Ayer y Hoy

Manolita Muñoz, la Fornarina del Albaicín

  • Historia de amor del novelista Fernández y González con una panadera del Albaicín

  • El apodado ‘Poetilla’ se enamoró de Manolita a lo lejos, desde la Alhambra y con un catalejo

Manolita Muñoz, la Fornarina del Albaicín

Manolita Muñoz, la Fornarina del Albaicín

Fue un mes de enero de hace 132 años cuando murió pobre y en la indigencia uno de los más ricos escritores de toda la historia. Ganaba el dinero a raudales vendiendo folletines, pero igual que lo ganaba lo gastaba; sobre todo a raíz de su idilio con una estanquera a la que se llevó a París. Allí entre vinos y francachelas lo perdió todo menos la fama.

Hoy le dedicamos esta crónica recordando una bonita historia de amor con una granadina del Albaicín y echando siempre mano de las hemerotecas históricas.

Era Manuel Fernández y González (1821-1888) un sevillano afincado en Granada en cuya Universidad hizo sus escasos estudios; formó parte como un nudo más de la célebre tertulia de La Cuerda con el sobrenombre de ‘El Poetilla’ a la que concurrían granadinos tan populares como Pedro Antonio de Alarcón. Vivió Fernández y González en Granada porque aquí estaba preso su padre, víctima de la represión absolutista de Fernando VII; dicen que su madre era amiga de Mariana Pineda.

Entusiasmado con las novelas de aventuras de Walter Scott, empezó El Poetilla a escribir folletines de carácter histórico que solía publicar por capítulos: Don Álvaro de Luna, El pastelero de Madrigal, El Conde-Duque de Olivares, etc.

Manuel González y su caricatura Manuel González y su caricatura

Manuel González y su caricatura

Marchó luego a Madrid donde frecuentaba la tertulia del Ateneo y cuentan que se escapó a París ejerciendo algún tiempo de auténtico bon vivant disfrutando los placeres de la vida. Había ganado verdaderas fortunas con sus novelas por entregas por lo que fue considerado uno de los escritores mejor pagados del siglo XIX.

Contamos hoy el curioso suceso que Manuel Fernández protagonizó en Granada cuando a diario subía a la Alhambra, de cuyo recinto monumental estaba realmente impresionado. Dicen que, pertrechado con un catalejo, se entretenía en divisar toda la ciudad desde las torres alhambreñas. Quiso el destino o la casualidad que enfocara su objetivo sobre una casa albaicinera en cuya terraza vio aparecer a una joven muy atractiva a la que desde entonces perseguía a diario con su catalejo. Enamorado en la lejanía, quiso averiguar quién era aquella muchacha. Se trataba de Manuela Muñoz de Padilla, hija de un panadero del barrio granadino a la que al fin cortejó y con la que se casó en 1850.

Un caso más del artista burgués casado con una humilde mujer a la que por ser hija de un panadero (fornaio) le puso de sobrenombre Fornarina (que trabaja en el forno, horno) y como recuerdo tal vez de aquella novia querida que retrató Rafael Sanzio en 1518 y que también era hija de panadero. Pero poco debieron durar sus impulsos amorosos con la panadera del Albaicín puesto que unos años después, y habiendo llevado una vida no precisamente muy recta, huyó en 1867 a París con una estanquera de la que también se enamoró perdidamente.

Placa del callejero a su nombre Placa del callejero a su  nombre

Placa del callejero a su nombre

Pocos se acuerdan hoy de aquel autor de folletines y novelas por entregas, aunque fue calificado por la escritora Carmen Burgos La Colombine como el Alejandro Dumas de su tiempo; muy criticado y hasta envidiado por algunos de sus compañeros por considerarlo escritor de inferior categoría. La envidia entre los escritores viene de muy lejos; unos se envidian a muerte y otros se aman demasiado para luego repartirse mutuamente los premios y galardones.

Murió don Manuel en enero de 1888, sin hijos ni descendientes, pero su entierro constituyó toda una manifestación de duelo popular al que asistieron desde el ministro de Fomento hasta representantes de todas las Academias. Hoy dos céntricas calles a su nombre en Sevilla y en Madrid recuerdan su memoria; pero en el Albaicín casi nadie sabe hoy quién fue aquella Manuela Muñoz, La Fornarina, de la que se enamoró el Poetilla Manuel Fernández, desde lejos y con un catalejo.

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