pasado con presente incluido

María josé maldonadoPintar a oscuras

  • Es licenciada en Filosofía y Letras, trabaja en la Fundación CajaGranada y padece ceguera total desde hace 15 años

  • Ha pintado un mural en un colegio de Las Gabias y prepara una exposición de dibujos que hace con plantillas de cauchos y un aparato que le dicta los colores

Hasta ahora en esta sección me he dedicado a contar vidas de personas que tienen más pasado que futuro, personas que algún día fueron importantes en la sociedad granadina y que hoy viven, de alguna forma, en el parque del olvido. Hoy he roto esa regla (y sin que sirva de precedente) al conocer a María José Maldonado, en la que evidentemente hay más futuro que pasado y que ahora es más recordada que olvidada. Merece la pena que ustedes conozcan esta historia

Ahora mismo estoy en un colegio de Las Gabias que se llama Nuestra Señora de las Nieves en el que han convertido una caseta de la calefacción en una obra de arte. Es magnífica. Está pintada con trazos picassianos y colores muy vivos y en ella se ve una casa con una abeja gigante sobre un fondo azul que presume ser agua. Conmigo hay un hombre que se llama Blas, que está casado con una mujer que se llama María José Maldonado. Blas tiene una carpeta gigante en la que guarda muchos dibujos de su esposa y me cuenta que pintar la caseta de la calefacción fue una idea de la directora, que le propuso a él (profesor del centro y licenciado en Bellas Artes) hacer algo con aquel antiestético habitáculo que estaba en mitad del huerto. Blas le dijo a la directora que lo mejor sería pintarla con motivos acordes con la naturaleza y que lo haría sin ningún problema su mujer que es pintora. En el rostro de la directora apareció un gesto a la vez de incredulidad y admiración porque sabe que María José, la mujer de Blas, es… ¡ciega! La caseta fue inaugurada hace unos días y hasta Paco Lagares, catedrático de Dibujo de la Universidad de Granada, llegó a decir, en el humilde acto institucional organizado por el centro, algo así como que la pintora había sabido captar perfectamente la realidad pictórica y que en los elegantes trazos de sus dibujos había un verdadero homenaje a la naturaleza. "Ella ha sabido ver lo que muchos no vemos", dijo. Y es verdad. El amor al arte es una de las fuentes de su felicidad. Su impulso creativo les ha guiado en el camino para seguir y superar el gran obstáculo de la ceguera.

Mariajo no sólo pinta, también escribe y ha empezado a tontear con la escultura

A María José la conocí hace un par de años cuando fue a la presentación de uno de mis libros. Concretamente uno de humor que se llama 'La vidente ciega'. Le pareció gracioso el título y fue a ver cómo era su autor. Estuvimos hablando un rato a la hora de firmarle el libro porque se quedó para la última. Dijo que lo leería (ella tiene un aparato que convierte en voz la letra impresa) con mucho gusto. A mí me fascina esa voluntad de los ciegos por vivir una vida con los demás sentidos menos el de la vista. Le dije que la protagonista de 'La vidente ciega' no tenía nada que ver con ella y que tuviera compasión conmigo por si no había sido muy fiel a la hora de relatar el mundo de los ciegos, pero que comprendiera que se trataba de un libro de humor. Y ella me lanzó una de sus miles de sonrisas que ensaya todos los días con las que convierte un encuentro en algo difícil de olvidar. Y ahí se perdió nuestro contacto. Hasta que el otro día me llamó para preguntarme, primero, si me acordaba de ella y, segundo, si quería participar en la presentación de una caseta que había pintado en un colegio de las Gabias. Mi rostro adquirió el mismo gesto de incredulidad y admiración que la directora del centro.

-¿Es que pintas? -le pregunté con tono a medias entre la admiración y el escepticismo.

-Claro. Si vas te enseño mis dibujos.

Y allí fui. Y allí dije unas palabras (por entonces sabía muy poco sobre ella y me limité a relatar cómo nos habíamos conocido) sobre María José. Y allí Blas me enseñó los dibujos de su mujer, entre ellos el que había servido para que él lo materializara en la caseta. En aquel momento me salió el instinto de periodista y le pregunté a María José si me concedía una entrevista. No todos los días uno conoce a una pintora ciega.

-Claro. Cómo le voy a negar eso a un amigo. Por cierto, los amigos me llaman Mariajo -me dijo.

