pasado con presente incluido

Melchor Saiz-Pardo: Una vocación sin desaliento

  • Fue el director de periódicos más joven de España y el que ha pasado más tiempo al frente de mismo diario de manera interrumpida

  • Lleva cuatro años, desde que murió sus esposa Mariem, apartado de casi todo, aunque aún se le puede ver en cualquier librería

Melchor Saiz Pardo, rodeado de libros

Melchor Saiz Pardo, rodeado de libros / juan ortiz

He ido a ver a Melchor Saiz-Pardo Rubio con cierta inseguridad. Pienso que no voy a dar la talla. Él ha sido el director del periódico en el que he trabajado más de 30 años. A él le debo todo lo que soy o lo que he dejado de ser. Mi mentor. Ahora es simplemente mi amigo y mi temor consiste en no saber si voy a reflejar bien mi encuentro con él, si lo que escribo va a contar son su aprobación, como cuando recién estrenada mi profesión iba a su despacho con un reportaje o una crónica y esperaba su veredicto. No he querido prepararme esta entrevista, confiado en que todo lo que iba a escribir saldría del flujo de nuestra conversación. Porque de hecho yo pensaba en una conversación y no en una entrevista. Lo que pretendía era repasar juntos casi medio siglo de su carrera periodística, una carrera legendaria que le ha convertido en un referente en el periodismo local. Así que mi pretensión no era hacer una entrevista clásica sino un retrato cómplice y lleno de matices del auténtico Melchor Saiz-Pardo, del periodista más joven que llegó a la dirección de un periódico y del director que ha pasado más tiempo al frente de un mismo diario de manera ininterrumpida, dos récord difíciles de superar. En fin, lo que yo pretendía era una conversación, un intercambio, un encuentro: Eso es, un encuentro.

Lo llamé hace un par de meses y al otro lado de la línea contestó una voz apagada y débil:

Melchor se ha liberado ya de toda censura y no asiste a actos sociales

-Andresillo (él me llama cariñosamente así), estoy encamado en el hospital. ¿Querías algo?

-Nada Melchor, solo saber cómo estás. Y a ver si podemos vernos.

-Eso será cuando salga de aquí.

-Sí, claro, cuando estés mejor. Y cuídate -le dije antes de colgar.

Luego él me llamó a primeros de agosto. Me dijo que estaba mucho mejor y que ya podíamos vernos. Me contó que ahora vivía con su hija Julia. Yo estaba en La Herradura y le dije que lo llamaría a finales de mes, cuando regresara a Granada. Y lo hice la semana pasada.

en el corte inglés

Nos citamos en El Corte Inglés de la Acera del Darro. Melchor suele pasar allí muchas horas, bien en la cafetería (en donde se ha convertido en una institución entre los camareros) o en la planta cuarta, donde está la librería, el paraíso para un bibliófilo empedernido como él. "La librería estaba antes en la primera planta, donde está ahora la sección de bolsos. Hay que entender que un bolso da más dinero que un libro", dice con cierta ironía. De lo primero que hablamos es de esa enfermedad que lo ha tenido postrado muchos días en la cama. En ese tono de familiaridad que impone la camaradería me cuenta:

-He estado muy jodido Andresillo. En tres meses he sido hospitalizado cuatro veces. Creí que no iba a salir de esta. Por lo visto el causante era un bicho, una bacteria de esas, que se instaló en mis bronquios y que está ahí desde que era fumador. Ahora estoy con antibióticos, pero ya estoy mucho mejor. Con muchas ganas de vivir.

Desde la última vez que lo había visto, en plena enfermedad, Melchor ha mejorado de aspecto. Su ya clásica delgadez traslúcida ha alcanzado la estabilidad que concede la superación de una enfermedad. Eso sí, su sonrisa se ha ensanchado, como si después de todo lo que ha pasado hubiera comprendido que, a ciertas edades, la vida que queda es mejor pasarla con la familia, los libros y los amigos. Por ese orden.

Y hablamos. Hablamos de nuestros hijos, de nuestros nietos, de en qué empleamos nuestro tiempo, de la pensión que nos ha quedado, de libros que estamos leyendo… Nos ponemos al día. Y hablamos, cómo no, de ese palo que le dio la vida cuando perdió a su esposa Mariem.

-Hace ya cuatro años. Lo he pasado mal, muy mal. Ahora parece que lo estoy superando, pero la añoro mucho -dice Melchor con palabras rebozadas de tristeza.

Yo tengo la libreta abierta pero ha pasado casi una hora y no he apuntado nada. Pero es lo que quería en realidad, no hacer una entrevista de acuerdo con las pautas habituales, sino en mantener una conversación sencilla y natural entre dos amigos que tienen mucho que recordad. Por eso no hago una sola verdadera pregunta y en consecuencia no obtengo ninguna auténtica respuesta.

De Melchor sé muchas cosas que puedo poner en este trabajo sin tener que preguntárselo. Sé que nació en la calle Reyes Católicos en un edificio en el que estaba el Consulado de Uruguay. Y que su infancia la pasó correteando por la plaza Bibrrambla cogiendo avispas para meterlas en jaulas hechas con corcho en aquellos tiempos en los que Franco iba a Granada para decir desde los balcones aquello de: ¡Malagueños! Y tal vez de tanto coger avispas se convirtió en un niño avispado porque a los once o doce años, cuando estaba en los Maristas, ya escribía en cuartillas noticias que pasaban en su barrio y que luego cosía y vendía por una perrilla a familiares y amigos. Noticias tales como que se había muerto la gata de la señora Adelina o si al vecino del tercero lo había atropellado el tranvía. Estaba clara su vocación temprana, precoz y sagazmente asumida, una vocación periodística sin paréntesis de desalientos, como así se demostraría. El bachiller lo hizo en el Padre Suárez y a los dieciocho años hizo sus primeros trabajos periodísticos serios en el diario Patria. Incluso hizo de dibujante. Luego se matriculó en Filosofía y Letras.

-Mi padre no tenía para mandarme a Madrid, donde estaba la Escuela de Periodismo. Así que me sugirió que hiciera Filosofía y Letras, en la rama de Historia. Con buen criterio porque me dijo que si luego quería ser periodista tenía que tener una buena formación en Historia. Luego al hacer las milicias universitarias puse como destino Madrid. Así que era alférez a la vez que me matriculé en la Escuela de Periodismo de la Iglesia. Cuando terminé me convalidaron los estudios con los de la Escuela Oficial de Periodismo.

Sus primeros trabajos serios fueron en la agencia Pyresa. Luego aprobó las oposiciones a los servicios informativos de TVE y se hizo redactor de telediarios. Aunque no abandonó el periodismo escrito puesto que hacía información universitaria en el diario Pueblo, en los años más duros del final del régimen de Franco. Tenía 27 años cuando pidió una excedencia para irse como corresponsal de Efe a Roma. A la capital italiana ya se va casado con María de Benito, cuyos dos hermanos, Julio y Luis, eran dos destacados periodistas en el panorama mediático de aquellos años. "La corresponsalía en Roma le obligará a transmitir información de primera mano de un país democrático como era Italia a un país sometido al régimen franquista, en donde la información estaba controlada y era censurada. Con toda seguridad, la breve etapa italiana será una de las más fecundas de Saiz-Pardo en su bagaje profesional, pero será, sobre todo, una experiencia laboral que le llevará a buscar el consenso a través de la noticia, perfilar las informaciones y desarrollar una gran habilidad para tratar los contenidos con precisión, rigor y sobriedad ante el riesgo que en ese momento tenía el hecho de informar desde un país periodísticamente libre y democrático a otro sometido a la censura y control informativo", escribe Jaime Vázquez, un investigador que ha dedicado una tesis doctoral de casi 800 páginas a la figura de Melchor Saiz-Pardo.

lidiar con la censura

Cuando llevaba año y medio en Roma, se entera de que en Granada se iba a jubilar como director de Ideal Santiago Lozano y un amigo le sugiere que se presente él al puesto. Lo hace y el 18 de julio (fecha muy significativa) de 1971 es nombrado director del periódico de la Editorial Católica de Granada, que también tenía ediciones en Jaén, Almería y Málaga. Con 28 años se convierte en el director más joven que hasta entonces había tenido un periódico español. Y por supuesto una de las circunstancias con las que tiene que lidiar es con la censura. Melchor me explica cómo funcionaba.

-Tirábamos unos doscientos ejemplares. Un motorista llevaba al Gobierno Civil unos cuantos para que fueran analizados por los censores. Había cuatro o cinco que leían el periódico de cabo a rabo. Si no encontraban nada, como solía ser habitual porque nosotros ya lo procurábamos, daban el visto bueno y hacíamos el resto de la tirada. Pero a veces se escapaban cosas. Por ejemplo, un día en que dábamos la visita de los príncipes a Granada, por entonces don Juan Carlos y doña Sofía, se decía en la información que iban a pernoctar en un hotel se Sierra Nevada. Por lo visto había una norma que especificaba que en las informaciones no se podía decir dónde iban a pernoctar los príncipes en sus viajes. Así que desde el Gobierno Civil nos pararon la edición cuando ya estaba a punto de finalizar la tirada. Tuvimos que comernos con papas miles de periódicos por esta chominá. Anécdotas de la censura en aquellos tiempos tengo como para escribir un libro. Un día nos enteramos que en Baza había una epidemia de cólera. Envié a un redactor y cuando ya estaba escrita la noticia, me llamó el delegado de Información y Turismo y me dijo muy seco: 'En Baza no hay cólera, ¿entendido?'. Y me colgó. Y claro, no dimos la noticia.

-Con la Dama de Baza también pasó algo, ¿no?

-¡Ah! Sí. Pues que cuando la descubrieron se la llevaron a Madrid. Paquito Martínez Perea y Esteban de las Heras cubrieron la noticia. Pero José Luis de Mena hizo un comentario diciendo que no había derecho que un hallazgo de esas características se lo llevaran a Madrid y que no deberíamos aceptar la réplica que nos habían prometido, sino la original. Censuraron aquel comentario y el gobernador me dijo que ni una palabra más sobre el traslado de la Dama de Baza a Madrid. Era tremendo trabajar así, pero es lo que había -comenta Melchor con la resignación pintada en su rostro.

Su espíritu liberal también le hizo tener muchos problemas con la censura, como cuando estuvo a punto de ser sometido a un consejo de guerra por una información sobre unas manifestaciones del Día de Andalucía.

-Bueno en aquella etapa todo el mundo sabía a qué atenerse. Había una dictadura pura y dura y los periódicos locales sólo podíamos criticar, si acaso, al alcalde para decirle que pusiera farolas en un barrio o que mejorara la ciudad. Pero nada más. Luego vino la edad de oro del periodismo español, la Transición, cuando se instaura en España la democracia y tanto los políticos como los periodistas estábamos interesados en instaurar en España el régimen de libertades. Ahora hay una etapa difícil para la profesión con la aparición de internet y la crisis económica. Los periódicos escritos creyeron que al hacer ediciones digitales que se podían leer gratuitamente iba a haber un trasvase de publicidad, pero lo que hicimos es tirar piedras sobre nuestro propio tejado. Ya casi nadie paga por informarse y la publicidad en los digitales no da para hacer un buen producto. La crisis ha obligado a los periódicos a desprenderse de buenos profesionales y el periodismo escrito pasar por una pérdida tremenda de credibilidad. Los periódicos seguirán existiendo, creo, pero con tiradas insignificantes. En Estados Unidos hay periódicos que ya funcionan con ediciones digitales toda la semana e impresas sólo los sábados y domingos. No sé, tal vez sea esa la solución.

medalla de oro

Después de Ideal, periódico en el que también fue columnista y miembro de su Consejo de Administración, Melchor ha sido más cosas, por ejemplo Defensor del Ciudadano y profesor de Periodismo en los Cursos de Verano de la Universidad. Y en 1998 recibió la máxima distinción que la Junta de Andalucía establece para los ciudadanos andaluces que se han destacado en su profesión y en la defensa de los valores de nuestra comunidad autónoma. Posteriormente le fue otorgada la Medalla de Oro de la Ciudad. También se estrenó como escritor con el libro Granada en el corazón.

Una de las ventajas de hacerte viejo es que te vuelves más directo y te importa poco lo que opinen los demás de lo que dices. Melchor se ha liberado ya de toda censura y no asiste a actos sociales.

-En el fondo sigo siendo director porque sigo interesándome por todo lo que pasa en Granada, en España y en el mundo. Lo que pasa es que ahora no mando y puedo decir lo que quiera.

Han pasado casi tres horas y ninguno nos hemos mirado el reloj. Estamos a gusto recordando cosas. De su afición a los etruscos y de cuando yo le dije en un artículo que le dediqué que era el más hábil cazador de erratas que había conocido. Le pregunto qué ha hecho con su inmensa biblioteca y me cuenta que la ha tenido que vender, en tres partes, a librerías de viejo.

-Esto tienen los libros, que llegan un momento que estorban. De todas maneras sigo yendo a las librerías -dice con risita ahogada y maliciosa.

Uno de los momentos de la charla lo recordamos cuando yo era un joven periodista que trabajaba en Jaén y él me contrató. Yo había presentado a los premios de La General un libro de viaje basado en unos reportajes periodísticos sobre las aldeas que se estaba quedando vacías con la gran emigración en la provincia. Él era uno de los miembros del jurado que consideró que yo debía ser el premiado.

-Eran unos reportajes cojonudos. Ahí me di cuenta de que había un chico con futuro en el periodismo, Andresillo. Por eso te ofrecí que trabajaras para mí -dice Melchor ensanchado su sonrisa.

-Y yo que te lo agradeceré siempre, Melchor.

Y brindamos por nuestra amistad. Él con Coca Cola light y yo con agua mineral. Vaya mierda de periodistas.

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