Hastiados, desapegados y numerosos

Los votantes en blanco, 'rara avis' en los albores de la democracia, son ya un 7% de los que van a las urnas, lo que los convierte en la cuarta fuerza política · Estaría bien que tuvieran escaños, vacíos, en el Congreso

Hastiados, desapegados y numerosos
Hastiados, desapegados y numerosos
Guillermo Ortega / Granada

18 de abril 2010 - 01:00

Una semana más, y por suerte o por desgracia ya van varias, al sesudo analista se le plantea la duda: ¿de qué escribir?

Mira los patios más recientes y descubre que su protagonista está siendo el mismo desde hace semanas. No es otro que el PSOE, de lo que se podría inferir que está de moda, o que, por la razón que sea, no me lo saco de la cabeza.

Podría seguir con ellos, que de hecho hoy están en pleno cónclave, demasiado ocupados como para leer estas líneas, con lo que podría aprovechar y vaciarme a base de críticas desmesuradas.

Pero no me apetece, me da como pereza, no sé. Será que tiene razón un amigo que el otro día, hablando de la situación, me dijo que le veía a todo una pinta de provisionalidad que tiraba de espaldas. Que no le encontraba mucho sentido a jugar a las adivinanzas sobre cuál sería la ejecutiva provincial de Teresa Jiménez o cuáles los cambios en las delegaciones provinciales, tan postergados ellos, porque tiene la impresión de que los que entren van a durar dos telediarios.

Que el PSOE, en definitiva, tiene asumida su caída y seguir con el intercambio de cromos y el culebrón -ahora coge Huertas y se va y a lo mejor viene Cuenca para lanzarlo como candidato a alcalde, pero igual no se hace así porque es una tontería y la que sustituye a Huertas es Masegosa, que se queda libre porque Vivienda desaparece. O no, porque puede que la buena mujer asuma Obras Públicas y el que se quede sin silla sea Jorge Rodríguez...- no lleva a ningún lado. Como pasatiempos, conozco muchos más entretenidos.

Buff, si esto lo lee hoy alguien en el Palacio de Congresos y me ve luego, es capaz de correrme a gorrazos. Menos mal que estarán en lo suyo.

A lo que iba: que, descartada la idea de hablar del PSOE y sus tribulaciones, y alejada de mí la tentación de meterme con los peperos y sus gurteladas, que como siga así la cosa le hacen perder fuelle justo en la recta final y seguir en la oposición, me decanto por algo que, bien mirado, guarda relación con lo uno y con lo otro.

Según vi en una encuesta no hace mucho, resulta que el 7% de la población dice que cuando llegue la hora de votar se plantará en el colegio electoral, enseñará su DNI y dejará que el presidente de la mesa deposite su papeleta en la urna. Pero, sorpresa sorpresa, no habrá papeleta. Será lo que se conoce como un voto en blanco.

Los votantes en blanco -si es que esa denominación es correcta, que no lo tengo muy claro- eran rara avis cuando la democracia se instauró. Constituirían en torno al 0,4% del total. Eran menos los votos en blanco que los nulos, cosa que en parte se entiende porque había gente, a esas alturas de la película, que ni siquiera sabía cómo había que actuar en esos casos y, un poner, subrayaban el nombre de su candidato favorito para que no hubiera lugar a equívocos, o bien lo tachaban de la lista, o ponían detrás de su nombre un epíteto poco cariñoso... Travesuras de entonces.

Pero, a la chita callando, el votante en blanco se está haciendo poderoso. Ese 7% situaría probablemente a ese hipotético partido como cuarta fuerza política, pisándole los talones a Izquierda Unida y bastante por encima de esas terceras vías que salen por ahí, tipo UPyD, que tengo para mí que las tapas de Valenzuela y el arte de Díaz Berbel igual les servirían para progresar, aunque allí se aferren a las primarias y a esas cosas tan modernas con las que quieren dar ejemplo.

El voto en blanco, obviamente, no se traduce en escaños. Pero no estaría mal, si nos fijamos. Es cuestión de imaginarse que su porcentaje de votos equivaliera, digamos, a tres diputados y que se les reservara tres escaños -vacíos, lógicamente- en el Congreso. Llamaría la atención, pero además nos ahorraríamos un pico en sueldos, dietas y desplazamientos.

Pero, lo más importante, el gesto simbolizaría un descontento creciente. Que en realidad creo que va bastante más allá de ese mentado porcentaje. Lo que pasa es que la gente -la que ya ha dejado de creer que los políticos mejorarán nuestras vidas, se entiende- es al final muy comodona. Y vota.

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