LA MONEDA DE CINCO CÉNTIMOS

Habíamos quedado en la terraza de una cafetería de la calle Alhamar. Veo a Mariajo que viene con una carpeta grande en una mano y en la otra el ya inseparable bastón con el que tantea las paredes y las esquinas. Lo primero que hace Mariajo, incluso antes de sentarse, es llamar a su marido y a su madre para decirles que ha llegado bien a la cita, que no ha tenido tropiezos con algún bolardo o algunas de esas muchas trampas mortales que hay para ciegos en las aceras.

-Es que se preocupan mucho por mí. Al principio tenía muchos accidentes pero ya lo estoy superando. Esto ya es pan comido.

Nada más sentarnos, al sacar yo varios objetos de la mariconera en busca de un bolígrafo, ella exclama:

-Se te ha caído una moneda.

Entonces yo rebusco en el suelo y no veo nada.

-No. Debes haberte equivocado -le digo.

-Mira bien.

Paseo de nuevo mi vista por el suelo y al lado de una de las patas de la mesa veo una moneda de cinco céntimos.

-Llevabas razón. Se me había caído una moneda.

-¡Qué vista tengo! -dice ella con suficiencia de ganador de una apuesta.

Mariajo le quita importancia al hecho de que su oído hubiera captado el sonido de una humilde moneda en medio del tráfico y el bullicio de la calle. Dice que es normal que los ciegos desarrollen mucho todos los sentidos menos el que no tienen. Tiene una voz dulce y en sus parrafadas utiliza un moderado énfasis en el que se sirve de las manos para moldear sus palabras. Viene vestida con pantalón tejano y una camisa de muchos colores. En su cuello lleva anudado un pañuelo también de varios colores.

Mariajo tiene 40 años y es ciega total desde hace más de quince. Hasta los veintitantos recordó el mundo de las imágenes mientras fue capaz de soñarlas. Ahora ya no sueña ni piensa con imágenes si no son para llevarlas a sus lienzos. Lee la realidad desde un lugar impenetrable para los que vemos. Nació en Almería pero cuando tenía dos años su familia se trasladó a Sorvilán, un pueblo de la Contraviesa. Recuerda su infancia muy tranquila y feliz, con sus tíos y su abuelo Cristóbal, que era un trovero que tocaba el laúd, el violín y todo lo que se le pusiera por delante. "Todo de oído", dice Mariajo. El bachiller lo estudia aquí en Granada, a donde la familia se muda de nuevo. Un día, estando en clase, se dio cuenta de que no veía bien la pizarra y de que había más sombras de las previstas. Ahí empezó todo. Le diagnosticaron una enfermedad que se llama atrofia óptica bilateral incompleta degenerativa. Sus gafas cada vez eran más gordas. Aun así hizo la selectividad y después se matriculó en Filosofía y Letras. Pero ya veía muy poco y comenzaron sus preguntas: ¿Cómo voy a ir a la Facultad? ¿Qué es lo que voy a hacer allí? Todas sus respuestas pasaron por la ONCE. Ellos le facilitaron el camino. Empezó a estudiar braille y a utilizar el sonobraille, un dispositivo informático adaptado para los deficientes visuales, cuyo objetivo es abrirles las puertas al mundo de las tecnologías. Ya solo veía sombras.

-Aquella etapa fue muy dura. Recuerdo que estaba muy nerviosa y lloraba mucho. Me negaba a utilizar el bastón. No lo quería porque me daba vergüenza, pero al final no tuve más remedio. Menudos topetazos me daba -me dice agrandado su sonrisa.

Recuerda que por entonces le dio algo parecido a una depresión. No quería salir. No quería ir a clase. No quería hacer nada. Pero ahí estaban su familia y sus amigos. Ahora comenta que ellos son los que le ayudaron a levantarse. Su hermana le llevaba a la facultad y sus amigos intentaban todo para hacerle que su vida no fuera tan cuesta arriba. Además estaba esa fuerza de voluntad que tenía escondida y que, incluso, hizo que se matriculara en chino.

-Fue muy divertido. Mi madre me ayudaba. Me hacía con plastilina los caracteres del alfabeto chino y yo los leía con las manos. Era un trabajo de chinos, jajajajaja.

Al terminar la carrera entró en la ONCE y después cogió una beca para trabajar en la Obra Social de CajaGranada. Allí perdió la vista del todo. Entonces decidió que no podía seguir lamentándose. Se esforzó mucho en comprender la vida que iba a tener. Callejeó mucho con bastón para aprenderse las calles. También aprendió, desde la opacidad total, a cocinar, a lavar, a hacer todas las labores de casa e incluso a depilarse las cejas. Debía aprender a reconstruir el mundo desde la oscuridad a la que su enfermedad ocular le había llevado.

