"Fusilad a Pretel y a toda su estirpe"
Historias de Granada
La familia granadina que tuvo que huir a Rusia durante la guerra civil ante la amenaza del comandante Valdés de acabar con ella
La madre, una ferviente católica, se sintió desarraigada y desdichada en aquella tierra
María Luisa Pretel ha cumplido 84 años y se ha convertido en la última 'niña de la guerra'
En el comienzo de la novela Ana Karenina, de León Tolstói, se dice muy bien: "Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera". La familia Pretel fue infeliz a su manera. Me he acordado mucho estos días de guerra en Ucrania de lo que me dijo una vez un miembro de esta familia granadina, Damián Pretel, sobre Rusia.
Damián fue uno de aquellos niños que fueron enviados a la URSS para preservarles de los horrores de la guerra civil española. Su padre, el goreño Antonio Pretel Fernández, había sido un destacado dirigente comunista durante la República y se marchó a Moscú con toda la familia (su esposa y cuatro hijos de corta edad) para evitar las represalias al terminar la guerra. Las órdenes del comandante Valdés habían sido claras: "Fusilad a Pretel y a toda su estirpe". Así lo dice Damián en una autobiografía inédita en la que cuenta parte las peripecias de la familia hasta llegar a Moscú. Para aquellos niños la ideología del padre marcó el vértice de su destino.
Ahora, en mis recuerdos, me veo en 2005 sentado junto al profesor Damián Pretel Martínez, el hijo de Antonio Pretel Fernández, en una mesa con encimera de mármol en un café céntrico de Granada. Es un hombre que está ya cerca de los setenta. Luce gafas oscuras y el escaso pelo que le queda encima de las orejas ya está blanco. Su voz es clara y serena. Acaba de publicar un libro titulado La civilización de los pasos perdidos. Por eso estoy allí con él, porque quiero hacerle una entrevista. Llevo en mi libreta apuntado lo que había investigado sobre su vida. Damián había cursado la carreta de Filosofía en la Universidad de Moscú, pero se había doctorado en La Habana, donde había casi siete años de profesor. Al volver a España en 1977 formó parte del PCE y había sido concejal por este partido tras las primeras elecciones municipales democráticas.
Para documentarme sobre su vida, llevaba la fotocopia de una entrevista que le hizo Antonio Ramos nada más regresar a España. La entrevista tenía un atractivo título: 'Una copa de vodka con Damián Pretel'. En ella, fechada en 1977, le dice al periodista que se fue de Granada con seis años y que había vuelto a los 46. Y que había estado veinte años sin ver a su madre. Cuenta como vivía con sus tres hermanos (Enrique, Antonio y María Luisa) en casas para niños españoles mientras sus padres estaban trabajando en un campo de concentración. También dice que había encontrado cambiada a Granada y que en muchos sueños que tenía en la fría Rusia aparecía La Alhambra. Cuando vino de La Habana estuvo algunos años en París con su mujer y sus dos hijos y al establecerse en Granada había encontrado trabajo en la Universidad como profesor. Además de lo que llevaba apuntado en mi libreta, en mi memoria guardaba lo que me había contado sobre él Esteban de las Heras, que siendo director de la Hoja del Lunes publicó en primera página una foto de González Molero rodeada de cierto morbo en la que se veía al comunista y filósofo marxista Damián Pretel inclinado ante las reliquias de San Cecilio en la Abadía del Sacromonte, donde había subido con la primera corporación municipal democrática a celebrar el día del patrón. Los periodistas se habían echado a apuestas sobre si los concejales comunistas se iban a inclinar ante las reliquias del santo. Al final lo hicieron.
Civilización fascinante
El filósofo comunista, que falleció hace unos cinco años, estaba convencido de que Rusia, a pesar del derrumbe de la Unión Soviética, era parte importante de nuestro continente y que, por aquellas fechas, seguía siendo fundamental en las soluciones de las grandes crisis que sucedieran en el mundo. En mi entrevista Pretel defendía la civilización rusa, que consideraba fascinante y completamente diferente a las demás, además de ser capaz de generar un espectacular e influyente desarrollo cultural. Aunque Damián advertía que también era una civilización en que la que se había dado una gran veneración por la violencia, como no se había dado en ningún otro país de Europa. Para él los bolcheviques se habían cargado la civilización rusa y Stalin había sido un déspota sanguinario.
Y como digo, me he acordado de las palabras de Damián Pretel viendo lo que está sucediendo actualmente con la invasión de Ucrania por parte de Rusia. No sé lo que pensaría de esta situación el profesor Pretel, pero mucho me temo que constataría su teoría de que la rusa es una civilización que puede dar los mejores escritores, músicos o pensadores, pero también puede dar la más indeseada violencia.
