López Rubio, un motrileño en Hollywood

Historias de Granada

Más reconocido por su faceta literaria que cinematográfica, formó parte de la deno­mi­nada ‘Otra Generación del 27’, in­tegrada también por Miguel Mi­hura, Edgar Neville, Tono y En­ri­que Jardiel Poncela.

Vivió en Los Ángeles, trabajó como guionista para la Metro y la Fox y fue amigo de Charles Chaplin, del Gordo y el Flaco y de Buster Keaton

José López Rubio
José López Rubio
Andrés Cárdenas

Granada, 17 de julio 2022 - 06:18

Un día del año 1975 fuimos mi gran amiga Esther Esteban y yo a hacerle una entrevista a Antonio Buero Vallejo. Estábamos el segundo de periodismo cuando nos pidieron como trabajo de prácticas conversar con un personaje con cierta relevancia intelectual y luego escribir sobre ello. Fue Esther la que se encargó de organizar el encuentro.

Recuerdo la emoción de mi amiga al decirme que había hablado por teléfono con el dramaturgo Antonio Buero Vallejo, nada más y nada menos, y que éste había accedido a ser entrevistados por dos aprendices de periodistas. Recuerdo también el edificio viejo en el que vivía el dramaturgo y el piso amplio y soleado. Y como nos recibió con un albornoz de cuadros grises y nos invitó a que pasáramos al salón. Cuando penetramos en él, más nerviosos que un flan, vimos sentado a un señor calvo y bien vestido que nada más vernos se levantó y se despidió del autor de Historia de una escalera con un "adiós, ya nos veremos más despacio".

Buero Vallejo y López Rubio
Buero Vallejo y López Rubio

Buero Vallejo nos presentó a aquel hombre, pero nosotros, más pendientes de cómo se iba a desarrollar la entrevista y de si funcionaba la grabadora, ni siquiera reparamos en él. Al quedarnos los tres solos, Buero Vallejo nos dijo:

–Ese es José López Rubio, un colega y amigo. Ha trabajado de guionista en Hollywood. Allí sí se gana dinero escribiendo.

Ahí quedó todo. Yo ni siquiera retuve el nombre del amigo de Buero. Sí me acuerdo de algo que nos dijo después sobre él, que era granadino, que había vivido en Estados Unidos y que llevaba ya algún tiempo viviendo en Madrid. Buero Vallejo nos trató maravilla, como si en vez de estudiantes de Periodismo fuéramos dos periodistas de verdad. Al final nos regaló un ejemplar a cada uno de su famosa obra Historia de una escalera. En la dedicatoria puso: "A Andrés Cárdenas, en recuerdo de sus inicios periodísticos. Con afecto".

Al año siguiente, ya en el año 1976, nació el periódico El País y uno de sus reportajes semanales se lo dedicó a la figura de López Rubio. Cuando vi las fotografías que acompañaban al texto en la revista comprobé que aquel hombre calvo y con cara beatífica era el mismo que había visto en el piso de Buero Vallejo. Fue entonces cuando me enteré de que López Rubio era motrileño y que había sido una de las figuras más importantes de la llamada la 'Otra generación del 27', los considerados renovadores del humor contemporáneo y los que afilaron la comedia española inspirándose en las vanguardias que llegaban de Europa. Son aquellos que se reunieron en torno a Gómez de la Serna como, además de López Rubio, nada menos que Miguel Mihura, Enrique Jardiel Poncela, Edgar Neville o el jienense Antonio Lara 'Tono'.

López Rubio, a la derecha, junto a Gómez de la Serna, la condesa de Yebes y Leonor, esposa de Tono
López Rubio, a la derecha, junto a Gómez de la Serna, la condesa de Yebes y Leonor, esposa de Tono

El caso es que al ver como uno de los periódicos más importantes de España (era el menos el que más vendía) le había dedicado tres o cuatro páginas al motrileño, despertó en mí unas ganas enormes de conocerlo en persona. Con cierto recelo por temor a una negativa, llamé a Antonio Buero Vallejo para pedirle el teléfono de su amigo. Le dije que era para hacerle una entrevista, aunque era mentira porque por entonces yo era estudiante y no tenía medio en el que publicar. El dramaturgo me facilitó sin problemas el teléfono de López Rubio y lo llamé al día siguiente. Le pregunté si podíamos vernos para entrevistarlo. "Cuando usted quiera. ¿Le parece bien mañana?, me dijo con una amabilidad y corrección propias de una persona sumamente educada.

Quedamos en su casa. Recuerdo que vivía en un piso muy cercano a la plaza de Oriente. Se disculpó amablemente del desorden en la vivienda porque, me dijo, acababa de mudarse. Vivía solo. Antes que nada, le dije que quería hablar con él pero que no sabía si iba a publicarse la entrevista que le iba a hacer. "No hay problema. Un poco de charla nunca viene mal", me dijo. Desde entonces me convertí en un devoto de López Rubio. Recuerdo que me contó que su padre había sido alcalde de Motril, ciudad en la que había vivido solo unos meses. Su infancia la pasó en Granada, después vivió un tiempo en Cuenca y más tarde en Madrid, donde había matriculado en Derecho. Luego me habló de su etapa en Hollywood, de su amistad con Ramón Gómez de la Serna, con Tono y con Miguel Mihura. Y de muchas cosas más que anoté en una libreta negra que aún conservo y cuyos apuntes no sirvieron para entrevista alguna.