APRENDIENDO A PINTAR

Mariajo dice que ella ha aprendido mucho porque tiene bastante memoria y porque pregunta demasiado. Tiene una curiosidad insaciable. Fue esa curiosidad la que hizo pensar que un día podía pintar porque ella amaba la pintura. Recordaba perfectamente los cuadros de Monet, su pintor favorito. Fue en una excusión que hizo a Giverny, donde hay una casa museo dedicada al pintor, cuando se le ocurrió la idea de pintar. Un día se lo confesó a su peluquero Paco y éste le facilitó el teléfono de una profesora de Artes y Oficios llamada Marisa Castilla.

-Quedamos y fui a verla. Ella se quedó estupefacta cuando vio que era ciega. ¿Pintar alguien que no ve? Esa fue la pregunta que se haría cuando me vio. Pero aceptó el reto. Para ambas se nos abría un abismo y no sabíamos a dónde iba a llevar todo aquello.

Con los primeros consejos que le dio su improvisada profesora, Mariajo empezó a pensar los paisajes que pintaría, los colores que utilizaría, los métodos que emplearía. Cuando le preguntó cómo lo hace, agarra su carpeta y saca todos los objetos necesarios que ella utiliza para realizar sus dibujos.

-Mira, esta es una plantilla en la que marco las dimensiones del boceto y dónde está el medio, el principio y el final. Y aquí tengo una plancha de caucho que es especial. Si pones encima del caucho un papel y haces un trazo, sale en relieve, lo que me permite tener una idea de lo que estoy haciendo. Luego esos pequeños relieves los agrando con hilos de silicona o cuerdas.

-¿Y los colores?

-Para eso está este aparato -dice sacando de la carpeta un objeto que parece un mando a distancia-. Es genial. Lo pones sobre una superficie y te dice el color que tiene. Te lo voy a demostrar.

Entonces Mariajo pone el aparatito encima de la carpeta y una voz metálica dice que es negra. Y lo pone sobre mi mariconera y dice que es marrón. Y lo pone sobre una parte de su vestido y dice que es morado.

-Este es un invento cojonudo para los ciegos. Lo llaman 'colorín' y gracias a él podemos saber el color de la ropa con la que nos vestimos y a mí me sirve para saber los colores que voy a utilizar en mis pinturas.

Estamos en esa parte de la conversación cuando llega Blas, el marido de Mariajo. Él es profesor y llevan casados dos años. Mariajo dice que Blas, además de su marido, es un compañero, un amigo y el complemento que necesitaba su vida. Tienen un hijo de veinte meses.

-Una de las preguntas que mucha gente se hace es cómo una ciega puede cuidar de un bebé. Lo hago sin problema. Yo lo baño, lo cambio y le hago la comida. Un día mi madre vio bañar al niño y lloró de la emoción. Lo supe porque le pregunté qué le pasaba y me dijo que nada con la voz mojada. Lo que yo intento hacerles vez a las personas que quiero que soy una mujer independiente y que puede hacer lo que cualquier otra.

Me dice que su color preferido es el amarillo y que es el que más utiliza al pintar.

-Es curioso, mi marido el que más utiliza es el negro. Debía ser al revés ¿no?

Lo que no pierde casi nunca Mariajo es su sentido del humor. Quizás es el sentido más desarrollado que tiene. Comenta que seguramente es la mujer más rápida del mundo pelando papas y que ahora se puede permitir acceder a la felicidad sin la vista, para ella "en sentido que más engaña".

-Antes era una tonta que siempre estaba llorando por mi desgracia, ahora soy más lista. Mi madre, cuando estoy con mi marido y mi hijo, me dice: ¡Ay! ¿Quién te ha visto y quién te ve?

También dice que Granada es una ciudad que los ciegos pueden aprenderla fácilmente, pero que aún falta concienciar a la población de que hay que hacer ciudades accesibles para los que padecen cualquier tipo de minusvalía. Su calle preferida es el Paseo de los Tristes y a él le ha dedicado un relato porque dice que "este sitio, a mí, personalmente me alimenta y me inspira para dibujar o escribir". Y es que Mariajo no sólo pinta, también escribe y ha empezado a tontear con la escultura.

Antes de despedirnos le hago una de esas que entran en el catálogo de preguntas tontas a los ciegos: si ella es capaz de saber por la voz si una persona es guapa o fea.

-Para mí la belleza va por dentro como es lógico. Yo sé, por ejemplo, que tú, además de guapo, eres una buena persona.

Si en esos momentos Mariajo hubiera puesto el 'colorín' en mis mejillas, la voz metálica hubiera apuntado al rojo.

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