Del cucharón al chaparrón: el Corpus vive la antesala de su final
El viernes de Corpus se vivió en el recinto ferial de Almanjáyar con mucho gusto entre paellas, chotos y otras cosas que saborear, pero la tarde estuvo un largo periodo pasada por agua
La lluvia, protagonista del viernes de Corpus en Granada

Granada/Granada se desperezaba bajo el sol del mediodía del viernes de Corpus. En el Metro ya se notaba el regreso al ritmo habitual de la vida laboral. Algunos vestidos flamencos aún se colaban entre los vagones, mezclados con uniformes de trabajo. El termómetro marcaba 40 grados, pero ni el calor pareció frenar a los más entregados.
“He vuelto a casa a las seis de la mañana, he dormido hasta las doce, me he preparado... y aquí estoy otra vez”, contaba Aroa con una sonrisa. La feria se acercaba a su fin, y ella no estaba dispuesta a perder ni un solo día.
A las 14:00 horas, el Real de Almanjáyar era un festín para los sentidos. En las casetas ya se servían pimientos fritos, pescaíto, papas a lo pobre, habas con jamón y hasta croquetas. Pero entre el ambiente tranquilo, había una caseta que llamaba especialmente la atención. Era la Peña Los 17. Bajo una carpa, el humo de cinco paelleras se elevaba en espirales aromáticas. “¡Madre mía! ¡Cómo huele esto!” se oía al acercarse.
Allí se celebraba el tradicional concurso de paellas organizado por la Los 17, en el que cada año compiten cinco casetas para presentar la mejor receta de arroz. Un jurado anónimo era el encargado de elegir al ganador. Una de las organizadoras repartía papeletas numeradas para garantizar el anonimato de las propuestas. A La Cachucha le tocó el número dos. “¡Uy! A mí este número me da suerte”, exclamó una cocinera con delantal, antes de que su compañera la mandara a callar. “Mujer, ¡no lo digas, que el jurado no se puede enterar!”. Ella se guardó el número con una mano en el pecho y una promesa. “En mi caseta hay una tradición. Hasta que uno no gana, no se retira. Llevo años intentándolo, pero este año... vamos a ganar”, decía mientras mostraba con orgullo su arroz con pollo, costilla y presa.
Al otro lado de la mesa, El Farol Estaría De Dios vivía su propio show. “El pobre Rafa es el que ha preparado todo, pero los demás somos como los mayores que van a la obra a criticar y decir falta esto… falta lo otro... ¡Estamos aquí dando por saco!”, contaba uno entre risas. El cocinero principal compartía su secreto: “Lo mejor es echarle al arroz un chorrito de lo que estemos bebiendo. ¿Que es cerveza? Pues cerveza. ¿Que es rebujito? Pues rebujito. Así no hay dos iguales”. Una receta original, desde luego. “¡Es imposible repetirla de una vez para otra!”, concluían entre carcajadas.

