Fundación Sierra Elvira: Cómo sacar a 100 personas de la marginalidad sin ayudas públicas

En desarraigo, en desventaja social, víctimas del maltrato o de la exclusión social; 95 personas de 25 nacionalidades conviven en una antigua fábrica de yesos convertida en una escuela de vida gracias al proyecto que Ignacio Pereda soñó hace casi 30 años

Ana González Vera /Granada

21 de octubre 2012 - 01:00

El portón verde entornado recubre una antigua fábrica de yesos gris. Al arrastrarlo, el gris estalla en colores y muestra en el número 1 de la Avenida de Moisés, en Sierra Elvira, la frenética actividad de 95 personas procedentes de 25 nacionalidades del mundo. Los quehaceres se derraman a lo largo de 5.000 metros cuadrados que los habitantes han conseguido convertir en un centro de aprendizaje, de trabajo y de vida. Es la Fundación Escuela de Solidaridad de Sierra Elvira, una organización fruto del sueño que Ignacio Pereda ideó hace 28 años.

La filosofía de la casa se asienta en la idea de hacer de todos sus miembros una gran familia donde convivan y donde cada uno aporte lo mejor de si. Personas en desarraigo, en desventaja social, víctimas del maltrato o de la exclusión social, todos llegan en busca de un techo y, sobre todo, de una familia.

La grandeza del proyecto impresiona más cuando Ignacio cuenta que la casa se mantiene sin un euro de ayudas públicas, sólo con donaciones de particulares y con el dinero que son capaces de generar sus miembros a través del trabajo que realizan en los talleres. Los hay de todas las temáticas repartidos a lo largo de toda la parcela, hoy propiedad de la Fundación pero antaño en ruinas y abandonado por un constructor que tuvo que cerrar.

Talleres de forja, de carpintería de aluminio, de madera, de velas de vidrio, de jabón, de reciclaje de tóners de impresora... Las actividades son de lo más variopintas. Tanto, que mientras vamos andando por el inmenso patio nos encontramos a Mercedes recogiendo berenjenas en el huerto, a Peter arreglando la cosecha o a Mirta amasando pan. Leo trabaja en otra parte de la casa, es peluquero, y ofrece sus servicios con una amplia sonrisa. Quiere seguir formándose y cree que su paso por la casa le permitirá tener un futuro. Aquí todo el mundo tiene alguna destreza especial, y sino, se la enseñan sus compañeros. Nataliya enseña orgullosa sus manos que son su herramienta de trabajo. Es masajista profesional y pone en práctica sus conocimientos terapéuticos a cambio de la voluntad a las personas que se acercan hasta la casa.

Las actividades están siempre en continuo movimiento. Para los próximos meses Ignacio ya hay varios proyectos en mente. Los integrantes de la casa están trabajando en un nuevo horno de pan más grande que les permita vender su producción al pueblo; van a construir una piscifactoría de Tilapia (un sabroso pescado de origen africano) y van a hacer un taller de radio por internet y otro de reparación de electrodomésticos.

Además del talento que concentra la casa, Ignacio pensó que había que buscar más fuentes de financiación que permitieran a la Fundación autogestionarse, y así nació la Casa 7, una estancia con amplias salas abiertas a cualquier colectivo que quiera desarrollar una actividad cultural. Además, ofrecen alojamiento a modo de hotel por un más que módico precio. "La experiencia nos dice que lo mejor es la autogestión. Las organizaciones se vienen abajo cuando su filosofía es vivir de las subvenciones", explica el director de la Fundación.

Mientras Ignacio nos atiende contesta llamadas, supervisa el trabajo de los chicos y cierra gestiones con todo el que se encuentra a su paso. Una de las llamadas es un aviso importante. Una joven de 21 años embarazada de 8 meses y con un niño pequeño de un año y medio llegará en unas horas. Están justos de sitio, pero se le busca espacio por donde sea. No estará sola. En la casa hay 14 madres y una veintena de niños. Todos los integrantes comparten un factor común: el 99% de ellos no tiene ni un techo ni ingresos.

El boca a boca y las derivaciones de los servicios sociales comunitarios han llenado el centro hasta cotas nunca vistas. Ignacio no oculta su preocupación por la cantidad de llamadas que reciben a diario y por la imposibilidad de darle respuesta a todas. Son los estragos de la crisis.

En principio, cuando las personas entran a la casa lo hacen por tiempo indefinido. Hasta que lo necesiten. Muchos consiguen formarse y estabilizar sus vidas así que cuando se sienten fuertes empiezan una nueva etapa fuera. Otros se quedan durante toda la vida. Es el caso de Jesús y Gregorio, que llevan con Ignacio desde hace 28 años. Una enfermedad y la ausencia de familiares ligará la vida de uno de ellos para siempre a la de Ignacio.

Dando un paseo por la casa es fácil ver la cantidad de trabajo que hay por hacer. Narciso, el secretario de la Fundación reconoce que "cuanta más crisis haya, más trabajo hay aquí". Además del trabajo, la formación en la casa se basa en cuatro pilares fundamentales: la residencial, la ocupacional, la formativa y la espiritual. "La parte ocupacional está compuesta por seis horas de trabajo por la mañana, por la tarde tienen que desarrollar la parte formativa mientras que la parte espiritual está formada por cuatro horas semanales de aprendizaje de convivencia. "Intentamos que haya mucha integración y que de esta forma se diluyan los problemas". No siempre es posible, así que cuando es necesario recurren a la ayuda de psicólogos y profesionales médicos.

"El clima que se vive en el hogar es el de una familia. A la vez que se cumple un papel socializador, la casa se constituye en el punto de partida para llevar a cabo la recuperación personal y se convierte también en una plataforma para la integración socio-laboral de las personas que viven en ella", explica el presidente de la Fundación Escuela de Solidaridad.

La mañana avanza y el olor de las berenjenas fritas y el pan recién hecho se apoderan de la casa. Hay que darse prisa porque los niños llegarán en breve del colegio y en esta casa es costumbre comer todos juntos.

Antes de volver a abrir el portón entornado de la casa, el que se va, y el que llega se encuentra con un cartel de madera tallada que reza así: "Lo que guardé no lo tengo, lo que tengo lo perdí, sólo tengo lo que dí".

stats