El diputado del Frente Popular
Se denominan 'Niños de Rusia' o 'Niños de la guerra' a los miles de menores de edad enviados al exilio durante la guerra civil española desde la zona republicana a la Unión Soviética, entre los años 1937 y 1938, para evitarles los rigores del conflicto. En total unos 37.500 niños fueron enviados por la República al extranjero en operaciones de salvamento. Cuatro de esos niños fueron granadinos, hijos de Antonio Pretel Fernández, que había sido diputado en Cortes durante la República y gobernador civil de Murcia.
Antonio Pretel nació en Gor en 1903 y murió en el exilio de Rusia en 1980. Abogado de profesión, fue miembro del Comité Regional del sindicato provincial de abogados de la Unión General de Trabajadores (UGT). También estuvo afiliado al Partido Socialista Obrero Español (PSOE), donde fue presidente de las Juventudes Socialistas de Granada. Según me cuenta Juan Francisco Arenas de Soria, uno de los tres autores del libro sobre Antonio Pretel Fernández (los otros dos son Francisco Vigueras e Isidoro Coello), la militancia política de éste sufrirá una importante transformación a partir de 1934, cuando tras su implicación en el proceso revolucionario se ve obligado a exiliarse de la provincia de Granada, mientras otros de sus compañeros serán encarcelados, como es el caso de Alejandro Otero. Su enfado, ante lo que considera una falta de implicación del PSOE en el proceso revolucionario, le llevan a abandonar la formación política granadina e ingresar poco después en el PCE. Aquí en Granada, Antonio Pretel Fernández se convertirá en poco tiempo en el líder de referencia de la organización comunista. Ocupó su secretaría provincial y trabajó en el desarrollo organizativo de la misma. Participó en las elecciones de 1936 por las candidaturas del Frente Popular y logró el acta de diputado en la circunscripción de Granada. Una vez iniciada la Guerra Civil llegó a mandar las llamadas milicias comunistas, junto a Graciliano Fernández. Fue uno de los dirigentes republicanos que lograron sofocar una conspiración golpista en Motril. En enero de 1937 fue nombrado gobernador civil de Murcia, cargo que desempeñó hasta julio de ese año.
El acérrimo comunista Antonio Pretel Fernández estaba casado con Ana Martínez Carmona, una mujer católica de profundas creencias religiosas con la que no terminaría su vida matrimonial. Los investigadores coinciden que Antonio Pretel mantuvo una relación muy estrecha (se supone que también sentimental) con Lina Odena, una joven miliciana ahijada de la Pasionaria a la que le sorprendió la guerra civil en Almería. Lina Odena intervino con Pretel en la toma de Motril y se suicidó pegándose un tiro una noche en la que el chófer que la llevaba se equivocó y fue a dar con un control de falangistas cerca del pantano de Cubillas. La joven comunista prefirió morir antes de ser apresada. Antonio Pretel dijo sobre ella que en poco tiempo se había convertido en "mi enfermera, mi consejera, mis pies y mis manos". Lina tenía 25 años y fue enterrada en el cementerio de Granada, en el sitio destinado a los suicidas.
Es en marzo de 1939, cuando la guerra está casi terminada y se sabe ya quién va a ganarla, cuando a Antonio Pretel le comunican que va a ser repatriado a Rusia junto con su familia. Su vida corre peligro. Con él van sus tres hijos (Enrique, con nueve años; Damián, con seis; y Antonio, con tres) y su esposa Ana, que va embarazada. La familia huye vía Gibraltar, desde donde en un buque británico llega a Orán. En Granada, el comandante Valdés había dado una orden: "Fusilad a Pretel y a toda su estirpe". Es en plena travesía donde Ana Martínez dará a luz a su hija María Luisa. Desde Orán la familia pasa a Barcelona, después a Port Bou y finalmente a Moscú.
En la capital rusa Antonio Pretel trabajará en la reorganización de todos los exiliados que llegaban de España. Poco después su patria de acogida le permitirá trabajar en la Editorial de Literatura Extranjera y como traductor para la agencia de noticias TASS. Allí permanecerá la familia hasta 1953 en que, tras la muerte de Stalin, se permiten las primeras repatriaciones a España. Ana Martínez no podía seguir viviendo allí y regresa en 1956 para establecerse definitivamente en Granada. Aquí todas sus posesiones habían sido incautadas por el Tribunal de Responsabilidades Políticas, que aplicó la norma de expoliar los bienes de las personas que habían apoyado al gobierno de la República. En Rusia había sido una mujer infeliz y desarraigada, sobre todo tras la II Guerra Mundial. Con ella se vienen sus hijos María Luisa y Antonio, mientras que Enrique y Damián se quedan con su padre en Rusia. A partir de ahí los Pretel jamás estarán unidos. Las ideologías también son capaces de destruir familias.
Integración
Tanto Damián como Enrique se integraron bien en el sistema de vida ruso. El primero trabajará como profesor de Derecho en la Universidad de Moscú y el segundo como ingeniero. Damián también colaborará con el PCE en las escuelas de formación que se organizaban en Rumanía para jóvenes españoles que salían de manera encubierta de España. Enrique se instalará poco después en Cuba y María Luisa, después de estar un poco tiempo en Granada, vuelve a Rusia, donde ejercerá como profesora de Historia.
Cuando muere Franco y se produce la Transición, Antonio Pretel Fernández, que ya había formada otra familia en Rusia, muestra su deseo de instalarse en España. Tiene 76 años y carece de recursos económicos. Como no puede venir a Granada, se instala durante unos meses en Barcelona. Le pide dinero a su esposa granadina y a su hijo Antonio, a los que les reclama parte del patrimonio familiar que se había logrado salvar tras las incautaciones franquistas. "Pero la ruptura familiar es tan profunda que no conseguirá la ayuda económica requerida y volverá a URSS sumido en la tristeza", según se dice en el libro en el que se cuenta su vida. Allí, en Moscú, morirá en 1980.
Su hijo Enrique se estableció en Cuba, donde se casaría formaría una familia. Murió de un infarto en 1987.
Damián, por su parte, trabajó siete años de profesor de Ciencias Políticas en Cuba, donde se casó con Amaya Ciutat, otra 'niña de la guerra' que procedía de Bilbao. El matrimonio tuvo dos hijos, Francisco y Ana María. Esta última ha muerto recientemente en una residencia de Granada. Damián y Amaya se separaron al llegar a España. Ella se instaló en Móstoles y fue elegida concejal de Sanidad por el PCE en dicha localidad. Él se vino a Granada donde trabajará en la Universidad de Granada y donde, junto a Juan Mata y José María Castillo, formaría la terna de concejales comunistas que salieron elegidos en las primeras elecciones municipales democráticas. Él fue el candidato comunista a la Alcaldía de Granada en dichos comicios. En Granada se entera que su ex mujer Amaya se había puesto una soga en el cuello y se había ahorcado.
En cuanto a su hermano pequeño Antonio, también trabajó en la Universidad de Granada. Era biólogo, pero Antonio Gallego Morell lo fichó para ser el primer profesor de ruso en esta institución. Los que tuvieron amistad con él, como el abogado Jerónimo Páez, dicen que era un extraordinario cantante lírico. Antonio era homosexual y estuvo cuidando de su madre cuatro años que estuvo ingresada en un hospital.
María Luisa es la única de la familia que vive. La última 'niña de la guerra'. Vive en un piso del Camino de Ronda. Tiene 84 años, pero su mente está lúcida y en condiciones para cualquier debate. Hablé con ella por teléfono hace unos días. Su vehemencia, su vigor dialéctico cuando habla de Rusia, la defensa ardorosa de sus convicciones le otorgan una especie de rebeldía que le rejuvenece. María Luisa volvió a Rusia porque aquí no podía soportar la vigilancia a la que era sometida por parte de las autoridades locales. La hija de un destacado comunista debía de ser vejada continuamente. Por eso se marchó. También para cuidar a su padre, que estaba ya enfermo. Me dice que detrás de todo este lío que ha montado Putin al invadir Ucrania, hay una lectura en la que nadie repara. Me comenta que casi todos los mensajes que nos llegan a través de la prensa occidental, están de alguna manera manipulados y que habría que mirar de otra manera el conflicto. Para ella Ucrania y Rusia son el mismo territorio. Se declara rusófila porque aquel país fue su patria durante muchos años y en donde ella se formó. Está convencida de que el ruso en general es una persona muy sentimental que tiene un sentido muy fuerte de la amistad. No es que se declare a favor de la invasión de Ucrania, pero para ella Putin es el hombre que le ha devuelto la dignidad a Rusia, después de que el borracho de Boris Yeltsin la dejara hecha añicos y Gorbachov fuera engañado. María Luisa dice que a su edad ya no le tiene miedo a casi nada y habla con la íntima convicción de que se ha trastornado el orden del cosmos. Y al terminar la conversación yo no tengo más remedio que respetarla.
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