré y Davallier la hicieron a Sierra Nevada, con la ascensión a los picos de Veleta y el Mulhacén, de lo que dejaron constancia en sus crónicas. Tras su experiencia montañera marcharon de Granada en diligencia, ya que el tradicional retraso granadino en la llegada de las infraestructuras le había negado en aquel momento la llegada del ferrocarril. Los galos no fueron atracados en su viaje, pero ese interés aventurero y romántico por vivir la experiencia bandolera llevó a Doré a comprar en Granada un grabado con lo que ya era una escena del pasado en los caminos españoles.
Davillier vio publicadas todas aquellas crónicas en 1874, y Doré regaló al mundo del arte su ya archiconocida edición ilustrada de 'Don Quijote', una de las grandes joyas bibliográficas de la historia del libro. Ambos fallecieron en 1883.
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