Todo es dolor en Huétor Santillán

Mil personas, más de la mitad del pueblo, despide con una misa en la Plaza de la Constitución a las tres víctimas del accidente automovilístico, en un ambiente que, por encima de todo, transmite tristeza

El arzobispo de Granada oficia la misa en la Plaza de la Constitución, lugar elegido como alternativa a la vista de que la iglesia no podía albergar a tanto público.
El arzobispo de Granada oficia la misa en la Plaza de la Constitución, lugar elegido como alternativa a la vista de que la iglesia no podía albergar a tanto público.
Guillermo Ortega / Granada

05 de julio 2008 - 01:00

La chica, de negro, se apoya en el hombro de su novio. Sólo transmiten tristeza. El pueblo entero transmite tristeza, en realidad. Un pueblo que se ha echado a la calle para despedir a Iván, Cristopher e Iván, los tres jóvenes que el miércoles por la noche perdieron la vida en un accidente de circulación.

El arzobispo dirige la misa en la Plaza de la Constitución, acondicionada como templo porque en la iglesia no cabría ni la cuarta parte de los mil congregados. Algunos repiten lo que dice el oficiante. Ruegan al Señor y proponen que venga a nosotros su reino. Otros callan, rezando o reflexionando, dándose cuenta de que es verdad, de que ha pasado lo que durante el día anterior, en el velatorio, no terminaban de creerse. Sólo hay una palabra que acierte a definirlo todo: dolor.

La plaza de Huétor Santillán está llena de ojos vidriosos y caras congestionadas que el periodista supone pertenecen a amigos y familiares, pero se queda sin comprobarlo porque sabe que, en según qué casos, preguntar es molestar. Porque a ver qué va a preguntar. ¿Qué se siente? Pues qué van a sentir: que le han partido la vida por la mitad. Y concluye que lo mejor que puede hacer es callarse y acompañar, integrarse en ese dolor colectivo que sufriría cualquiera con sangre en las venas.

El arzobispo trata de consolar. Es su trabajo y no se puede decir que lo esté haciendo mal. Habla del dolor, pero también de la felicidad que deben sentir los tres por estar ahora "en el entorno infinito de Dios". Dice tener la "certeza" de que Jesús "los ha acogido en su seno", con el "amor que siente por todos sus hijos". Los padres están en los primeros bancos, pero se diría que sólo físicamente, que sus mentes están en otro lado.

Idos parecen cuando, tras la misa, reciben abrazos y besos de gente que se acerca sin ser consciente, a lo mejor, de que ni siquiera les van a reconocer. En esos momentos no se está para nada ni para nadie.

Mientras, varios jóvenes se cargan a los hombros los tres féretros que estaban ante el improvisado altar y frente a las banderas izadas del Ayuntamiento, la rojigualda con un crespón negro. También lloran, y entre el público hay quienes se arrancan a aplaudir como póstumo homenaje. Tres chicas muy jóvenes se abrazan entre sollozos. Pueden ser amigas, hermanas o primas, de Iván, 18 años recién cumplidos. Igual es el primer palo serio que les ha dado la vida, que, ahora ya lo saben, puede llegar a ser bien trágica.

Los féretros se encaminan al cementerio y la plaza se vacía progresivamente. Allí ya sólo queda el dolor, que sigue fluyendo como el hilillo de agua de un arroyuelo próximo. No para de brotar, aunque ya lo haya inundado todo.

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