Granada

El desfiladero de Cacín, una garganta a prueba de ateos

DECÍA Walter Benjamín que lo que distingue a los adultos de los niños es su incapacidad para la magia. Madurar significa prescindir de hechizos, explicaciones fabulosas, el hada que concede los deseos. Cuando un grupo de adultos (en torno todos a la sesentena) queremos rescatar ese tiempo de infancia, nos vamos a soñar, reír, cantar, beber y a imaginar que seguimos siendo jóvenes, a los llamados Tajos de los Bermejales y recorremos el curso del río Cacín. Es un recorrido impresionante por una garganta en la que compruebas el poder que tiene la naturaleza y la pequeñez de nuestra vida en comparación con los millones de años que por allí han pasado. Le pedí a Harry que me acompañara a una de estas excursiones y después de pensárselo dos o tres veces, accedió:

-Es que yo no querer incordiar en reunión de amigos- dice Harry cuando le hago la propuesta.

-Tú nunca incordias, Harry. Además, podrás hacer de elemento exótico en el recorrido.

-¿Vosotros querer reír de mí?

-No, coño, Harry. No seas suspicaz.

Por lo pronto le explico que donde vamos a ir es uno de los lugares mágicos de la provincia de Granada que, incomprensiblemente, menos conocen los propios granadinos. Allí las piedras, el silencio y la vegetación se confabulan para componer una sinfonía de la naturaleza.

Salimos para la excursión a las cuatro de la tarde. La primavera ya ha dado signos de que lo que después viene es el verano. Hace calor. Somos once contando a Harry, el cual se ha puesto un salacot de bambú que reserva para las aventuras. Dejamos los coches en una explanada que hay cerca de la iglesia de los Bermejales. Desde allí sale la vereda que recorre la garganta del río Cacín. La mayoría de los participantes ya hemos hecho la excursión en varias ocasiones y sabemos que no es fácil. El recorrido son casi ocho kilómetros y se tarda alrededor de tres horas. El terreno es muy irregular. Pepe Logaritmos, que es geólogo, nos explica que allí se conectan dos conjuntos rocosos diferentes. El más antiguo de hace aproximadamente doscientos millones de años y el superior de 8,5 millones de años. Y que éste último representa la efímera invasión del mar en la zona. Después de 7,5 millones de años estos parajes fueron un lago de agua salada, más tarde dulce y últimamente los que han dado lugar a la hermosa comarca del Temple y la Vega. De vez en cuando pasamos por unas rocas donde hay incrustados fósiles marinos que refuerzan la teoría de que aquel lugar estuvo ocupado por las aguas. La vegetación es abundante. Rafa, que es profesor de historia y experto en botánica, nos ayuda a diferenciar lo que son las cornicabras, las mimbres, los fresnos, los aladiernos, los torviscos… El río discurre silencioso y todas las plantas del mundo, nos dice Rafa, se reducen a ese humilde junco que espera la caricia del agua en los pies.

Si miramos para arriba, vemos en las enormes paredes que circundan al cañón, en lugares totalmente inaccesibles, muchas concavidades que han debido de servir de refugio de personas, a juzgar por los restos de paratas hechas de piedra. Antonio, que es hidrogeólogo, nos dice que es una de las grandes incógnitas de aquel sitio: ¿Quién ha podido hacer esas oquedades y con qué fin?

Debido a la estrechez del sendero, caminamos en fila india. Harry no quiere quedarse el último porque dice que en las películas es al primero que matan. El ambiente es jocoso, como no podía ser menos. El Mojón, que ha pasado casi toda su vida en Francia y ahora se ha comprado un cortijo en Montefrío, dice que en sus años de vida laboral trabajó en una empresa eléctrica, y que entró allí por enchufe. Todos reímos menos Harry, que no entiende el juego de palabras. Manolo, que es escalador profesional, nos ayuda y nos enseña cómo debemos afrontar cada subida o bajada. Rafa, que también tiene dotes de cantante de ópera, aprovecha cualquier rincón con buena acústica -allí es fácil porque hay concavidades que lo permiten- para cantarnos a capella el O sole mío o La donna é mobile. Curro, otro profesor, de vez en cuando se para a componer quintillas sobre el momento y nos la recita en los descansos de la caminata.

