De la Última Cena al vino de misa

Historia. Sea usted creyente o no, descubra cómo era el vino en tiempos de Jesús y cómo ha ido cambiando hasta el vino de misa actual

De la Última Cena al vino de misa
De la Última Cena al vino de misa
Margarita Lozano

25 de octubre 2015 - 01:00

PARA todos los países ribereños del Mediterráneo, el vino es una realidad excepcional: regalo de los dioses y, al mismo tiempo, fruto del trabajo del hombre. También el vino era para Israel la bendición divina por excelencia. Una tierra rica en viñedos, vino en abundancia, son los signos de la prosperidad material. Además, el vino proporciona alegría y su carácter festivo hace de él un elemento particularmente apropiado para su utilización en la liturgia. Más que cualquier otro elemento, el vino desliga al hombre de su condición profana y lo introduce en el universo de lo sagrado.

Dice la Biblia que lo primero que hizo Noé cuando bajaron las aguas del diluvio fue plantar una viña. Desde ese momento el vino figura a lo largo de todas las Sagradas Escrituras. De hecho, además del agua y la leche, es la única bebida que se nombra.

La producción más antigua de vino (certificada por hallazgos arqueológicos en el prestigioso Journal of Archaeological Science) data del 4.000 a.C. en el sur de la actual Armenia. Fue el imperio Romano quien propagó con fuerza el cultivo de la vid, plantándola en todo su territorio. Obviamente, no contaban con las técnicas de vinificación actuales y los vinos resultantes tenían alta graduación alcohólica, por lo que lo rebajaban con agua, costumbre que provenía de la antigua Grecia. Pero también se les practicaban otros tratamientos: una parte se mezclaba con miel, a otra se le añadían especias, y otras proporciones eran cocidas para obtener diferentes tipos de vinos. Todos eran consumidos por los distintos estratos de las clases sociales. Cabe aclarar que a los romanos el vino que más les gustaba era el blanco, por lo que muchos tintos se clarificaban agregando polvo de mármol, clara de huevo, o tiza. Y los blancos dulces, en particular, eran los preferidos de la alta sociedad, procedentes de Tasos, Lesbos, Quíos o Rodas, dulces naturales con alta graduación alcohólica.

Pero en las regiones de Palestina preferían el vino tinto. Es más, en la Biblia, siempre que se nombra el vino, es tinto. Allí también existía la práctica de agregar a los vinos ya terminados agua, miel, hierbas o especias, incluso ahumar previamente las uvas. El zumo de uva se guardaba en odres o en pieles de cabra, y tras su fermentación, solo los mejores vinos, puros y sin aditamentos, se depositaban en tinajas durante un cierto periodo para que se tornaran más fáciles de beber. Ese vino en su estado más puro, el mejor resultante de la fermentación, con un breve periodo de añejamiento, era el utilizado para las celebraciones religiosas. Recordemos que la Última Cena se celebró la Pascua. En cuanto a las variedades de uva de aquellos tiempos, entre los estudiosos hay discrepancias. Si bien algunos historiadores judíos, y sobre todo romanos, describen los distintos tipos de uva que existían, no es fácil establecer de qué cepas actuales fueron los ancestros. Pero casi la totalidad de los expertos reconoce que en las tierras de Jesús dominaba la que sería el antepasado de la actual Syrah, cepa que tuvo su origen en Persia.

Podríamos inferir entonces (con determinado margen de error, por supuesto) que la bebida utilizada en la Última Cena por Jesús y sus Apóstoles fue un vino denso, de cierto cuerpo, con un breve añejamiento, sin los aditamentos de la época, graduación alcohólica en torno a los 14 grados y procedente de uvas parientes de la que hoy conocemos como Syrah. Determinar qué gusto y aromas tendría ese vino es imposible, y no se puede trazar un paralelismo con ningún vino actual, ni siquiera de esa misma zona. Y fantaseando un poco, si alguno de nosotros tuviese la posibilidad de probar aquel vino, seguramente no sería de nuestro agrado.

El vino es un elemento esencial del banquete eucarístico. Según el Evangelio de Lucas 22:19, Jesús de Nazaret compartió pan y vino con sus discípulos y les ordenó: "haced esto en memoria mía". Por ello, los católicos romanos sostienen que el pan y el vino se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo mediante un proceso llamado transubstanciación.

El vino usado para la consagración ha de ser exclusivamente de vid y elaborado con uvas maduras, de acuerdo con los tratados que sobre este tema se hicieron en el Concilio de Florentino y de Tridentino, todo ello actualizado en una estricta normativa que recopiló en el Concilio Eucarístico Diocesano de Barcelona del año 1944 el jesuita Eduardo Victoria, en un libro llamado El pan y el vino eucarísticos, normativa con la que se trata de obtener un vino que se asemeje lo más posible al que tomó Jesús en la Última Cena. Los vinos de Misa tienen, como decimos, un reglamento estricto de elaboración aunque no tanto como los vinos Kosher, a tal punto que ante una situación de 'emergencia' donde un sacerdote debe celebrar misa y no cuenta con los vinos autorizados, puede utilizar cualquier otro. Pero lo que sí se exige, es que el producto sea 'genuino', sin aditamentos ajenos a la materia prima, y que sea un vino de larga vida, capaz de subsistir por un largo periodo de tiempo sin alterar sus cualidades.

En cuanto al color de los mismos la tendencia actual es la de poner vinos blancos, ya que los tintos manchan los corporales (como pañuelos con los que se limpia el cáliz o copa utilizada para la consagración) y luego no hay quien quite las manchas.

En España, tradicionalmente han existido dos casas elaboradoras de vino de Misa, una en Corella, Navarra, y otra en Tarragona capital, De Muller, proveedores oficiales de vino de Misa del Vaticano desde el siglo XIX. En su etiqueta se puede ver la relación de Papas que han celebrado la Santa Misa con su vino. Actualmente continúan siéndolo, aunque la familia De Muller, hace años vendieron la empresa. Hoy, es sin embargo la Cooperativa de Turis, en la Comunidad Valenciana, la bodega que más vino de Misa elabora en España.

En ausencia de estadísticas oficiales, se calcula que el consumo medio de vino por parte de un sacerdote en misa es de 32 mililitros. Multiplicando esta cifra por el número de cardenales, obispos y sacerdotes que celebran al menos una misa al día (unos 410.000 en el mundo) se obtiene la cifra de 14.350 litros de vino de Misa al día, es decir 5.237.750 litros al año.

¡Santa salud! Si desean saber más del tema, les recomiendo el libro de Miguel Ángel Almodóvar La Última Cena (Ed. Oberon)

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