El Paseíllo de Miranda
En su caricatura El Paseíllo, con el pretexto de una esperpéntica corrida de toros, nos dejaba la radiografía de personajes y situaciones de una Granada que ya ha desaparecidoSe cumple ahora medio siglo de esta curiosa radiografía social del popular caricaturista Miranda, el del gato y la mosca · Introduce en su viñeta más de 80 personajes y un nutrido y simpático attrezzo
TODAVÍA queda alguien que recuerde con cariño las caricaturas que a diario nos ofrecía Miranda en la última página de Ideal. En sus más de diez mil caricaturas tomaba el pulso a la ciudad, con sus luces y sus sombras, con ironía y socarronería, pero nunca con agresividad. Tuve la oportunidad de publicar una semblanza de su vida y de su obra en febrero de 1991, cuando se cumplía el 20 aniversario de su muerte en las mismas páginas en las que él nos dejaba la sonrisa mañanera. Por aquel entonces muy pocos lo recordaban ya. Tal vez Marino Antequera en la bien ilustrada publicación de la Obra Cultural de la Caja de Ahorros en 1975. Luego aparecieron otros merecidos reconocimientos.
Traemos hoy el recuerdo de una curiosa caricatura publicada hace 50 años. La tituló El Paseíllo, porque en ella, y con el pretexto de una esperpéntica corrida de toros, nos dejaba la radiografía de personajes y situaciones de una Granada que ya ha desaparecido. Se convierte, por tanto, en un interesante documento para el antropólogo social, porque ha dibujado por lo menos ochenta figuras y un nutrido, animado y simpático attrezzo.
Allí aparecen sus personajes más populares: el diminuto Pepe en brazos de la oronda Pepa tocada con peineta y mantilla y ocupando con su hermosa anatomía todo un tendido. La buena salud de la Pepa salta a la vista, tal vez por haber sido vacunada a tiempo como demuestra su ostentosa señal en el brazo izquierdo. Era habitual entre los buenos caricaturistas provocar el humor contrastando las figuras (feo-guapo, alto-bajo, grueso-delgado).
No pueden faltar en la corrida los monstruosos toros que sacan sus enormes cabezas por los chiqueros provocando el espanto general. La banda de música, la pareja de la Guardia Civil con tricornio y la peleílla de dos aficionados por ocupar el sitio en la grada. Las pinceladas de picaresca están por cualquier rincón: hay uno que se quiere colar saltando la valla, perseguido por el guardia a caballo que intenta clavarle nada menos que una espada; y otro que quiere ver la corrida gratis desde la copa de un árbol; éste, además, ha venido hasta con su bota de vino y unos prismáticos.
El paseíllo de los toreros tiene su verdadero protagonista en ese popular personaje que tantas veces acudió a sus viñetas: Chiquito del Sarampión; un 'valiente' torero al que le vale cualquier pretexto para salir huyendo de la plaza; tal vez por la pinta de los morlacos. En este caso es perseguido por los municipales ante el asombro de los mirones.
Aprovecha Miranda la ocasión para presentarnos a toda una galería de personajes típicos: el guiri con su máquina en ristre; el otro, con cara de imbécil, bocadillo, bermudas y camisa de flores; el del puro; los andaluces con peineta, mantilla y abanico, ella; con sombrero de ala ancha, él; un mozuelo que, ajeno al drama, se toma su helado seguramente de los Italianos; y uno de los personajes más populares de la vida granadina que siempre hacía su presencia en la puerta de la Plaza de Toros y en el Estadio de los Cármenes: el 'aguaor'.
Curiosas indumentarias a base de pantalones de cuadritos con piezas, pañuelos muy gitanos al cuello, gorras, sombreros de ala ancha, bombines y hasta chisteras como las que luce el presidente de la corrida. Moños, totos y floripones en la cabeza; callaos al brazo y zapatos de alto tacón.
El parque móvil es de lo más moderno: una Iso, el huevo-móvil con su pollito incluido y una camioneta del año catapún, con el volante a la derecha, accionada por el expeditivo sistema de la manivela frontal.
La fauna es la típica de Miranda: el burro tan granaíno, pajaritos, perritos que andan a la gresca, que hacen pipí en el árbol, o que acompañan ladrando al Chiquito que huye. Y, naturalmente, y en el centro de la plaza, la mosca y el gato, firma inconfundible de este curioso antropólogo del humor que tantas sonrisas nos dejó.
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