Jardiel Poncela, Martínez Sierra y López Rubio
Jardiel Poncela, Martínez Sierra y López Rubio

Fue una charla agradable y relajada. Él puso todos los condimentos para que así fuera. Tenía una memoria prodigiosa y enlazaba fechas y nombres con una facilidad asombrosa. Me dijo que yo había elegido una profesión hermosa porque "con la pluma se puede luchar igual que con la espada. Y más si está afilada". Yo me sentí muy a gusto, tanto que ni me di cuenta de que desde el momento de mi entrada al piso del escritor hasta la salida habían pasado casi dos horas. Luego, lo primero que hice es ir a la Casa del Libro de la Gran Vía a comprar lo que hubiera de López Rubio. Compré de la colección Austral Celos del aire y pregunté por su novela Roque Six, la historia de un hombre que muere y que resucita seis veces. No había, desde hacía tiempo estaba agotada. Algunos años después, ya como periodista con posibilidad de publicar, las veces que he escrito sobre él ha sido para destacar el olvido del que ha sido objeto este guionista, director de cine y uno de los pilares básicos del teatro español. Lo que siento ahora es no haber tenido en aquel momento un móvil para hacerme un selfie con él. Por entonces no había esos adelantos, pero aquel día ha quedado registrado en el disco duro de mi memoria como uno de los más importantes en mi época de estudiante de Periodismo. Fue cuando pensé que si había personas tan importantes como Buero Vallejo y José López Rubio dispuestas a hablar con un mindundi como yo, es que no me había equivocado en elegir la carrera.

El humor como protagonista

Con esa ironía que gastaba, se había aprendido su nombre completo de memoria: José Joaquín Francisco Cesáreo Caraciolo Isaac de Santa Lucía y de la Santísima Trinidad López Rubio. Lo solía decir con una sonrisa burlona en su rostro. A los 15 años ya hacía sus pinitos periodísticos en Cuenca, a donde su padre, Joaquín López Atienza, había sido trasladado como gobernador civil. Ya en Madrid conoció a Enrique Jardiel Poncela, Gómez de la Serna y Edgar Neville, lo que permitió que surgiera un grupo de jóvenes creadores que tuvieran el humor como ingrediente principal en sus obras. Colaboró en varias revistas ilustradas, sobre todo en Gutiérrez y en Buen Humor, que durante un tiempo tuvo a bien editar. Escribió algunos cuentos para Los lunes de El Imparcial que luego reunió en su primer libro, Cuentos inverosímiles. Recibió el premio ABC de autores noveles por su comedia De la noche a la mañana (1928), en colaboración con Eduardo Ugarte. La obra fue traducida a varios idiomas.

En 1930 le surge la posibilidad de irse a trabajar a Hollywood. Y allí se va de la mano de Edgar Neville. Tenía 26 años y cuando se lo comunicó a su familia, el padre le dijo: "¡Qué tonterías dices, niño!". Pero su decisión era inapelable. En California estuvo viviendo ocho años. La poderosa industria cinematográfica norteamericana se topó con un obstáculo: el idioma de las primeras películas habladas. Las producciones estadounidenses se proyectaban en su versión original o con unos subtítulos primitivos que no gustaban en España ni en Iberoamérica, donde el porcentaje de analfabetos o de personas que leían con dificultad seguía siendo muy alto en aquella época. La reacción no se hizo esperar en Hollywood: si el idioma es el problema, se rodará en tantas lenguas como sea posible. La industria norteamericana comenzó a buscar hispanohablantes para la traducción e interpretación de sus guiones, y encontraron una generación de escritores jóvenes, agudos y dispuestos a descubrir California. Y para allá se fueron Neville, Jardiel Poncela, Tono, Ugarte y López Rubio, entre otros. El motrileño fue contratado por la Metro Goldwyn Mayer como adaptador, dialoguista y traductor de las versiones españolas. Luego estuvo contratado por la Fox. Allí trabajó además como guionista; fue amigo de Charles Chaplin y trató a Stan Laurel, Oliver Hardy y Buster Keaton.

Un jovencísimo López Rubio con tupé a lo Larra_
Un jovencísimo López Rubio con tupé a lo Larra_

Desde que lle­gó a Los Ángeles a finales de agos­to de 1930 y a lo largo de ocho años y medio participó en más de una treintena de películas, convirtiéndose en el español más activo en su face­ta en el Hollywood de esa época. Allí, tu­vo, en sus propias palabras, "su pri­mer auto­móvil, su primera ca­sa y su primer criado". Al parecer, según la biografía publicada de Tono, se lo pasaban bien porque no trabajaban demasiado y cobraban lo suficiente para llevar una vida muy desahogada. Además estaban rodeados de estrellas de cine y vivían en un país de ensueño que ya habían visto en las películas. El humorista Tono cuenta en su biografía algunas de sus impresiones al llegar a Hollywood. "Aquí, cuando abren una zanja en la calle, ponen cinco o diez farolillos cada metro para que lo adviertan los transeúntes y automovilistas. Y queda tan bonito que hasta da gusto que haya zanjas".

Por lo visto, según se ha escrito, las reuniones de los escritores españoles con las estrellas del cine eran frecuentes. Como lle­gó a afirmar Scott Fitzgerald, la de Chaplin era "la casa de España", por la cantidad de españoles que la fre­cuentaban. El propio López Rubio recordaba haber visto "a Tono y al director Eisenstein muertos de risa, con­tándose chistes, que nadie sabía cómo se entendían". Prueba de la gran complicidad existente entre Cha­plin y López Rubio es que éste tiene un pequeño papel en una secuencia nocturna de Luces de la Ciudad, que trascurre en las calles de Nueva York.

En 1935 se marcha a hacer un viaje por Italia y Francia. Vuelve a España un poco antes de iniciarse la Guerra Civil y decide regresar a Estados Unidos. Pasó el resto de la Guerra Civil en México y Cuba, siempre trabajando como guionista. Rechazó la idea de vi­vir en el exilio por lo que al acabar la guerra volvió a España, donde esta vez sí pudo llevar a cabo el pro­yecto que tuvo que cancelar años an­tes, La malquerida, de Jacinto Benavente.

La vuelta a España

Todos esos jóvenes que se fueron a Hollywood confluyeron luego, tras el desastre de la Guerra Civil Española, en La Codorniz, seguramente la revista de humor más importante que haya habido en España. Con su humor fino para "los lectores más inteligentes", ridiculizaban aspectos del franquismo sin que los censores se coscaran de ello. En los años cuarenta López Rubio dirige al menos siete películas, entre ellas una dedicada a la granadina Eugenia de Montijo, que fue interpretada por Amparo Rivelles. Escribe también en ABC y en la revista Semana. "Al volver a España me puse a dirigir. Era un gran contraste con Hollywood. Evidentemente aquí faltaban muchos elementos, pero, sobre todo, no había película virgen. Era dificilísimo de encontrar. Solo había de estraperlo en un bar junto al cine Callao. Enseguida me di cuenta de que solo podía hacer películas de guerra, de folclore andaluz o históricas. Hubiera querido hace cine de humor, pero no pude", dijo López Rubio en la entrevista que le concedió a El País.

López Rubio, con el Gordo y el Flaco y Jardiel Poncela
López Rubio, con el Gordo y el Flaco y Jardiel Poncela

Pero el cine, como él mismo dice, no era lo suyo. Dirigir películas se le daba bien pero mejor se le daba escribir obras de teatro. En las décadas de los cincuenta y sesenta escribe y estrena una quincena de obras, entre ellas Celos del aire, Una madeja de lana azul celeste, Cena de Navidad, La novia de espacio, Nunca es tarde, La otra orilla, El remedio en la memoria…

En 1954 recibió el Premio Nacional de Teatro. A mediados de los años 70 José López Rubio comenzó a hacer traducciones y adaptaciones de doblajes de destacadas pe­lículas norteamericanas: El Padrino, La naranja mecánica y Jesucristo Superstar, entre otras. Los que tuvieron amistad con él sabían de su afición a estar solo. José Luis Delgado, que ha investigado sobre su vida, habla de las declaraciones de un carmelita que lo conoció bien en las que destacaba la vida casi monástica que llevaba el guionista. "En Semana Santa, vacaciones de verano y Navidades se retiraba al Monasterio del Desierto de San José de las Batuecas, en Salamanca. Allí vivía como un ermitaño más, en una modesta celda y haciendo las más humildes y cotidianas faenas domésticas. Se levantaba a las seis de la mañana, calzaba las sandalias carmelitas, asistía a todos los actos religiosos, rezaba con la cabeza pegada al suelo, barría, fregaba y ayunaba igual que los demás", dice el carmelita.

En 1983 ingresa en la Real Academia de la Lengua y su discurso de entrada fue precisamente para recordar a esa 'Otra generación del 27' que encontró en el teatro y en el cine su medio de expresión y que, sin embargo, permanecieron eclipsados y casi olvidados por el prejuicio crítico de considerar el humor un género menor. Murió en Madrid a los 93 años: el 2 de marzo de 1996.

Su biblioteca especializada en humor y teatro pasó al Centro de Documentación de las Artes Escénicas de Andalucía, que inventarió y catalogó sus fondos. Cuando falleció se encontraba inmerso en la elaboración de una Enciclopedia Teatral, compendio de todos los diferentes aspectos del arte escénico. El Ayuntamiento de Motril le dedicó un homenaje al cumplirse los veinticinco años de su fallecimiento. Allí tiene una calle dedicada, una biblioteca con su nombre y mi recuerdo siempre que voy.

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