-Yo estar aprendiendo mucho hoy. Estar disfrutando- dice Harry.

-Pues esto no es nada, espera que venga el 'mantelillo'- dice Antonio Luis.

-¿Mantelillo? Que ser eso.

-Ya lo verás, Harry. Ya lo verás - le contesta Antonio Luis.

A lo largo del recorrido y ante las impresionantes vistas que ofrece la enorme cárcava, alguien dice que a lo mejor Dios tenía algo que ver en este prodigio de la naturaleza, aserto que se gana la mirada de reproche de los científicos. Harry incluso llega a decir que no hay que mezclar a Dios en esta maravilla, que todo es un accidente de la evolución. Y entonces yo cuento la anécdota del ateo que estaba visitando un bosque maravilloso y a cada paso entonaba una exclamación por las vistas y el lugar natural tan excelso en el que se encontraba: ¡Qué árboles tan majestuosos!, ¡Qué bellos animales! ¡Qué río tan limpio!... De pronto apareció un oso y el ateo comenzó a correr. Hasta que ya no pudo más y cuando estaba a punto de ser devorado por el animal, exclamó:

-¡Dios mío, ayúdame!

El oso se quedó parado y se creó un silencio impresionante. Entonces se oyó una voz:

-Tú nunca has creído en mí y has reducido a la creación en un accidente cósmico. ¿Cómo esperas a que yo te ayude? ¿Debo esperar ahora que tengas fe en mí?

El ateo supo que era Dios quien le hablaba y contestó:

-Es verdad. Y no voy a ser ahora un hipócrita y tampoco espero que me tomes por un católico ya que he sido toda mi vida un agnóstico. Pero si tienes el poder que dicen, convierte el oso en cristiano.

Entonces el oso recogió las zarpas, hizo una pausa, bajó la cabeza y dijo:

-Señor, bendice estos alimentos que voy a comer, amén.

Todos ríen, incluso Harry, pues él bien podía ser el protagonista de la anécdota.

Pasamos por las ruinas del Cortijo del Cura y afrontamos la última etapa de la excusión con el objetivo de buscar un buen lugar para dar cuenta de las viandas que hemos echado. El continuo esfuerzo dificulta la respiración y obliga a las glándulas sudoríparas a segregar líquido sin descanso. Mario es fotógrafo y se para constantemente a enfocar cualquier planta o paisaje. Y Fran, joven escritor de la naturaleza, es el más ágil y nos hace quedar en ridículo a la hora de afrontar un desnivel del terreno. Para subir hay en algunos lugares escalas de hierro y para bajar existen maromas sujetas a las rocas que permiten agarrarte para no escalabrarte. ¡Menos mal que viene Manolo!

El mantelillo

Al llegar a un hueco que hace el río y entre las inmensas paredes del desfiladero, paramos a practicar 'el mantelillo'. Esto es que ponemos un mantel en el suelo y sobre él echamos las viandas que hemos transportado en nuestras mochilas: Rafa se ha llevado un estupendo queso de Alhama; Fran ha procurado que las cervezas lleguen bien frías; Antonio Luis saca lomo embuchado, Pepe ofrece un exquisito salchichón de Vich (¿Ves por qué no le podemos dar la independencia a Cataluña?, dice cuando nos lo da a probar), El Mojón pone sobre el mantelillo vino 'Malafollá'… Todos compartimos lo de todos. Es una merienda comunal.

-¿Tú que has traído?- le pregunto a Harry cuando veo que su mochila está más vacía que el cepillo de una iglesia.

-Yo, el hambre. ¿Parecer poco?

Es el magnífico fin de fiesta. Viene después el tiempo del cante y de la risa. Se cuentan chistes y se exalta la amistad y la convivencia. Brindamos por repetir el momento y porque siempre tengamos este asidero a la vida. Antonio Luis nos recuerda el poema de Borges que dice: "Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos; no te pierdas el ahora".

-¡A ver cómo le explicas esto a la gente!- dice Pepe Logaritmos cuando enciende su pipa después de la opípara merienda.

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