pasado con presente incluido

Francisco Gil CraviottoLa sincera sencillez

  • Trabajó de periodista en el diario 'Patria' y se exilió a Francia en 1964

  • Ejerció de profesor de español en París, donde se licenció en Letras en la Sorbona

  • Tiene más de veinte libros publicados entre novelas, biografías, ensayos y traducciones

Más de una vez lo he visto pasear por la Carrera de la Virgen o por el Violón, casi despojado de volumen, ingrávido, absorto en cualquier idea que le pasara por la cabeza. A veces lo he saludado y a veces lo he dejado pasar para no perturbar el orden riguroso de sus pensamientos. Se mueve con la parsimonia propia de la edad (tiene 85 años) y da la impresión que es que es más frágil de lo que probablemente es. Tiene la voz queda, la mirada huidiza y es solícito y comedido siempre que no está entre buenos amigos. Cuando yo lo conocí acababa de regresar de París, donde ha estado viviendo casi cuarenta años ejerciendo de profesor de español y traductor. Era un periodista del antiguo diario Patria y se fue a Francia porque aquí no podía aguantar el ambiente tan cerrado en el que se vivía. "También porque quería conocer otros ambientes y porque allí pagaban infinitamente mejor", dice a medias entre un rictus de seriedad y la risa contenida. Es licenciado en Letras por la Sorbona de París y autor, hasta ahora, de veinte libros entre novelas, ensayos, biografías y traducciones. Es académico de las Buenas Letras, le apasiona la jardinería y odia el fútbol porque considera que es un elemento de alienación de las masas. "Jamás he visto un partido, ni en vivo ni por la tele", dice, una declaración al menos inquietante en un tiempo en el que millones de aficionados están pendiente de los resultados del Mundial. Sus amigos han escrito sobre él en un libro que recientemente ha publicado el Centro Artístico y no hay adjetivo o sinónimo de la bondad o la bonhomía que no haya sido utilizado en los textos sobre su persona. Si usted va a un acto cultural en Granada, sea la presentación de un libro o una conferencia de experto, y ve a una persona de edad provecta que intenta pasar desapercibida, en furtiva actitud y acurrucada en un asiento de la últimas filas, ese es Francisco Gil Craviotto (con dos 'tes'), que como las plantas necesitan el agua para sobrevivir, él necesita la cultura para corroborar, al menos, que ha valido la pena vivir.

Le apasiona la jardinería y odia el fútbol porque considera que es un elemento de alienación Tiene envoltura de un hombre corriente, de hombre tradicional, de hombre sencillo

INFANCIA EN EL CAMPO

La conversación se desarrolla en un recoleto piso que Gil Craviotto tiene cerca del Paseo del Violón, un piso con muchas fotos, libros y cuadros de Moleón, Nono Carrillo y de su mujer María Luisa, que le da al óleo y a las acuarelas. Viene de la calle y su esposa le aconseja que se quite su inseparable gorra. Tiene envoltura de un hombre corriente, de hombre tradicional, de hombre sencillo al que ya le vienen grandes los cuellos de las camisas. De modales exquisitos y amena conversación, nos distraemos en temas varios antes de darme un librito (por el número de páginas, no por su contenido) en el que ha relatado gran parte de su vida y que ha titulado Casi unas memorias.

-Toma, aquí va casi todo mi pasado. Bueno, no todo porque el libro lo tuve que hacer aprisa y corriendo y se me han olvidado muchas cosas.

Francisco Gil Craviotto, Paco para los amigos, nace en la localidad alpujarreña de Turón en 1933, en aquellos años preludio de la Guerra Civil. Es fácil imaginarlo como un niño contemplativo que se embelesaba mirando el campo, las flores y el volar de los insectos, o los charcos que quedaban en la calle después de una noche de lluvia. "¡Era tan maravilloso ver las casas y las nubes colgadas en el fondo de un charco!", dice Paco en sus memorias. La infancia la pasa jugado con sus primos y amigos buscando nidos, cogiendo grillos para enjaularlos y buscando piñas para sacarle los piñones a base de porrazos. Él apenas se entera de los males de la guerra porque su conciencia aún estaba sin moldear, pero sí de la posguerra. "Con las hambrunas y las cartillas de racionamiento, nos llegaron muchas enfermedades como la tuberculosis, el tifus, la colitis, la sarna o el piojo verde, que era una variedad del tifus. Eso sí desapareció por completo otra enfermedad que se había dado antes y que volvería después: la obesidad", cuenta Paco.

De todas maneras él era feliz pasando largas temporadas en el cortijo El Marchal de sus abuelos o en las casas de sus primos de Berja o Laroles. En la escuela tuvo un maestro un tanto amargado que les hacía aprender de memoria poemas dedicados a Franco, José Antonio Primo de Rivera o Queipo de Llano. Hasta que termina la escuela y con seis años es arrancado de la tierra en la que vive y trasplantado a un internado de Almería.

-Aquellos fueron sin duda los peores años de mi vida. Había pasado de la libertad del campo a tener que ir a misa todos los días, confesar los pecados los sábados, asistir a los ejercicios espirituales o estar totalmente callado durante las comidas mientras alguien leía en un atril vidas de santos. Te puedes imaginar el ambiente.

Cuando sale del internado su padre quiere que estudie Derecho en Granada.

-La ilusión de mi padre era que un día yo fuese abogado, por eso me matriculé en Derecho. Pero yo no tenía vocación, mi vocación era la escritura.

Es así cuando comienza a colaborar en el entrañable diario Patria, que por entonces dirigía el no menos entrañable José María Bugella. Dice que era tal sus ansias de escribir, que a veces él solo rellenaba medio periódico. Confiesa que en su familia eso de ser periodista o escritor en ciernes se aceptó como un mal menor. "Peor es que hubiera salido mariquita", comenta que solían decir los amigos y vecinos de sus padres.

LA GOTA QUE COLMA EL VASO

En los comienzos de los sesenta Paco es ya muy conocido en los ambientes intelectuales de Granada. Pero sus ingresos no le dan para vivir e independizarse de sus padres. A ese descontento hay que unir el momento de censura y represión que se vive en nuestro país. En una redada de la Policía en esos tiempos de concentraciones y cachiporra, son detenidos Rafael Guillén, Ladrón de Guevara, Juan Burgos y otros que no se acuerda. Y cuando sale la noticia en el periódico, su padre le dice en plan reproche: "Mira qué amigos tienes".

-Esa fue la gota que le faltaba a mi vaso. Desde ese momento mi obsesión fue largarme. Largarme no solo de Granada, sino de España. Decir adiós a aquel ambiente beatífico y opresivo de mi entorno, liberarme de una vez y para siempre del yugo familiar, del yugo de los amigos de la familia y de toda la hipocresía y explotación en la que vivía.

Da la casualidad que su mujer (por entonces su novia) también piensa igual que él y nada más casarse, se largan, con una manos atrás y otra adelante, a Francia. Creyeron que era mejor huir de aquel tedio en el que había que ir desalojando a cada paso las cortapisas que obstaculizaban la felicidad.

-Podíamos habernos ido a Alemania donde estaba nuestro amigo el pintor Nono Carrillo, pero a mí me gustaba Francia y en concreto París. Fue, pienso ahora, una temeridad que resultó bien, pero que también pudo haber resultado mal.

El joven matrimonio se instala en la Francia de Charles de Gaulle que se abría comercialmente al mundo y necesitaba profesionales que supieran hablar español por el enorme mercado que se había abierto en Latinoamérica. Paco es contratado en la Academia Gaya, que había sido fundada por un aragonés llamado Marcelo Gaya. Allí está unos años ejerciendo de profesor de español. Mientras tanto también perfecciona su idioma natal porque su meta era licenciarse en Letras en la Sorbona de París. Mientras da clases en la Sorbona, se sucede el famoso mayo del 68.

-Yo, la verdad es que no me impliqué. Daba clases nocturnas y me interesaba sacar el título y no meterme en follones. Además, si a los inmigrantes nos cogían, acabábamos de patitas en la frontera y yo, la verdad, no me quería arriesgar.

