Emblemáticos árboles de Granada
Hay plantas emblemáticas como lo puede ser el papiro en Egipto, el cerezo en Japón, el nopal en Méjico o el olivo en Jaén. Que nadie toque a los más emblemáticos de nuestra historia localEl granado da nombre a la ciudad · El laurel de la Reina, el ciprés de la Sultana, el cedro de San Juan de la Cruz, el ginkgo biloba de Martín Vivaldi y las acacias de Benítez Carrasco
EL 21 de marzo, además de la primavera, algunos celebran el Día del Árbol. Ha sufrido mucho Granada con las talas de sus árboles. Todos recordamos las movidas en el Camino de Ronda, en Calvo Sotelo, en los Mártires, etc. También la Vega fue talada en aquellos días de la conquista del Reino por los Reyes Católicos. Pero por lo menos se salvó el laurel (los laureles) de la Reina, aquél bajo el que se refugió la reina Isabel cuando, llevada de la tópica curiosidad femenina, quiso contemplar demasiado cerca los frutos de su conquista. Por cierto, no la mataron de milagro. Un motivo más para los que se empeñan en su beatificación.
Hay plantas emblemáticas como lo puede ser el papiro en Egipto, el cerezo en Japón, el nopal en Méjico o el olivo en Jaén. Que nadie toque a los más emblemáticos de nuestra historia local, empezando por el propio granado de cuya fruta se beneficia el nombre de la ciudad y así figura en su escudo.
Pero hay además otros que en Granada nos resultan entrañables por su fondo de leyenda: el ciprés de la Sultana, el cedro de San Juan de la Cruz, el amarillo del Ginkgo Biloba que inspiró a Elena Martín Vivaldi y las acacias albaicineras de Benítez Carrasco.
Sobre todos estos árboles representativos de la historia y la literatura local se ciernen bonitas leyendas y curiosas anécdotas que los granadinos debiéramos recordar de vez en cuando. Algunas ya nos las contó bellamente el inolvidable Fidel Fernández.
Fue, según Bermúdez de Pedraza, una "travesura real" llevada a cabo en 1491 cuando salió la reina de Santa Fe con los príncipes Juan y Juana y su escolta de soldados y caballeros hasta La Zubia. Se enteraron los granadinos, salieron a su encuentro y por poco la matan. En 1501 fundó en aquel lugar el convento de frailes recoletos franciscanos de San Luis, por haber ocurrido el suceso en la fecha de conmemoración del santo.
Tal vez sea verdad que Boabdil se enteró de los amoríos de su esposa Morayma con un caballero Abencerraje en aquellos parajes del Generalife, donde hoy pervive como un fósil vegetal el llamado por la leyenda "el ciprés de la Sultana". La reacción del Rey Chico contra los Abencerrajes fue fulminante, pero lo que le haría a Morayma no me lo sé bien.
Dicen que en su retiro espiritual al Convento de los Mártires San Juan de la Cruz plantó un cedro que hoy continúa siendo lugar de peregrinación mística de los fieles seguidores del ilustre carmelita. Sea cedro o ciprés queda la huella vegetal como una "llama de amor viva" para ser visitada por todos los que quieran subir a ese otro Monte Carmelo.
Todavía se conserva en el Jardín Botánico el árbol y el poema Ginkgo Biloba que en su día escribió la granadina Elena Martín Vivaldi dedicado al amarillo de otoño de ese árbol milenario y al que puso música Juan Alfonso García: "Un árbol. Bien. Amarillo de otoño / y esplendoroso se abre al cielo…"
Y recientemente se ha publicado una preciosa antología de poemas del albaicinero Benítez Carrasco en la editorial Natívola, titulada Los nombres de los árboles en la que no podían faltar sus ya conocidísimas alusiones a las acacias de la placeta de El Salvador, donde nació: yo fui acacia un tiempo / allá en mi placeta, y di / lo que las acacias dan: / verdor, aroma y abril.
Es curiosa la vinculación de este poeta granadino al mundo vegetal. Hijo de carpintero, nace en la ciudad de los Cármenes, junto a tres acacias y se apoya casi toda su vida en un precioso bastón de ciprés. En su poema Herencia de campo tengo, se expresa así: Mi abuelo era panadero / y carpintero mi padre; / por eso me van los trigos / y me van también los árboles./ Herencia de campo tengo /por mi abuelo y por mi padre.
Mi árbol preferido es el magnolio. Me crié bajo ellos en la Plaza de Alonso Cano, grandes son sus flores, lo son también sus hojas y hasta su nombre es magno.
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