El discutible encanto de la utopía

Cada cierto tiempo se organizan en Granada micro-manifestaciones en apoyo de todo tipo de causas, más o menos loables · Su tirón no es ni mayor ni menor que hace treinta años; la gente se mueve para otras cosas

Manifestación antifascista celebrada en Granada el pasado 19 de noviembre.

31 de enero 2010 - 01:00

Iba el martes por la noche camino a casa cuando, al pasar por la sede de la Subdelegación del Gobierno, me percaté de que había una manifestación. Aunque conforme me fui acercando constaté que darle ese nombre era exagerar. Se trataba únicamente de ocho personas -no me llevó mucho tiempo contarlas- que pedían la libertad para unos anarcosindicalistas serbios que están presos.

Siempre está uno expuesto a aprender algo. En este caso, a la existencia de anarcosindicalistas serbios en prisión. La situación me recordó a lo que dijo un amigo cuando se enteró de que había muerto el cineasta Truffaut: "Yo no sabía ni que estaba vivo..."

Allí estaban los ocho partidarios de la excarcelación, en lo que, según me enteré después, era su quinta protesta por el mismo motivo. Uno de ellos se desgañitaba con un megáfono sin que aquello pareciera importarle a nadie. Ni a los transeúntes, bien escasos a las diez de la noche, ni a la prensa, que brillaba por su ausencia. Sólo estaban pendientes cuatro policías en un cercano coche zeta, aunque da la impresión de que, llegado el caso, los dos agentes que velan el edificio se habrían bastado para controlar una eventual trifulca.

Muy triste todo, sin duda. Si les sirve de consuelo, que los organizadores sepan que una vez un grupo de rock organizó un concierto en una plaza pública y no llegó a darlo porque no fue nadie. Nadie. Ni siquiera un par de amigos de los músicos.

No ha sido la única micro-manifestación que se ha celebrado en Granada últimamente. En noviembre, un sobrino, franchute por más señas, se sorprendía de que acudiera a una marcha antifascista y que allí sólo hubiera tres gatos. "¿Es que no hay más antifascistas?", me preguntó, en español macarrónico. Supongo que la respuesta es que sí, que hay muchísimos más; que de hecho todas las personas medio decentes son (somos) antifascistas. Pero una cosa es eso y otra unir tus fuerzas a las de unos descerebrados que se ponen a quemar contenedores a las primeras de cambio.

Y esto no es hablar por hablar, que una vez tuve el dudoso privilegio de seguir por San Juan de Dios a unos muchachos adorables -bastantes de ellos con la cara tapada, como en la concentración que vi el martes; que digo yo que si era legal y por una causa justa, no tendrían por qué haberla ocultado-. Unos tipos, decía, que, no contentos con transformar una concentración legal en una manifestación incontrolada, se dedicaron a tomarla con el mobiliario urbano hasta que les cortaron el rollo. Luego, claro, intentaron transmitir a la "prensa hostil", con la que nunca contaron porque distorsionaba su mensaje, que en la calle hubo una "brutalidad policial" intolerable.

Alguien escribió una vez sobre el encanto de las causas perdidas. A veces lo tienen. Otras, como se puede observar, no.

Quizás el de ahora se un momento igual de bueno que cualquier otro para la utopía, para, desarrollando lo que dice el diccionario, trazar planes o proyectos optimistas aun a sabiendas de que son irrealizables en el momento de su formulación. Pero la utopía, hoy como ayer, no deja de ser eso. A la gente, en general, le gusta más ir de tapas o ver cualquier idiotez de las que dan por la noche en televisión, resguardada del frío nocturno, que sumarse a concentraciones de protesta, da igual que los motivos sean más o menos loables. Y esto es tan cierto ahora como hace treinta años.

Si ni siquiera los sindicatos se echan a la calle por algo que en principio no les debería parecer utópico, como es reclamar más empleo, es de ingenuos pensar en que cualquier otra cosa va a tener un seguimiento masivo. A no ser que se trate de una romería o del mitin de un político de primera línea y con fuerte tirón mediático. Líbreme Dios de comparar lo uno con lo otro, naturalmente.

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