Granada

Millán Astray y el preso fugado

  • Condenado a 200 años, se fugó y no devolvió el dinero

  • Millán Astray, el director de prisiones, nos dejó en la prensa granadina la curiosa historia de un falsificador de la Tesorería del Estado

Inconscientemente se acaba uno acordando de la patulea de chorizos que invaden España, robando sin devolver un duro, tras leer la lejana historia de este colaborador de la prensa granadina. José Millán Astray, el abogado y periodista madrileño, padre del fundador de la Legión Millán-Astray Terreros, nos dejó una curiosa crónica hace ahora un siglo.

Había ejercido como director de la cárcel Modelo coincidiendo con un misterioso recluso condenado por falsificación. Preso porque durante muchos años añadía por su cuenta ceros de más a las cifras en los documentos que manejaba, dejando previamente espacios en blanco; luego se embolsaba las diferencias por lo que amasó una enorme fortuna. Fue condenado a 200 años por acumulación de penas; preso solitario, no hablaba con nadie, no comía en el rancho común, pagaba su comida aparte con un dinero que mensualmente recibía de fuera y se dedicaba a leer. Por su aspecto de señor educado y teniendo en cuenta que el resto de los reclusos apenas sabía leer y escribir, fue requerido por el director Millán para tareas de biblioteca; se le prometía reducción de pena pero se negó argumentando mala salud que solo calmaba con la lectura.

Comunicado el trasladado del director Millán Astray a otra prisión, recibió en su despacho la visita del recluso que quiso despedirse educadamente. Mantuvieron larga conversación, algunos consejos y se desearon suerte. Pasados los años Millán Astray lee en la prensa nacional que un preso se ha fugado en una estación de ferrocarril.

Fue así. Reclamado el recluso para prestar declaración como testigo en otra provincia, fue trasladado en tren. En el trayecto fingió divinamente un ataque epiléptico; su comportamiento fue tan alarmante que hubo de detenerse el viaje y desalojar al enfermo. La autoridad local aconsejó que guardara cama en la prisión más próxima; incluso un médico local le diagnosticó enfermedad grave y necesidad de reposo absoluto. Aprovechando la noche y la escasa vigilancia de un enfermo al parecer tan grave, se escapó. La prensa nacional destacaba el hecho con un titular en letra capital mayúscula: FUGA DE UN PENADO.

Pasado el tiempo, cuenta Millán Astray que una tarde en el Retiro le llamó la atención la mirada inconfundible de un elegante anciano paseando con una muy joven y bella dama. "Aquellos ojos me decían algo", dice el periodista. Pero poco después, en un teatro volvió a reconocer al anciano que era saludado por un médico, amigo común. Preguntando al médico quién era ese elegante señor, contestó que era un nuevo rico vecino de su calle, habitante de una magnífica casa, que requirió sus servicios para su joven y bella hija enferma, pagó muy bien y apenas cruzó más palabras. Solo justificó la riqueza de su mobiliario, sus abundantes obras de arte y la suntuosidad de su mansión con una fortuna que dice amasó en América.

Queda Millán Astray con el remordimiento profesional de no denunciar al fugado, aunque solo sea por no separarlo de su bellísima hija. Había pasado mucho tiempo, aunque él lo cuenta hace exactamente un siglo, en 1918.

Millán Astray ya tuvo serios problemas como director de la cárcel Modelo de Madrid cuando el célebre crimen de la calle Fuencarral por el que fue condenada la sirvienta Higinia, asesina de su señora, la ricachona Luciana Borcino en 1888 y que antes había servido en casa de Millán al que culparon de cómplice. Crimen mediático que hizo correr ríos de tinta y que incluso sirvió de inspiración para la película de Edgar Neville El crimen de la calle Bordadores (1946). Pero esto es ya otro tema.

El caso es que el falsificador fugado no devolvió el dinero, paseaba por el Retiro bien acompañado de su hija, iba al teatro y vivió divinamente en su lujosa mansión madrileña. ¿Les suenan hoy casos parecidos?

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios