Granada

Manuel de Falla también fue joven

  • Granada fue su principal fuente de inspiración, aquí culminó su obra, aquí tuvo sus mejores amigos, aquí está su magnífico Archivo, pero Manuel de Falla también fue joven y luchó lo suyoPocos saben que su verdadero apellido iba sin el "de"; es decir, se llamaba Manuel Falla y Matheu

Sobre la vida y la obra de Manuel de Falla se han escrito docenas de publicaciones, pero hay algunas curiosas anécdotas que nos acercan más a ese entrañable personaje que un día fue joven y hoy se sienta pensativo, consagrado y con señorío en uno de los bancos de la Avenida de la Constitución. A la gloria no se llega por las buenas; Falla trabajó lo suyo y por eso su ejemplo resulta inmortal. A ver si aprendemos.

Pocos saben que su verdadero apellido iba sin el "de"; es decir, se llamaba Manuel Falla y Matheu; fue luego, a los 23 años, cuando apareció el de Falla. Tal vez se ignore que lo que él en realidad quiso ser era escritor, aunque desde niño mostró gran habilidad para la música; con sólo tres años su sirvienta Ana La Morilla denunció su afición a los cantos y bailes que ella le enseñaba. Luego, su primer gran maestro, José Tragó, lo certificaría como estudioso, perfeccionista y muy bien dotado. Aunque sus primeras pesetas se las tuvo que ganar dando clases de piano a las señoritas de la alta sociedad madrileña; entre ellas a su primera novia María Prieto Ledesma; la suegra se interpuso porque el desconocido músico no daba la talla social, ni mucho menos la económica.

Una de las aventuras más llamativas de la vida de Falla está precisamente relacionada con su obra La vida breve. Ópera escrita en 1904, cuyo argumento se desarrolla en el Albaicín, aunque él no conocía Granada, puesto que su primer viaje lo hizo en 1915. La obra fue estrenada 9 años después porque aquí no le hacían ni caso y tuvo que ser en París. A pesar de que con ella había ganado el Primer Premio en el Concurso de la Real Academia de Bellas Artes de Madrid.

Curioso Primer Premio de las ocho óperas que se presentaron porque la partitura de Falla iba hecha un desastre. Por falta de tiempo para llevar la obra se le ocurrió pedirle ayuda a su hermano Germán que no tenía ni idea de música. Éste, al copiar la letra del canto en la partitura no hizo coincidir letra con música, llegando a poner algunas sílabas debajo de silencios, quedando todo totalmente descuadrado. Y para colmo el tribunal estaba compuesto nada menos que por Tomás Bretón, Emilio Serrano y Manuel Fernández Caballero, tres figuras. Menos mal que Falla les advirtió el error en una carta adjunta y el tribunal lo tuvo en cuenta. La obra, por sus excepcionales características, fue lógicamente premiada. Aunque luego tardó Dios y ayuda en estrenarla.

Como sus primeros pasos no fueron económicamente muy boyantes, tuvo que aplicarse a escribir zarzuelas, que tenían mejor venta. Una de éstas le provocó no pocos sinsabores. Era la titulada Los amores de la Inés, estrenada en el Teatro Cómico de Madrid en 1902, porque, aunque la crítica la valoró muy bien, a Falla le iba a dar algo cuando la oyó. La orquesta era un desastre, no tenía oboe, había una sola viola y al contrabajo había que irlo a buscar a la taberna entre acto y acto.

Granada fue su mayor fuente de inspiración; todas las biografías así lo manifiestan, por eso fue nombrado Hijo Adoptivo en 1926 y de Guadix un año después; pero al final acabó un poco harto por el dichoso ruido del gramófono de un vecino que no lo dejaba componer. Y tal vez por otros ruidos de bombas, incendios y pistolas.

Afortunadamente nos queda el magnífico Archivo de la Antequeruela del que se acaba de cumplir el 20 aniversario de su fundación, con sus riquísimos fondos, con más de 6.000 ejemplares, además de manuscritos musicales, cartas, revistas, programas de conciertos, material audiovisual, recortes de prensa, carteles, etc.

Los restos del autor de El Amor Brujo se encuentran en la cripta de la Catedral de Cádiz, la tierra de la Constitución. Y su figura en bronce, obra de Ramiro Megías, donada por La Caixa, en nuestra Avenida de la Constitución. Sirvan de ejemplo los inmortales y no otros.

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