Hans Christian Andersen, el patito feo en la Alhambra
El conocido autor danés de cuentos infantiles visitó Granada en 1862 El escritor se alojó en las alhambreñas fondas de la Alameda y de los Siete Suelos Se sintió más atraído por el Generalife
Podría haber sido el autor ideal de los cuentos de la Alhambra, el narrador de historias y leyendas, pero prefirió darle vida a personajes que pertenecen a las páginas de la literatura universal como La sirenita, El soldadito de plomo y La reina de las nieves. Era el escritor danés Hans Christian Andersen, (Odense, 1805-Copenhague, 1875), quien visitó Granada en 1862, una experiencia que quedó reflejada en su libro Viaje por España. El escritor nunca fue lo que se dice muy atractivo. Su rostro de expresión caballuna, su larga nariz y sus ojos tristes no eran los ideales para seducir amorosamente a nadie. Tuvo una infancia de pobreza y desdicha, un trabajo en el que fue vejado, un pésimo estudiante, y homosexual, de ahí que no fuera extraño que hallase en El patito feo una especie de alter ego. Andersen era consciente de su fealdad, se hizo retratar muchas veces, pero en pocas llegó a complacerle el resultado. Así escribía en su diario, el 22 de mayo de 1854, desde Dresde: "Fui a que me fotografiaran y posé tres veces; me parecía a un cascanueces mondo".
Andersen mantuvo desde niño su interés por España. Recordaba con cariño a los españoles que estuvieron en la isla de Fyn en 1808, y escribió dos piezas teatrales representadas en 1836, Spanierne i Odense (Los españoles en Odense) y Fem og Tyve Aar Derefter (Veinticinco años después), que refieren los amorosos contactos entre los soldados españoles y las danesas en Odense.
Dos veces planeó viajar a España, en 1846, en la que en la frontera, renunció entrar ante el calor abrumador, y en 1860, cuando una epidemia de cólera le llevó a posponer su viaje. Al fin cruzó la frontera dos años después, en 1862 en compañía del estudiante Jonas Collin, nieto de su principal benefactor, con quien llegó a recorrer casi todo el país por tierra y mar, en tren, diligencia y barco de vapor.
Un Andersen viajero es paradójico. Su carácter de infatigable aventurero chocaba de pleno con su condición hipocondríaca y enfermiza, víctima de un eterno dolor de muelas y con la aprensión constante de estar próximo a sucumbir en alguna espantosa catástrofe.
La decisión final se la debió a dos amigos y viajeros que habían estado en España. En enero de 1862, el escritor habló con Ferdinand Meldahl y, posteriormente, escribió una carta a su amigo Jacob Kornerup, que ya había viajado por España y en esta misiva Andersen le solicitaba información sobre la época ideal para viajar a España. La imagen que Andersen tenía de España en ese momento era tan pintoresca que una escritora danesa amiga que había ya había hecho su recorrido español, Henriette Wulff, criticó la obra recordándole a Andersen en una carta lo que éste había escrito antes: "Es algo que hay que ver, no puede describirse".
El 4 de septiembre de 1862 atravesó la frontera por la Junquera. A sus cincuenta y ocho años, era uno de los escritores más populares de Europa. Málaga figuraba en el itinerario de los dos viajeros como el punto de partida hacia Granada, la ciudad que respondía mejor que cualquier otra a la imagen tópica de la España exótica que se había forjado en su imaginación. Les recibió una Granada engalanada para la visita de la reina Isabel II, y a esa ciudad dedicó Hans Christian Andersen más páginas que a cualquier otra en su libro Viaje por España. "El luminoso día de sol se transformaba en fulgor de ocaso, y ya convertíase Granada en una ciudad de cuento; estábamos en el mundo de hadas de Las mil y una noches".
Andersen llegó en compañía del joven Jonas Collin, de 22 años, hijo de su amigo Edvard y nieto de Jonas Collin, el mentor más destacado de Andersen, un rico financiero que, desde su cargo de director del Teatro Real de Copenhague, fuese fundamental en su carrera literaria. El autor danés era homosexual y sus tempranos amores fueron el actor Riborg Voight y Edvard hijo de Jonás Collin, aunque la atracción sentida hacia este último pudo ser forzosamente platónica ya que Edvard contrajo matrimonio años después, aunque siempre les uniese una gran amistad, también compartida por la esposa. Se ha dicho, posiblemente para disimular la homosexualidad de Andersen, que el gran amor de su vida fue una cantante de ópera, la sueca Jenny Lind, apodada 'El ruiseñor del norte', a la que conoció siendo ya famoso, y con quien mantuviera una profunda y poética relación. Y es que al autor de La sirenita le rechazaron las dos mujeres de las que estuvo enamorado, Riborg Voigt y Jenny Lind.
Andersen y Collin viajaron de Málaga a Granada el día 7 de octubre de 1862 en una diligencia de la compañía La Madrileña, tras ver una corrida de toros en la Malagueta, cuyos carruajes partían durante la noche hacia Granada los días impares, y regresaban los pares, partiendo de nuevo hacia Málaga en diligencia el 28 de octubre de 1862. "El camino que la diligencia ahora lleva a través de la montañas de Málaga a Granada, es más largo que la antigua ruta a través de Vélez-Málaga y Alhama, que generalmente se realizaba a caballo, este último era el más peligroso, y los viajeros que atraviesan, por lo tanto, sólo en las grandes caravanas y bien armados, por regla general, los caminantes solitarios hicieron una escolta contratada con las bandas de traficantes de personas que frecuentaban este camino, y que conocían a fondo las localidades", escribió.
