Viernes Santo de dos velocidades
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Cinco hermandades realizan su estación de penitencia a la Catedral, dejando momentos para el recuerdo
Viernes Santo en Granada. Emoción y devoción. Favores y fervores. Luz y cruz. Un día para el sentimiento más genuino de una Semana Santa que crece y evoluciona a dos velocidades, que refleja el ayer y el hoy. Así se vio la jornada que evoluciona en lo cofrade buscando siempre el marchamo de la calidad, la excelencia y la distinción. En algunas cofradías resultó más ostensible que en otras pero a pie de acera...
Las cinco hermandades del día que realizaron estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral gozaron de una jornada envidiable en lo atmosférico: tanto en lo relativo al tiempo como al ambiente en las calles, atestadas al paso de las cofradías y con desigual comportamiento, eso sí. El Viernes Sano continúa siendo una esas jornadas que crece y embelesa a partes iguales.
Siempre en el recuerdo
Imponente, mirando al cielo, se presentó el crucificado de Sánchez Mesa sobre un altar móvil de perfil dorados y candelabros acariciado en su vaivén la brisa de la tarde. Sonó Fillius Dei, ese poema sinfónico que regala la estampa de ver elevarse al Santísimo Cristo de la Expiración sobre su calvario tras haber sorteando el intradós del arco. Los pupilos de Agustín Ortega señorearon con el Señor del Puente mientras a compás, debutaba la formación que lleva el nombre de su titular.
María Santísima del Mayor Dolor llegó a Granada con la tierna dulzura de llanto y de su pena. Bajo su manto bordado por las monjas adoratrices, el recuerdo de quienes tanto hicieron por la cofradía y hoy asisten al paso desde la cofradía desde un palco en las alturas. Qué orgulloso debió de estar Manuel Gutiérrez-Obrero viendo pasear a la virgen de sus desvelos a los sones de Mayor Dolor cuando el palio irrumpió en la carrera oficial. O cuando ya de vuelta, sin la necesidad de tener que recurrir a más 'performance' que el andar del paso de palio, con la noche escondida entre la candelería, la banda de Armilla tocó Virgen de Andalucía con el busto del padre Iniesta haciéndole bulla a la Madonna.
Amor y trabajo para Granada
En una situación tan delicada como convulsa en la que vive el mundo, más que nunca se hace necesario pedir por quienes necesitan del amor, el que brota de la paz y la reconciliación; y del trabajo de quien, ante la crisis económica requiere de este para subsistir y dignificarse como persona. Con esta premisa se presentó ante Granada la magnífica dolorosa de esta cofradía, en su pujante paso de palio que busca una identidad tan propia como reivindicativa; y con un andar - ¡qué andar! - fino y elegante.
Cuando salió la cofradía, y antes que llegara el Cristo de la Buena Muerte, muchos buscaban y esperaban que llegar la Legión. Y no estuvo. Tampoco en las calles se aglomeró el número de personas de años atrás. Algo que nos lleva a la pregunta: ¿qué vienen a ver los granadinos una cofradía en estación de penitencia o un desfile militar? Mientras surge una respuesta, el crucificado de Fernández Díaz ganó con el perizoma textil y el misterio que se augura con la Magdalena a los pies confiere una identidad distinta en la Semana Santa Santa de Granada.
La devoción de un barrio
Las elegantes túnicas de los hermanos de Los Favores anunciaban la categoría de una cofradía de barrio. De negro y burdeos se tiñeron las calles de Granada al paso de esta corporación nazarena: amplios tramos que antecedieron al bello crucificado de San Cecilio que, sobre su dorada canastilla, vino alfombrado como siempre de un radiante calvario de rojo clavel. Y rayó la excelencia el trabajo de quienes bajo la trabajadera, a la voz de Enrique Muñoz, anduvieron al son de La Pasión de Linares.
Homenaje a López Farfán de Las Cigarreras en el 150 aniversario de su nacimiento. Entró el paso de palio de María Santísima de la Misericordia coronada a los sones de Pasan los campanilleros en carrera oficial. Un clásico de la música cofrade que hizo la delicia del respetable. Sublime su andar y el conjunto del paso de palio, con toda la candelería encendida, y las jarras y esquinas, y el clasicismo que en todo la define.
Santo Sepulcro
Al toque del muñidor avanzó el cortejo de la hermandad del San Sepulcro. La seriedad y el recogimiento de la cofradía se fue imprimiendo desde los primero compases. Todo a pesar del ambiente festivo que acompañó desde algunos comercios que, aun lucrándose del paso de las cofradías, no tuvo el menor sentido del decoro. Y qué decir de la vergüenza. Anduvo bajo los sones de capilla musical - y el techno de fondo - por la carrera oficial el paso del Señor yacente en su magnífica urna de carey y bronce.
No tuvo tampoco el recogimiento que cupo esperar el paso de la mejor dolorosa del Barroco andaluz. Ni el andar reposado ni en el acompañamiento musical, con exquisitas marchas fúnebres, consiguieron imponer el ambiente propicio para disfrutar de la hermandad. Una lástima que esa hermandad, que debería ser ejemplo de tantas cosas, no termine de fructificar. Más aún cuando los agentes que intervienen - como la propia Banda Municipal - abandona a la cofradía después de su paso por Catedral.
¡Chía, toca!
El monasterio de San Jerónimo fue testigo una vez más de la salida de la Hermandad de la Soledad. Esa corporación nazarea que intenta que buscar la seriedad, el recogimiento y el punto de distinción que tanto tiempo la Semana Santa de Granada ha reclamado. El cortejo, poco a poco, impone ese sello mientras combina ese genuina inocencia de los niños que, en su juego, vacían sus pulmones pidiendo a las chías que toquen a su paso.
El Descendimiento del Señor sobre su catafalco - estampa sobria de una Semana Santa pluscuamperfecta - transcurrió acompañado por la recreación viviente de las Marías bajo la melodía de las jóvenes promesas de la capilla musical. Y llegó ella: la Soledad, la imponente y blanquecina dolorosa que ha cautivado el amor de los granadinos a través de los siglos. La belleza modelada a base de gubia y vestida, como siempre, con exquisitez. Y el tambor ronco de El Padul solemnizó el andar costalero de la cuadrilla de Laura Coca.
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