La apertura de la Gran Vía y los derribos del entorno de la Catedral

04 de agosto 2013 - 01:00

EL 25 de agosto de 1895, el arzobispo Moreno y Mazón daba el primer piquetazo simbólico, con el que arrancaban las obras de demolición, necesarias para abrir la Gran Vía de Granada. Ese día tomaba forma un proyecto que se había ido gestando desde bastante tiempo atrás: la mejor comunicación entre la estación de ferrocarril y el centro de la ciudad, especialmente desde que el Darro había desaparecido, soterrado, para dar forma a la calle Méndez Núñez, actual Reyes Católicos. Esta excusa había calado de tal forma que se hizo urgente abrir una vía que saneara, higienizara y diera una sensación de gran ciudad, al estilo europeo, el viejo centro de Granada. Algo que aún tardaría veinte años en ser realidad.

Más allá de lo oportuno de la medida, de la necesidad de mano de obra, de los capitales que se movieron para tan ingente tarea -a caballo entre los siglos XIX y XX- o del embellecimiento, para la época, de la ciudad; la realidad es que esta gran obra acabó con la imagen de la Granada que se había ido conformando, desde el siglo XI, en la parte llana de su geografía. Se escogió esta situación porque era la que a menos monumentos religiosos afectaba. Además, a su trazado de veinte metros de ancho, se le debía añadir una franja de otros tantos a cada acera de la nueva calle, con lo que el terreno que hubo que demoler resultó ser un área de 882 metros de largo por 60 de ancho, todo ello en mitad de la infravalorada ciudad medieval, produciéndose un importante traslado de población humilde, en pos de la generación de unas plusvalías, de las que se aprovecharon unos pocos.

Hoy la Gran Vía es una calle interesante, en la que se nos muestra un amplio repertorio decorativo de entre siglos, que abarca desde el modernismo al regionalismo, pasando por el historicismo e, incluso, algunos interesantes detalles masones. Pero no fue esa la recepción que en su momento obtuvo: en los años veinte, el propio Torres Balbás, Arquitecto Conservador de la Alhambra, publicó en la revista Arquitectura (1924) un artículo titulado Granada la ciudad que desaparece en el que trazaba una profunda diatriba contra la apertura de la nueva calle y recogía los edificios importantes sacrificados para ello, de entre un total de doscientos treinta y seis inmuebles.

La intención de esta serie de artículos es mostrar algo de ese patrimonio desaparecido y dónde se encuentran los restos conservados. Llegados a este punto, hay que decir que, al respecto, existe una buena bibliografía que iremos desgranando a lo largo de esta serie, comenzando hoy con dos guías de Granada que, por su cercanía con los hechos, detallan muy bien cómo era la Medina. Por una parte la Guía de Francisco de Paula Valladar, editada en 1906 y, por otra, la de Gómez Moreno González de 1892; ambas reeditadas.

Al parejo de los derribos, la Comisión de Monumentos de la Provincia, encabezada por Almagro Cárdenas y Gómez Moreno, seleccionaba las piezas que debían ser salvadas y realizaba un álbum documental por el que conocemos que, al menos, fueron catorce los edificios importantes destruidos, mas los restos diversos que aparecían tras capas de yeso u ocultos por falsos techos. Es curioso observar cómo la mayor parte de los elementos salvados pertenecían a la época musulmana, despreciando en cierta medida los de época moderna.

Entre los edificios desaparecidos se encontraban los colegios de San Fernando y Eclesiástico y la casa de los Seises, construcciones contiguas adosadas al conjunto catedralicio, donde se formaba a los jóvenes que daban servicio a los oficios del templo metropolitano, en las misas de precepto y en las festividades como el Corpus.

El Colegio Eclesiástico, la más importante de estas edificaciones, se encontraba en la calle del mismo nombre, junto a la puerta del Colegio de la Catedral, hoy conocida popularmente como del Ecce Homo. Era un edificio del siglo XVI, de amplias proporciones, renovado por Carlos V sobre una antigua construcción nazarí. Tenía un importante patio porticado en el que destacaba la escalera que conservaba cuatro columnas jaspeadas, con capiteles visigodos y emirales que, parece ser, pertenecieron a la cercana Mezquita Mayor. Estas columnas fueron retiradas por la Comisión de Monumentos y se trasladaron al Museo Arqueológico, donde se conservan. Era también importante la portada, decorada con los escudos de los Reyes Católicos y Carlos V, a los que acompañaba la magnífica imagen de San Cecilio -obra de José Risueño-, bajo cuya advocación se encontraba el Colegio. Esta imagen se retiró y pasó al Seminario Conciliar, fundado en el exconvento de Trinitarios Descalzos y de allí pasó, en el siglo XX, a presidir la entrada al compás de la sacristía de la Basílica de la Virgen de las Angustias, donde se encuentra actualmente.

El Colegio de San Fernando fue una demolición tardía, comenzada en 1920, que provocó polémica en la ciudad, pues su demolición se hacía para ajustar y alinear la calle Oficios, en relación al moderno edificio del Banco Hispano-Americano, obra de Ángel Casas. Torres Balbás fue el encargado de reorganizar el solar, conservando la portada del siglo XVIII y dotando a la Catedral de una entrada turística que ha sido utilizada hasta hace pocas fechas.

Como dijimos más arriba, muchos más son los edificios desaparecidos, entre ellos el palacio de Cetti Meriem, las casas de la Inquisición, dos baños árabes, el convento del Santo Ángel o la casa de Diego de Siloe -que iremos viendo en próximas entregas-, todos ellos desaparecidos en virtud de un beneficio a corto plazo y a un criterio, solamente aplicable a la época en que ocurrió. Por eso es interesante que volvamos la vista atrás y miremos lo que perdimos en aras de la modernidad.

1 Comentario

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último