Después de hospedarse en la Fonda de la Alameda, entraron en contacto con la ciudad de Granada. Las tres semanas que Andersen pasó en la capital le dejaron un recuerdo agridulce, tal vez porque se sintió enfermo unos días o porque surgieron diferencias con su acompañante Jonas Collin: "Tres semanas duraría nuestra estancia en Granada -escribió-, veintiún días de sol y de buena vida. Deseaba disfrutar de ellos, apreciar este regalo de Dios; y, sin embargo, mis recuerdos de Granada encierran más amargura que dulzor". "Granada, al igual que Roma, ha sido para mí una de las ciudades más interesantes del mundo; un lugar donde creí poder echar raíces y, sin embargo, en ambas ciudades me sumí en un estado de ánimo de esos que los afortunados menos sensibles llamarían morboso", relató. "La Alhambra es como un antiguo libro de leyendas, lleno de signos de escritura fantásticos, trazados en oro y policromía: cada cámara, cada patio, es una página distinta de la misma historia, en la misma lengua y, sin embargo siempre como un nuevo capítulo", se refirió a los palacios nazaríes.
Entre el 9 y el 14 de octubre de 1862, visitaron Granada la reina Isabel II, acompañada de su marido, el rey consorte Francisco de Asís y de su hijo, el futuro Alfonso XII, que apenas tenía 5 años y de Carlos Marfori, que era su amante de turno, con motivo del viaje que realizaron por Andalucía, celebrando en Granada su 32 aniversario al día siguiente.
Hans Christian Andersen, que ya en Málaga viera cómo se engalanaba la ciudad para recibir a la Corte de Madrid, vivió en Granada una experiencia similar. El escritor describe la estancia granadina de Isabel II, en la que el claustro de la Universidad le regaló una corona de oro labrada con el precioso mineral extraído de las arenas del Darro.
Aunque en la Alhambra relumbraran los fuegos artificiales y en todas partes no encontrara más que "bullicio y buen humor", Andersen confirmaría que, "en tanto, la simiente de mis pensamientos germinaba y se hacia un árbol, cuyas negras y amargas frutas sacudí con versos". Andersen y Collin que paraban, desde su llegada a Granada, en la Fonda de la Alameda, decidieron trasladarse tras la visita real a la Fonda de los Siete Suelos, en la Alhambra. "Collin y yo nos mudamos a la Alhambra, a la Fonda de Los Siete Suelos, que se encuentra cerca de las paredes de la Alhambra, cerca de la puerta tapiada por la que el rey Boabdil, cabalgó tras su derrota por los Reyes Católicos, y el empuje, con su gente, de la tierra que, durante siglos, habían ellos conocido como amos", escribió. Según un comentario del escritor danés, el Generalife le atrajo con mayor frecuencia que los palacios de la Alhambra: "En los jardines del Generalife sentí el primer toque del invierno; una ligera ráfaga de viento, un beso, desprendió en un segundo.
"Las hojas amarillas del follaje".En una última visita a la Alhambra, Andersen coincidió con Charles Clifford, daguerrotipista británico afincado en Madrid hacia 1850 y primer fotógrafo oficial de la Casa Real española, que acompañó en sus viajes a Isabel II. Andersen lo relata así en su libro dedicado a España: "El Patio de los Leones y la Sala de las Dos Hermanas estaban, por orden de su majestad la reina, siendo fotografiados por un famoso fotógrafo inglés; el hombre se hallaba en plena faena, y no se permitía entrar a nadie por temor a que se le molestase". Clifford retrataba a un grupo de gitanos y Andersen pudo ver algo de la escena "a través de los arcos". "En un santiamén estuvo hecha la foto; imposible describirla; quizá algún día la vea; pero esta era, con toda seguridad, la última vez que contemplaba la Alhambra".
Andersen reconoció que las dos ciudades que más le impactaron fueron Toledo y Granada, a la que dedicaría más páginas en el noveno capítulo de su libro de viajes, bajo el título Granada, aunque ya en el capítulo décimo, que titularía 'De Granada a Gibraltar', describiese la partida de Granada y los recuerdos que de ella se llevaba.
La España descubierta por Andersen en 1862 era en parte atrasada y primitiva, pero que conservaba sus exquisitos encantos naturales. Andersen, lo mismo que los restantes pioneros decimonónicos del turismo, entonces llamados viajeros románticos, reaccionó entusiasmado y agradecido al espíritu y al color de aquel país encantado más allá de los Altos Pirineos. Hans Christian Andersen abandonó este mundo en su hogar en Rolighead, que era la casa del matrimonio Melchior quienes estuvieron junto a él en sus años finales cuidándole.
Durante la primavera de 1872, Andersen sufrió una caída desde su propia cama, lo que le produjo heridas graves. Nunca volvió a recuperarse del todo y murió el 4 de agosto de 1875 de un cáncer de hígado, pero, afortunadamente, disfrutando de la admiración y el afecto del público que no ha dejado nunca de serle fiel desde entonces.
Hans Christian Andersen llevaba una bolsita de piel alrededor de su cuello cuando murió, donde guardaba su carta de despedida para Jenny Lind, 'El Ruiseñor Sueco'. O lo que es lo mismo, en sus propias palabras: "Nunca soñé en llegar a alcanzar tanta felicidad cuando era sólo un patito feo".
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