Un cura de Baza engañó a Cervantes

En Baza lo buscó Cervantes para ajustarle las cuentas El fraile Juan Blanco de Paz denunció su huida de la Cárcel de Argel Los estafadores en España no son nuevos

1. Cervantes cautivo en Argel. 2. Libro sobre el doctor Blanco de Paz. 3. Iglesia de Baza. 4. Monumento a Cervantes en Madrid.
1. Cervantes cautivo en Argel. 2. Libro sobre el doctor Blanco de Paz. 3. Iglesia de Baza. 4. Monumento a Cervantes en Madrid.
José Luis Delgado

09 de febrero 2015 - 01:00

EL fraile dominico Juan Blanco de Paz nació en el pueblo pacense de Montemolín, descendiente al parecer de una familia de conversos judíos o moriscos. Siendo ya inquisidor viajó a Roma y a la vuelta de ese viaje, hacia 1577, fue capturado por piratas berberiscos y llevado a las cárceles de Argel. Sabemos por los biógrafos que Miguel de Cervantes fue apresado por esos mismos piratas turcos cuando volvía de Italia en la goleta El Sol dos años antes, el 26 de septiembre de 1575 y que igualmente fue conducido a Argel donde permaneció nada menos que cinco años. Procuró escaparse. Hasta cuatro intentos de fuga planeó y a cuál más desastroso.

El cuarto proyecto fue mucho más rocambolesco que los tres anteriores, aunque tuvo el mismo final. Fue un mercader valenciano de nombre Onofre Exarque el que puso el dinero para organizar una fragata en la que huirían sesenta cristianos; pero igual que ocurrió en los anteriores, también ahora apareció un traidor; precisamente un compañero cautivo que no lo podía ni ver; se trataba precisamente del renegado fraile dominico doctor Juan Blanco de Paz, que denunció la fuga a los turcos a cambio de un escudo de oro y una jarra de manteca. Luego, el denunciante Blanco fue liberado por mil escudos y años después acabó siendo nombrado por Felipe II cura de la iglesia de Baza en 1592. Por culpa del chivatazo del envidioso dominico, Cervantes fue atado con cadenas y un grillo y se ordenó embarcarlo para Constantinopla.

Hubo que esperar hasta el 19 de septiembre de 1580, cuando pagaron los Trinitarios fray Antonio de la Bella y fray Juan Gil los 500 escudos exigidos para que Cervantes liberado volviera a España en octubre. Dinero recaudado a duras penas con la importante colaboración de su propia madre que se empeñó hasta las cejas. Nunca olvidó Cervantes la traición del cura.

El odioso Blanco de Paz corrió peor suerte; quince años se tiró de cautiverio; hasta que en enero del 1592 fue liberado por los padres Trinitarios que pagaron mil escudos por su rescate; fue entonces cuando volvió a la Corte y se las arregló para que Felipe II lo nombrara racionero de la Colegiata de Nuestra Señora de la Encarnación de la ciudad de Baza, que por entonces contaba con unos 1500 vecinos y el prestigio de haber sido la antigua Basti romana y luego protagonista de una difícil reconquistada por los Reyes Católicos en 1489; aunque la plaza obtenida por el dominico Blanco de Paz la ocupó por poco tiempo y tras engañar a todo el mundo sobre la limpieza de su sangre. Dos años después desapareció y nada se supo de él. Podríamos decir que anduvo en "busca y captura". Aunque continuaban sus fechorías.

En una de las correrías de Cervantes como comisario cobrador de alcabalas recaló en Guadix y fue en busca del cura Blanco a la vecina Baza en septiembre de 1594 para ajustarle las cuentas, aunque cuando llegó ya se había fugado el fraile dominico. Nadie pudo dar cuenta de su paradero.

Pero sí sabemos que de nuevo Blanco apareció como protagonista de una estafa hecha a un cura de Sevilla llamado Fernando Orsuche al que le pidió fianza para obtener dinero de un banco de Roma. El doctor Blanco tomó el dinero, huyó rápido y dejó emperchado al pobre Orsuche, que tuvo que pagar lo robado por el fraile. El final fue que el impostor fue perseguido por estafador, excomulgado y desprovisto de su ración en Baza. Tuvo que huir de nuevo a Argel y aliarse con los turcos.

No creo que nadie en Baza se acuerde de él, ni que el Ayuntamiento le ponga monumento a su memoria, ni que nadie trate de recuperar sus huesos. Los farsantes, ladrones y estafadores en España no son nuevos; los tenemos con hábito, con gorra de plato y hasta con bastón de mando.

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