Paco hace su tesina sobre Manuel Azaña y estaba escribiendo la tesis para doctorarse cuando encuentra trabajo en una multinacional, también como profesor de español. A todo esto no olvida la escritura. Sigue con sus colaboraciones periodísticas y escribe libros como Mis paseos con Chica, unas reflexiones y encuentros con personas mientras pasea por las orillas del Sena con su perra, una pastor alemán "tan inteligente que sabía dos idiomas. No sabía hablar pero me obedecía tanto si le hablaba en español como en francés, jajajaja".

A estas alturas de sus respectivas vidas Paco y María Luisa tienen ya dos bocas más que alimentar: Sonia Chantal y Ariadna. Por eso él se ve obligado a coger un segundo trabajo: el de las traducciones de todo tipo, desde material narrativo a contratos comerciales.

-Las vacaciones siempre veníamos a Granada. No nos podíamos permitir el lujo de dejar de quererla.

EL JARDINERO FIEL

A Paco le das una rosa roja y es capaz de convertirla en un rosal de rosas blancas. Otra de sus pasiones es la jardinería y la casa que compró gracias a las traducciones que hacía ("me pagaban a cuarenta céntimos de franco por palabras") tenía un apartado dedicado a jardín en donde cultivaba todo tipo de flores.

-En 1989 el Ayuntamiento de Les Mureaux nos dio el segundo premio de Jardines Floridos de Francia por el jardín de mi casa de la rue Paul Bert.

También da clases de español en la Embajada de España, pero ya cuando ha muerto Franco y gobierna en España Adolfo Suárez. Sus alumnos hablan a medias entre francés y español y él tiene la misión de ordenar sus mentes. Hasta que cumple 60 años y la multinacional en la que trabaja le propone la jubilación anticipada. Acepta a la tercera propuesta.

-A final de los ochenta cayó sobre la numerosa colonia española que vivíamos en Francia el síndrome del retorno. Todo el mundo regresaba a España. Nosotros no lo hicimos en un principio porque allí estaban ya mis hijas trabajando. A partir de 1993 decidimos pasar los inviernos en Granada y los veranos en Francia. Hasta 2007 en que volvimos definitivamente. Me encontré con un país muy diferente al que había dejado. Era mucho más rico, más tolerante y más libre.

Para entonces Paco ya había publicado varios libros y había traducido la novela de Octave Mirbeau titulada Sebastián Roch, pero en la maleta se trae algunos inéditos que comienza a publicar aquí en Granada: Los cuernos del difunto, Retratos y semblanzas con la Alhambra el fondo, Mis paseos con Chica, La verja del internado… Yo he leído alguno de sus libros y creo que están escritos con una capacidad expresiva ocurrente y sagaz y que crea imágenes de memorable eficiencia, y todo ello sazonado con porciones estimables de ironía y humor (a veces negro) y sorpresas literarias agazapadas tras el portón de la creatividad.

El tiempo pasa rápidamente con Paco. Esa es otra de sus virtudes. Él, agnóstico convencido y que se autoexilió por el ambiente enrarecido que existía en España, es de los que cree que hay que olvidar, pero recordándolo todo. La última parte de la conversación la dedica a hablarme de sus dos nietos, de su proyectos literarios (tiene en imprenta un ensayo sobre veinte mujeres perseguidas, desde Hipatia de Alejandría hasta Mariana Pineda y está a punto de salir uno de fotografías de Enamoneta sobre la Alpujarra con textos suyos) y de su afición a pasar todos los días un par de horas leyendo, a través del ordenador, varios periódicos. También me dice que le gustaría ir más a Francia pero que eso siempre cuesta una discusión en su casa porque su mujer quiere ir en tren y él en avión. Normal. Cuando me despido de él y de María Luisa, tengo la impresión de haber extraído del tiempo que he estado en su casa la esencia de la sencillez, esa cualidad que tan difícil es de conseguir hoy día. "Mi vida no es una obra perfecta, pero sí una obra sincera. Sincera conmigo mismo y con mi vocación", me dice Paco antes de salir.

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