GRANADINOSENBUSCADELACOMPOSTELA (iv)

'Puente Granada' suena bien

  • El alcalde de Portomarín quiso ponerle el nombre de nuestra ciudad a un puente que pasa sobre el río Miño

  • Hay tanta boñiga en el recorrido del Camino que si respiras demasiado fuerte te puedes tragar una vaca

Alas siete de la mañana comenzamos la marcha. Un rastro de indecisa claridad presagia el despegue del amanecer por el horizonte de los eucaliptos y el Camino. El tiempo es el secreto de cualquier viaje. El tiempo es el movimiento. Después de atravesar la parte antigua de la ciudad por un trayecto muy bien señalizado por las flechitas amarillas (allí podrá pasarte de todo menos perderte) pasamos por el Ponte da Áspera, un puente romano situado sobre el río Celeiro, que fue construido con trozos de piedra y pizarra. Hay puentes que llevan a otra orilla y puentes que llevan al pasado. Este es uno de los segundos. Los arcos son de sillería de granito. Por aquel puente, según la guía que llevo, ya pasaban los romanos en los siglos XIII y XIV. Así que podemos pasar nosotros. Hace buen tiempo, incluso calor, y a los peregrinos no les da pereza levantarse. Iniciamos una pequeña subida que nos lleva a un bosque de árboles inmensos. Antonio los conoce y dice que son robles, castaños y avellanos. El alba está a punto de hacer su presencia y cuando el sol sale, a nosotros nos acompaña la perpetua sombra de la arboleda. Hay una ligera presencia del rocío. Manolo y yo hemos dejado las mochilas en el coche con la intención de volver por la tarde a por ellas. Los antonios y José Manuel prefieren no desprenderse de ellas. Dicen que Manolo y yo vamos a hacer un Camino light.

-Si puedes dejar la mochila, es una tontería cargar con ella -sentencia Manolo.

Si tienes casa y tienes hórreo, como dice la canción, tienes la vida ganada

Antonio Luis nos informa de que hay empresas pequeñas de transporte y taxis que te llevan la mochila al siguiente pueblo por tres euros.

Vamos hacia Barbadelo y nos adentramos en un camino lleno de árboles y maleza mientras el día empieza a aclarar. Entre Brea y Ferreiros, después de haber hecho doce kilómetros desde Sarria, pasando por aldeas, robledales, cuestas y algún que otro tramo asfaltado, nos encontramos con el mojón de que estamos en el kilómetro 100, la distancia que falta para llegar a Santiago de Compostela. El monolito está cubierto de pintadas, y sobre su base hay montones de piedras, estampitas, y alguna cruz hecha con palitos del camino.

LAS VACAS SON LAS DUEÑas

Pero no todo es idílico en el Camino. Un olor profundo a boñiga de vaca te acompaña en buena parte del trayecto. En algunos tramos las reses son las auténticas dueñas del paisaje. Las productoras de leche están tumbadas en los prados o metidas en las naves cuando el vaquero no las saca a pastar.

-Aquí respiras fuerte y te tragas una vaca -dice alguien.

Las enormes boñigas que te encuentras en la ruta me hacen recordar aquel cuento que me contaba mi madre en el que Garbancito es engullido por una glotona vaca y expulsado después a través de la caca.

Antonio, el hidrogeólogo, se para en muchas fuentes para fotografiarlas. Le interesa conocer el comportamiento del agua en aquella comunidad. Nos dice que para ser tan pródiga en líquido elemento no hay demasiadas fuentes y las que hay no tienen demasiado interés. En la parte derecha del camino nos encontramos con una que tiene el anagrama de la peregrinación. Una verja abierta nos deja pasar al interior, donde rellenamos las botellas de agua porque hay un letrero que dice que es potable.

A la altura de los caseríos de Mercado de Serra y Leiman andamos por largos senderos abrigados por las copas de castaños y robles, formando avenidas sombrías que refrescan el ambiente. Da gusto andar por allí. Los troncos milenarios de algunos árboles parecen sacados de la imaginación de un escritor de cuentos fantásticos. A las diez de la mañana el sol empieza a mostrar sus calores energéticos. Hace calor y las ropas de abrigo con las que empezamos la ruta vuelven a las mochilas. Los prados con las vacas se suceden en la visión del Camino.

Lo mismo que se suceden los hórreos, esas construcciones donde se depositan las cosechas y granos de maíz para conservarlos oreados por las brisas y a salvo de los roedores a los que les encanta el grano. Si tienes casa y tienes hórreo, como dice la canción, tienes la vida ganada.

Y lo mismo que se suceden las aldeas, iguales dentro de su heterogeneidad. La aldea gallega es un núcleo de casas viejas, huertos y prados. Las casas y tejados son de pizarra y tienen ventanales y puertas por las que han pasado muchos años. Los ventanales tienen postigos dobles para proteger los interiores de la humedad y la lluvia. Ahora parecen atractivas las aldeas, pero no quisiera yo pasar allí un invierno.

