La Duquesa y Penélope fueron fieles

La mujer mitológica del techo de San Jerónimo y la aristócrata pasaron a la historia por la fidelidad a sus esposos, Ulises y el Gran Capitán, y como retratatos policromados en el Monasterio de San JerónimoDe alusiones virtuosas masculinas y femeninas está plagada la cubierta de la iglesia del monasterio, toda una interesantísima lección de historia y literatura moralizante

4. Penélope junto a Arestes, Hersilla y Artemisa./ Reportaje gráfico:  José Luis Delgado
4. Penélope junto a Arestes, Hersilla y Artemisa./ Reportaje gráfico: José Luis Delgado
José Luis Delgado / Granada

26 de octubre 2009 - 01:00

La mitológica Penélope vivió en el techo de San Jerónimo, en el mismo barrio de la Duquesa María. Sus virtudes eran la fidelidad a sus maridos, Ulises y el Gran Capitán.

Son más conocidas la Duquesa de Alba y Penélope Cruz, personajes populares de la vida española. Todo el mundo sabe de su fama y sus fortunas, de sus posesiones y exposiciones; llenan portadas de revistas y pantallas de televisión. Tal vez sean envidiadas por sus riquezas, por sus amores, por sus virtudes.

Pero casi nadie se acuerda de nuestra Penélope ni de la Duquesa María porque ninguna de las dos hace ruido, están silenciosamente refugiadas en las esculturas de madera policromada de la Iglesia de San Jerónimo desde el siglo XVI y allí casi no las conoce el pueblo, siendo como eran tan virtuosas e inteligentes como las que más.

La diferencia de su fama está en que de la Pe y de la de Alba habla hasta el Potitos, mientras que a la Penélope, envuelta en su velo y colocada en un casetón de madera en la cubierta de San Jerónimo, la conocemos sólo a través de un tal Homero, un tal Plutarco y algún otro aficionado por ahí. Era la esposa de Ulises y se mantuvo fiel a su marido nada menos que 20 años. La Duquesa María Manrique tampoco es muy nombrada aunque su cultura era sobrada y también esperó muchos años a que su esposo, el Gran Capitán, volviera de la guerra de Italia, y, encima, cuando éste murió le dedicó una especial tumba en la Iglesia de San Jerónimo que convendría visitar a ser posible de la mano del documentadísimo doctor Callejón Peláez, que después de su meticuloso estudio sobre las damas, héroes y guerreros que decoran la cubierta, más que Callejón debería llamarse Gran Avenida.

LITERATURA MORALIZANTE

Dicen que a la bella Penélope, en ausencia de su marido Ulises, le llovían los pretendientes y para quitárselos de encima les prometía su mano cuando acabara de tejer la tela del sudario de su suegro Laertes. Astutamente y para mantener su fidelidad a Ulises y esperar su regreso, tejía de día y destejía la labor por la noche. Así aburría a los novios.

María Manrique, Duquesa de Sessa, supo igualmente esperar con paciencia la vuelta de su marido. A él dedicó su vida y su hacienda preparándole tan digno sepulcro en la Capilla mayor de San Jerónimo. Aunque ella también lo aprovechó. Vino el matrimonio desde Loja a vivir a Granada, a la calle hoy llamada Duquesa, que desemboca precisamente en Gran Capitán. En la calle Duquesa murió don Gonzalo en 1515 y en San Jerónimo reposan sus restos; a menos que una moderna orden de exhumación en aras de la memoria histórica diga otra cosa.

De alusiones virtuosas masculinas y femeninas está plagada la cubierta de la Iglesia; toda una interesantísima lección de historia y literatura moralizante. Allí están entre otros Homero y Cicerón, Escipión y Aníbal; allí están entre otras Judit (la Fortaleza), Esther (la Templanza), Débora (la Justicia), Penélope (la Fidelidad). No hubo problema en mezclar en una iglesia cristiana figuras religiosas con paganas. Se trataba de resaltar valores y virtudes y presentarlos como espejos y ejemplos a seguir. Hoy esa costumbre resultaría obsoleta, pasada de moda; ¿valores y virtudes, para qué?… Y así estamos como estamos.

De todos estos ilustres personajes mitológicos y bíblicos, valientes y envidiados unos y virtuosos otros, el pueblo conoce a pocos. Resulta ser más nombrada toda esa patulea de famosillos chiquilicuatres y políticos putrefactos, aunque en cuestión de valores y virtudes estén bajo mínimos.

Si a los dirigentes les diera por la honradez y la cultura, a los padres por educar a los hijos y los profesores pudieran trabajar en paz, serían más famosos Homero, Plutarco y Cervantes que esos absurdos fenómenos sociales llamados Belén Esteban o Paquirrín; y la gente visitaría más la decoración del Monasterio de San Jerónimo con toda su simbólica carga cultural que el botellón de los fines de semana. Pero el que no sabe es como el que no ve, aunque tiene aún mucho más delito el que fomenta la ceguera.

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