Monticello
Víctor J. Vázquez
Más allá de la corrupción
Me van a disculpar la licencia que me he tomado por titular el artículo de hoy como una serie televisiva emitida actualmente en una cadena nacional, mas no encontré un encabezamiento que se ajuste mejor al tema que quisiera abordar hoy.
Aunque no soy granadino de nacimiento, las décadas que llevo viviendo por estos lares me hacen sentir esta tierra y sus problemas como míos propios. Este carácter de hijo adoptivo quizás me capacita para poder analizar la idiosincrasia granadina "desde fuera" con mayor imparcialidad y una de las conclusiones principales de tal análisis, parafraseando a nuestro gran intelectual don Miguel de Unamuno, es que "me duele Granada".
No resulta fácil encontrar en España (y más allá) una provincia que reúna un patrimonio natural y cultural tan rico como diverso. Otra cosa es que lo que durante siglos se haya hecho con él. Vuelvo a recurrir a una frase célebre (en este caso atribuida al político y militar alemán Otto von Bismarck) adaptada al caso local que nos ocupa: "Estoy firmemente convencido de que Granada es la provincia más fuerte de España. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido. El día que deje de intentarlo, volverá a ser la vanguardia de España".
Dentro de ese patrimonio natural un lugar prominente lo ocupa la costa. Según las fuentes, Granada dispone de entre 70 y 80 kilómetros, intercalados entre las provincias de Málaga y Almería, cuya longitud costera supera con creces a la granadina. Su denominación turística ha sido la de Costa Tropical. Las características geológicas de dicha costa, que forma parte del Complejo Alpujárride, le confieren un perfil abrupto en sus acantilados y unas playas de escasa longitud, con arenales de grano grueso y cantos rodados. Desde el punto de vista de las apetencias de los turistas de sol y playa aquellas poseen la incomodidad de tener que pisar un suelo poco amable para los pies pero, por el contrario, no precisa uno limpiarse la arena pegajosa de otras playas más al norte o más al oeste y, además, se goza de un agua transparente siempre y cuando los vertidos humanos al mar lo permitan. Por otra parte, el apelativo de Costa Tropical viene a poner de manifiesto un microclima singular, no solo dentro de España sino en toda Europa, con reminiscencias de otras zonas climáticas bien alejadas.
Estos valores, a todas luces envidiables para otras provincias y naciones, han sido maltratados sistemáticamente, en especial durante las últimas décadas y de forma dramática en la costa más oriental. Con las diferencias socioculturales de rigor, el perfil costero puede ser comparable al de las islas como Madeira o la Costa Azul francesa. Sin embargo, un paseo por la costa entre Castell de Ferro y el límite con la provincia de Almería nos deja un poso desolador, en nada equiparable con el cuidado del medio que otros países europeos propician.
Uno se topa con un paisaje que ha vivido como acomplejado por la pujanza turística de las vecinas provincias de Almería o Málaga e, incluso, de la franja occidental granadina con Almuñécar y Salobreña en cabeza. ¿Solución?, pues esa especie de reencarnación de El Dorado aplicado al cultivo en invernadero. Así, contagiados del aluvión de buscadores de oro que acudieron hace décadas a El Ejido a probar fortuna, las laderas y franja costera granadinas se fueron plagando de invernaderos sin ningún tipo de control, saltándose a la torera la prohibición legal de roturación de pendientes elevadas o de ocupación de zonas de dominio público sin previa autorización (o con ella, lo que sería aun peor todavía). ¿Resultado?, lo que podría ser un referente de turismo de calidad centrado en el disfrute de valores naturales, ha dado paso a un paisaje degradado desde las altas laderas hasta la misma orilla del mar, salpicado por invernaderos y por residuos plásticos de toda clase y condición, siempre a la espera de que una gota fría saque los trapos sucios desperdigados por las montañas y los arroje sin piedad y en tromba sobre la ya sufrida costa. A ello han de añadirse ramblas ocupadas por invernaderos, vertidos incontrolados de fertilizantes y pesticidas, inmigrantes enjaulados y sometidos a enfermedades que se instalan sigilosamente en sus organismos. A excepción de los dos principales núcleos poblacionales -La Mamola y La Rábita- que intentan mantener un lavado de cara, el resto de la costa presenta un estado lamentable, penoso, cutre (véanse las fotos adjuntas); el ejemplo más palpable es el de la pedanía de El Pozuelo.
A semejanza del viejo oeste, donde imperaba solo la ley del más fuerte, nuestras autoridades, desde el ámbito municipal pasando por el provincial y autonómico hasta llegar el estatal, parecen hacer dejación de sus funciones, desentendiéndose y abandonado estos parajes a su suerte, más allá de haber completado la última autovía de la costa española. Ni servicios de limpieza y reciclaje de plásticos y residuos agrícolas, ni puntos de información, ni miradores, ni señalizaciones, ni senderos, ni sustitución de los invernaderos-basura por infraestructuras estables y estéticamente dignas. ¿Es esto lo que pomposamente la Junta de Andalucía denomina "Ordenación del Territorio"?
No lejos de estos parajes, mirando hacia el norte, en la Alpujarra puede contemplarse el contrapunto a esta situación. Agricultura integrada en el paisaje mediante bancales arañados a la montaña a lo largo de siglos, piedra a piedra, terruño a terruño, que dieron de comer a generaciones y que hoy son motivo de admiración para los practicantes de un turismo de naturaleza. Algo más alejado, mirando hacia occidente, otra comarca rural malagueña, como es la Axarquía, ha sabido combinar los valores turísticos y paisajísticos de forma bastante encomiable.
Junto a atentados y malversaciones como la lenta pero inexorable ocupación de la fértil vega granadina por el hormigón, o la construcción de la presa de Rules hace doce años sin que su principal objetivo de incrementar la cota de riego en los cultivos subtropicales se haya visto cumplido (pero con un tremendo impacto ambiental y un alto nivel de colmatación), otra oportunidad perdida para esta provincia española que sigue insistiendo con vehemencia en masacrar su patrimonio natural y cultural.
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