La cabra del pantano de Quéntar

La graciosa escultura del picacho la hizo Isabel Morcillo, la hija del famoso pintor granadino, profesor y director que fue de la Escuela de Arte y Oficios de Granada, Gabriel Morcillo Su figura queda como vigilante inmóvil de la zona y como una muestra de escultura popular al aire libre y de gran altura · Y, aunque mutilada, al menos ya conocemos quién la hizo y por qué

La cabra del pantano de Quéntar
La cabra del pantano de Quéntar
José Luis Delgado

04 de octubre 2010 - 01:00

NO es justo que queden en el anonimato entrañables obras de nuestros paisajes más queridos, como ésta que se asoma al pantano del precioso pueblo de Quéntar, que significa El Puente, en árabe.

La graciosa cabra la realizó Isabel Morcillo, la hija del famoso pintor granadino, profesor y director que fue de la Escuela de Artes y Oficios de Granada, Gabriel Morcillo, la que nos ha dejado también la simpática y popular Castañera que se queda en invierno guardando la puerta de los Helados Italianos en la Gran Vía, "vendiendo" castañas calientes a buen precio.

Y en lo alto de un picacho del cerro del Castillejo, cerca del cortijo de Prado Montero, vigilando con orgullo el pantano de Quéntar, queda esa otra huella de esta ingeniosa artista y mejor persona.

Según ella misma nos cuenta, se le ocurrió hacer una cabra de cemento sobre un esqueleto metálico y con anclajes de hierro en las cuatro patas. Pero el problema era colocarla luego. De eso no hay que preocuparse, le dijeron los ingenieros del pantano que fue inaugurado en 1976; hubo que llamar a Paco Repeche, experto barrenero de Quéntar, que horadó como pudo cuatro agujeros en la roca perfectamente calibrados para las cuatro patas; una vez terminada la faena, dispusieron de una enorme grúa de poleas y allí, en lo alto del picacho, la plantaron con muchísimo esfuerzo.

Y allí está "ende que la puso la hija de don Grabié", como me dijo un labriego de Prado Montero; y tan real que los chascos y las anécdotas se suceden todos los días. En cierta ocasión unos excursionistas jóvenes regresaron a las casas asegurando a sus padres haber visto una cabra en lo alto de un pico, asomada con todo el descaro al pantano; como los mayores no daban crédito porque tan cerca no bajan las cabras, subieron al día siguiente y el animal seguía en el mismo lugar. Alguien les dijo con la típica guasa granaína, que no se movía porque tenía a sus crías debajo.

La cabra daba miel

Cuenta Isabel Morcillo que al armar la escultura introdujo papeles entre la trama metálica para luego repellarla con cemento; dejó un agujero para que respirara el material; orificio que fue aprovechado por las abejas que instalaron allí su panal. Es la única cabra del mundo que en vez de dar leche podría dar miel. Hasta entonces la cabra se mantenía intacta; nadie se acercaba por temor a las abejas; a nadie se le ocurría tocarla.

Un mal día alguna epidemia acabó con las abejas y desde entonces algunos desaprensivos, creyendo escalar el Everest, se suben al picacho hasta que han conseguido romperle un cuerno a la cabra; cuando yo tenía entendido que eran sólo los cabrones los únicos animales capaces de romper cuernos cuando están luchando en la época del celo. Pero, como decía el valiente torero Rafael El Gallo cuando le presentaron al filósofo Ortega y Gasset, "hay gente pa to".

No me digan que no hay que tener mala leche o estar loco para escalar el picacho y colgarse de un cuerno hasta partirlo. Igual ahora el bestia lo exhibe entre los amigos como trofeo de caza o tal vez es que echaba de menos uno que a él le faltaba. La cabra de Quéntar queda como vigilante inmóvil del pantano y como una muestra de escultura popular al aire libre y de gran altura. Y, aunque mutilada, al menos ya conocemos quién la hizo. Ahora sólo falta descubrir quién es el lila que luce el cuerno que a la cabra de Quéntar le falta.

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