Desde la caseta Aires de Feria apostaron por un arroz negro con sofrito de cebolla, fumet, jibias, gambas y su toque final de tinta de calamar. Era la primera vez que el cocinero participaba, pero ya pensaba en repetir. “Hace calor, sí, y más con los fogones, pero el ambiente lo compensa. ¡Si no ganamos, nos comemos la paella igual y tan felices!”, afirmaba.
Chari y Leo representaban a La Pedrería y La Polvareda. Ella, con la experiencia de casa. Él, con formación profesional. “No venimos a ganar, sino a disfrutar. Somos como una familia”, decía Chari mientras removía el arroz. Este año presentaron un arroz granaíno, con habitas de la Vega, espárragos trigueros de Huétor Tájar, costillas de Maracena y setas. Una apuesta clara por el producto local. “Nos pasamos todo el año pensando la receta. Aunque la última palabra la tiene Chari, yo le meto mis truquitos técnicos”, contaba Leo.
La Alboreá también participaba, como cada edición, pasando el testigo de generación en generación. Su receta, arroz con pollo y secreto, acompañado de alcachofas y espárragos. “Cada año vamos mejorando. Apuntamos todo, pero nunca lo hacemos igual. Siempre se reajusta y se afina”, explicaban.
A eso de las 15:00 horas, el jurado dio la señal para echar el arroz. Solo quedaba esperar el reposo, servir y disfrutar… Y por supuesto, conocer el veredicto. Y sí, el número 2 trajo suerte. La Cachucha se llevó el primer premio.
A pocos metros, en la caseta El Salero, la familia Santaella ofrecía su propia joya gastronómica. Una degustación de choto que hizo peregrinar a más de un curioso y entendido. Desde hace más de seis años, en el viernes de Corpus, preparan esta receta familiar con origen en el pueblo de Tiena, en Moclín. La salsa lleva pimiento, almendra, ajo, pan frito y aceite de la cooperativa local.
Los hermanos Óscar, Juan Ignacio y Jaime mantienen viva la receta que creó su padre, Juan Santaella. La carne, tierna y bien adobada, desprendía un aroma irresistible. Las raciones volaban entre brindis y carcajadas. “¡Esto no es choto, esto es gloria bendita!”, decía un vecino con la servilleta al cuello y una sonrisa de oreja a oreja.
Y a la hora de la merienda, la feria cambió de ritmo. De hacer cola para tomarse un helado, se pasó a buscar refugio. Un fuerte viento comenzó a levantar el albero. “Hay que decir que la feria se siente muy segura este año”, comentaba una asistente, mientras dos policías a caballo mantenían el orden y vigilaban una calle donde una rama amenazaba con caer. Los bomberos aseguraron algunas casetas sorprendidas por el temporal e incluso trasladaron a un perrito a la zona de atención veterinaria.
Entre la lluvia y el gofre
Poco después, la imagen inusual de paraguas entre farolillos se hizo realidad. Un chaparrón repentino, acompañado de truenos y relámpagos, se apoderó del ferial. En la zona de los columpios, los feriantes conversaban con el ceño fruncido. “La gente puede seguir pasándolo bien dentro de las casetas, pero para mí esta tormenta supone una pérdida económica bastante importante”, lamentaba uno de ellos. La mayoría optó por esperar. “Tampoco vamos a abrir si no viene la gente”, concluían mirando al cielo, esperando que el tiempo les diera una tregua.
Entre charcos y ráfagas de viento, la feria se resistía a rendirse. Algunos niños, empapados y con la cara larga, no podían ocultar su decepción. “He estado esperando toda la semana para venir a los columpios”, decía Elena, de ocho años, solamente algo consolada por el gofre con chocolate que sostenía en sus manos. A su lado, su madre trataba de consolarla: “Mañana seguro que hace mejor tiempo”.
Los columpios funcionaban a medio gas. Algunos valientes se animaban a subirse, a pesar de que muchas atracciones habían apagado luces y motores. Otros miraban desde abajo, dudando si el chaparrón les daría un descanso. “Es raro ver tan poca gente un viernes de Corpus. Esto siempre está a tope”, comentaba un joven con un paraguas roto en la mano, mientras hacía cola para una de las pocas atracciones que seguía en marcha.
El viernes de Corpus se fue quedando, poco a poco, en un día pasado por agua. Las puertas del ferial se convirtieron en un escenario de decisiones. Algunos corrían hacia las casetas en busca de refugio y buen ambiente bajo techo. Otros, resignados, optaron por el Metro para volver a casa.

“Nos íbamos a quedar toda la tarde, pero con esta que ha caído, cambiamos el plan. Unas tapillas por el centro y ya está”, decía una pareja, empapada pero sonriente. “Mañana regresamos con más ganas y lo disfrutamos el doble, por cada gota de lluvia que ha caído” añadían.
Cuando la noche caía, la lluvia comenzaba a amainar y el ferial volvía a llenarse de colores. Aun así, muchos ya habían pospuesto sus planes. Porque hoy sábado, último día de feria, promete ser ese gran final que lo compensa todo. A bailar y a brindar para recuperar lo que ayer viernes no pudo ser.
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