Playeros de manual

A lo largo del litoral se aprecian determinados individuos que, además de estar cortados por la misma tijera, son fáciles de reconocer y clasificar

La buenorra exprés se tiene en alta estima y suele hacerse fotos a ella misma.
La buenorra exprés se tiene en alta estima y suele hacerse fotos a ella misma.
Pilar Larrondo

24 de agosto 2015 - 01:00

Catalogar y clasificar a las personas como si fueran productos que comprar en un supermercado se ha convertido en el deporte nacional, por detrás de la crítica al prójimo, claro está. A pesar de ser una fea costumbre, porque las personas no son yogures, en algunas ocasiones esta práctica está más que justificada. Es el caso de la playa y la amplia colección de tribus que se encuentran en ella. Basta con despegar la vista dos segundos del best-seller que esté de moda leer este verano y mirar dos sombrillas más allá de la de uno para darse cuenta de que a cada individuo se le puede poner su correspondiente etiqueta.

Difíciles de encontrar en el día a día por las calles -ellas se reservan para las ocasiones dignas de lucir palmito- hay un tipo de mujer para la que el culto al cuerpo es las mayor de las premisas. Apuntadas al gimnasio de enero a diciembre y con un arsenal de cremas y potingues capaces de llenar tres campos de fútbol, estas féminas cuidan al milímetro su puesta en escena a la hora de pisar la playa. La diva de piscina -y de la playa, el pantano y hasta el estanque de los patos- es incapaz de poner un pie en la arena sin haber pasado antes por chapa y pintura. Da igual que vaya a tomar el sol o que se vaya a bañar, el concepto cara lavada no fue inventado para ella. El maquillaje waterproof es su mejor aliado y eso de bañarse en el mar se lo deja a las amigas, no contempla tener que pasar el trance de que su larga cabellera se transforme en el pelucón de Diana Ross. Está tan enamorada de sí misma, que es capaz de bajar a la playa con la única compañía de su bolso y sus doscientos millones de cremas, si se aburre observará su reflejo en los charcos de la orilla.

Como era de esperar, la diva de piscina también tiene su versión masculina: el ligón de verano. Su imagen es su máxima preocupación y su cuerpo es un templo que debe cuidar día sí y día también. Reconocerlos es fácil. Sólo hay que observar sus pieles depiladas cual culito de bebé. Muchos de ellos, en su afán por erradicar el pelo de su cuerpo, han conseguido que sus cejas parezcan un caminito de hormigas. Al igual que la diva de piscina, el ligón de verano siente adoración por él mismo y, como se quiere tanto, está convencido de que todas las mujeres querrán vivir con él el típico romance estival.

Un escalón por debajo de estos especímenes están otros dos que intentan ser como ellos, pero no logran colocarse a su altura. La pereza le impide dedicarse al culto al cuerpo los 365 días del año, pero desea que su anatomía sea de infarto durante los meses que dura el verano. Por eso, una vez pasada la Semana Santa y casi haciendo la disgestión del último pestiño, la buenorra exprés ya está apuntada a bodypum, a zumba, a crossfit y hasta a lanzamiento de jabalina con tal de tener un cuerpo diez el primer día que se plante un biquini. A partir de abril su cuarto de baño se llena de productos anticelulíticos y milagrosas pociones reafirmantes. El esfuerzo que tiene que realizar es grande, su puesta en forma es toda una carrera contrarreloj, por eso, desde el 1 de junio se paseará por playas y piscinas con biquinis diminutos que dejen ver que su cuerpo serrano está trabajado. Se quiere tanto -o más- que la diva de piscina, por eso no es raro verla haciéndose millones de selfies que luego subirá a Instagram para que el que no se cruce con ella en un paseo por la orilla pueda apreciar que su anatomía está a la altura del verano. La versión masculina es la del tatuado playero. En marzo ya empieza a observar que el tribal de su brazo está más arrugado que unos garbanzos en remojo y a eso tiene que ponerle solución. Durante tres meses el gimnasio se convierte en su segundo hogar y por sus manos no pasa otra cosa que no sean pesas de 220 kilos cada una. A estos personajes se les reconoce porque cuando andan por la playa son incapaces de pegar sus brazos al tronco y caminan como si en sus axilas tuviesen algún tipo de erupción. Pero ellos felices.

También hay ejemplares que son dignos de estudio. Antes del cambio de estación ya lucen un perfecto bronceado digno de Javier Arenas en sus mejores años. Se distinguen del resto de la humanidad porque mientras el resto de mortales se pasean con la piel blanca nuclear, ellos la tienen más negra que el betún. Son el naranjito y el BBC, que usan como excusa los grandes eventos para ir a las cabinas de bronceado. Adictos a los rayos uva y a los aceleradores de bronceado, se pasan todo el año luchando por poder hacerse pasar por el hermano pequeño de Wesley Snipes. Como es de esperar, en la playa no hay quien los levante de la tumbona y los aceites y demás pontingues para ponerse moreno son sus mejores amigos.

En contraposición a estos individuos están los vampiros. Edward Cullen a su lado parece el negrito del Cola Cao, pero a ellos les da exactamente lo mismo. Llevan a gala que parezca que por su cuerpo acabasen de rociar diez litros de lejía y bajo ningún concepto permitirán que su tonalidad de piel cambie. No es necesario decir cómo se les puede reconocer, los reflejos del sol en su piel dejan a algunos ciegos.

Todo este amplio batiburrillo de individuos puede encontrarse en cualquier parte del litoral, ya no sólo andaluz, sino mundial. Las tribus playeras poco a poco terminarán conquistando el mundo y catalogar a estos especímenes será más sencillo que decidir en qué sección del supermercado se debe colocar la comida del canario, si en productos de alimentación o al lado de los chicles de la caja.

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