Al pasar por Mirallos nos encontramos de bruces con la Iglesia de Santa María, edificada en el siglo XII. Tiene un cuerpo de portada románica y una espadaña con dos airosas campanas. Internet nos dice que las arquivoltas están adornadas por unas tiras ajedrezadas, motivo que se repite a lo largo de las iglesias del Camino de Santiago y que por crearse este adorno en la Catedral de Jaca, recibe el nombre de 'ajedrezado jaqués'. Fuera de la iglesia reposa, además de los muertos del cementerio aledaño, una pila bautismal que decora el prado bien cuidado del solar religioso. La paz es tanta que se me ocurre decir:

-Joder, aquí da gusto morirse.

El desayuno fuerte lo hacemos cuando son las once de la mañana y Manolo da un aviso:

-Cuando veamos un sitio con un chapa de Coca Cola paramos, que ya tengo el labio dormío de no moverlo.

Para mover los labios nos sirve un bar que hay en Mercadoiro, donde nos ponen una deliciosa tortilla de patatas con un tercio de Estrella de Galicia.

-¿No significa Compostela Campo de estrellas? Pues son estas las 'estrellas' que a mí me gustan -dice Antonio Luis mostrando la cerveza.

UN PUEBLO BAJO LAS AGUAS

A Portomarín llegamos a eso la una de la tarde. Lo primero que sorprende es el río Miño, que allí se detiene, ancho e inmenso, para formar el embalse de Belesar, el segundo más grande de Europa. Cruzamos un larguísimo puente y ya estamos en el pueblo.

Después de tomar aposentos en el albergue municipal (a esa hora está casi vacío) damos una vuelta por el pueblo. Antonio Luis nos recomienda que comamos en un restaurante con vistas al Miño, donde hay un menú de diez euros que incluye lacón con grelos y pulpo. El camarero, un chico despierto y vivaz, nos cuenta que en el Miño se pesca mucho la lamprea, un pez misterioso y de peculiar aspecto que se puede preparar de diversas maneras. Nos dice que tiene un característico sabor y que tiene propiedades afrodisiacas.

-Entonces ponnos una ración -pide Manolo.

-No tenemos. No es época.

El camarero, aficionado a las pesqueiras (construcciones de la época de los romanos que aún se conservan y que sirven para pescar), nos dice que el Miño antes era un vergel para los pescadores pero que poco a poco ha ido perdiendo ejemplares como los sábalos, las sollas y los salmones.

-Una pena. Antes del embalse muchas familias de aquí vivían de la pesca -dice el chico.

Después de dormir una prolongada siesta y una ducha reparadora, nos vamos a recorrer el pueblo. En un bar coincidimos con Juan Serrano, que es nada menos que el alcalde de Portomarín. A mí y a José Manuel nos sale la vena periodística y comenzamos un interrogatorio en toda regla. El alcalde nos informa de que el pueblo tiene unos cuatrocientos habitantes y que vive prácticamente del peregrino.

-Esto sin ustedes estaría muerto. Los turistas son capaces de estropear cualquier paisaje, pero aquí los peregrinos son la esencia. Sin peregrinos no hay Camino.

También nos cuenta que el antiguo Portomarín quedó sepultado por las aguas del pantano que mandó construir Franco en 1963. Y que el nuevo pueblo se construyó en la margen derecha del río, sobre el Monte do Cristo.

-El pueblo quedó completamente bajo las aguas, menos la iglesia de San Juan, que se desmontó piedra a piedra y hoy está en uso en el centro del pueblo. También se recuperó la portada de la iglesia de San Pedro. Se ahogaron muchas ilusiones -dice en un lamento el alcalde antes de preguntarnos de dónde venimos.

-Dos de nosotros de Jaén y tres de Granada.

-¡¿De Granada?! Me encanta Granada. ¿Sabéis que yo quise ponerle 'Granada' a un pequeño puente que se está construyendo?

-¿Y ya ha descartado la idea? -pregunta Antonio Luis.

-¡Qué va! Cualquier día lo aprobamos. 'Puente Granada' suena bien.

Después de la charla con el munícipe vamos a ver la iglesia que fue rescatada del agua. Además de San Juan también se la conoce por San Nicolás. La plaza en la que se encuentra está colmada de peregrinos y en la escalinata hay una pareja acaramelada, mostrándose el amor el uno por el otro. La iglesia tiene una nave única y una bóveda de crucería que se reparte en cinco tramos de gran altura. Los rosetones encajados en los dos hastiales dan paso a las últimas luces del día.

Tomamos un piscolabis hasta las diez que es el toque de queda. A esa hora todos los enchufes del albergue están ocupados. ¡Pardiez!

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios