EMILIO CALATAYUD. Jurista

"En la escuela, hay que recuperar la tarima"

  • El juez de Menores más famoso apuesta por recuperar la autoridad y por un pacto familia-educación que afiance la colaboración del padre y el maestro.

HABLAR con Emilio es como hablar con un locutor de venta a plazos: el teléfono no para de sonar. Entrevistas, peticiones, conferencias, programas de televisión y radio de toda España… Las solicitudes se acumulan en su mesa. Él, amablemente, con esa inconfundible voz ronca de los muchos años de su vida que le dedicó a fumar, las desvía a su colaboradora Rosa, con la que, para sorpresa de un servidor, le une ese característico timbre de voz. En mujer, claro está. Ella es el alma ejecutiva y la organizadora de todo lo que tenga que ver con sus actividades. Si no fuera por ella, el Magistrado-Juez no sabría cómo compaginar ni atender tantos requerimientos.

Intento hacer una entrevista a Emilio, y no sé si hacerla como abogado que en múltiples ocasiones acudió a su juzgado, como interesado de todo lo que se refiere a la educación de nuestros hijos, o después de tantos años, diría que casi veinte, como amigos de miles de batallas y encuentros que hemos tenido. Al final, un poco de todo.

-Emilio, juez… ¿por qué?

-Porque la vida me colocó en este bendito oficio… yo no lo busqué. Trabajé con mi padre, de abogado; no me gustó, y pasé a la empresa. Al final un compañero hizo que preparara las oposiciones, y las aprobé. Cuatro años en Canarias, y directo a Granada. Salió el Juzgado de Menores, y a él que me fui, sin saber realmente lo que era aquello y lo mucho que quedaba por hacer y definir en la aplicación de la ley.

-¿Cómo eran aquellos incipientes juzgados de menores frente a la Facultad de Medicina, junto a la discoteca Fleming?

-Pues Pablo, tú lo sabes. Estaba todo por hacer y un gran número de situaciones jurídicas por definir. Había que emplear la imaginación para buscar una justicia cercana y que de verdad pudiera hacer comprender a los chavales que si seguían por el camino que los trajo ante mí, la justicia de mayores no iba a darles ninguna oportunidad. Y creo que, en ocasiones, el grupo que conformábamos aquel equipo, supimos dar con la tecla. Y hasta hoy.

-Te confieso que eso de que los niños no vienen con un manual debajo del brazo es la mayor verdad de nuestro siglo. Los padres educamos hoy, pero con el miedo a lo que les pasará en el futuro. Emilio, ¿Cómo tratamos los padres a los menores?

-Los menores son muy buena gente. Pero nos hemos equivocado, y eso se paga. Creímos que el final de la dictadura se debía producir también en nuestras casas, que teníamos que evolucionar, y que eso implicaba eliminar límites a nuestros hijos "por temor a que pasen lo que nosotros hemos pasado", y así nos va. Se ha resentido la familia y los chavales han pagado las consecuencias. Les hemos dado muchos derechos, pero no les hemos trasladado deberes. Hemos perdido el principio de autoridad. Hemos querido ser colegas de nuestros hijos.

-¿Y no se puede?

-[Emilio se pone serio. Me mira a la cara, circunspecto, e investido de esa autoridad y rigor que exhibe en sus conferencias, me contesta]. No, yo soy padre, y punto. Yo no soy ni colega ni amigo de mis hijos.

-Esto se enreda cada vez más. Imagino que tú eres como nosotros, vamos, que también has sido padre ¿Cómo te fue en el ejercicio diario de los quehaceres paternales en tu casa?

-Pues como a todos. Luces y sombras. Pros y contras. No fui un padre perfecto. Eso sí: te diré que para mí ser padre es un amasijo de amor, autoridad, respeto. Quien quiera ejercer una paternidad en democracia, deberá buscar otro modelo, porque se equivocará en la mayoría de las ocasiones. No soy un padre democrático, mi experiencia como hijo no se llevó a cabo en la democracia, yo la he aprendido; así que estoy seguro que la educación que yo ofrecí tuvo defectos y excesos de antiguo. Confío sin embargo en que mis hijos están más preparados que yo para educar a los suyos en ese término medio entre autoridad, flexibilidad y generosidad... Soy de la generación perdida: hemos sido esclavos de nuestros padres y hemos pasado a ser esclavos de nuestros hijos...

-A estas alturas, la verdad, Emilio, un poco reaccionario sí que suena… ¿No temes que te tachen de ello?

-Muchos piensan lo que pienso yo, pero no lo dicen... A mí me han agradecido muchos chavales a los que he condenado que les haya puesto límites... Además, estudié para ser juez, pero no para ser padre. Es muy difícil ser padre. Yo no sé si fui y soy un buen padre. Mis hijos son ya mayores, y aunque algo se han quejado de su padre, no mucho, la verdad. Mañana no sé lo que dirán.

-La educación ha sufrido una angustiosa, diría yo, transformación. Hoy como padre tengo la impresión que el mundo está patas arriba. Son los hijos los que cada vez más denuncian excesos de autoridad en los padres. Si mañana mi hijo va a tu juzgado 'de Mayores' y te dice que yo le he pegado, ¿me condenarías?

-No. No si es sin excesos, con cariño, en plan educativo y en ejercicio de la paternidad.

-¿Se puede pegar con cariño?

-Un cachete a tiempo es una victoria. Pero hay que saberlo dar y darlo en el momento justo. Yo a mi hijo no le habré pegado muchas veces; tres o cuatro veces cuando era pequeño. Pero no me arrepiento. Eso sí: una cosa es dar un azote y otra los malos tratos... Pero te repito que muchas veces los críos echan en falta esa inexistencia de los límites... [Suena otra vez el teléfono y paramos la conversación, que no entrevista. Veo a Emilio como pez en el agua. Si algo tiene es la permanente vigencia de su pensamiento. Pueden pasar años y sigue opinando lo mismo. Y con el mismo énfasis. A mí en cambio la interrupción me sirve para poner en claro este aluvión de reproches internos que, desde que comenzamos a hablar, me estoy haciendo como padre].

-¿En qué nos hemos equivocado como padres? ¿Qué batallas hemos perdido como educadores?

-En la familia, los hijos no son conscientes del deber que tienen de obediencia y respeto a los padres... En la escuela se ha perdido el respeto a la autoridad moral del maestro... Y se ha perdido la colaboración entre el maestro y la familia. Y el menor, que puede ser de todo menos tonto, se aprovecha de ello: el padre cree que para ser un buen colega de su hijo debe apoyarle siempre, y juntos consideran al profesor como un enemigo... Hay que recuperar esa autoridad que tenía el maestro y hay que ayudar a los profesores. Y si se equivocan los profesores, deberemos hablar con ellos en privado. Y sin que nuestros hijos lleguen a intuir la equivocación. ¡Hay que recuperar la tarima! Los símbolos de autoridad son importantes. Estamos creando la sensación de que todo vale, y no todo vale. A los menores hay que decirles que no.

-Eso es un viaje de ida y vuelta…

-Por supuesto. Aunque la sociedad cambie, hoy más que nunca es necesario un pacto familia-educación. Un padre que respeta las reglas de juego en el centro donde se educa su hijo tiene derecho a pedir que se respete también su figura y sus actos. Al fin y al cabo, todos educamos y si no estamos de acuerdo, pues lo hablamos y ya está. Pero frente a los chavales, ni una fisura. [Otra llamada. Aprovecho para hojear el manuscrito anillado de su libro Buenos días, soy Emilio Calatayud. Lo guardo como oro en paño. Me lo regaló hace más de un año y es el que llevó a la editorial antes de meterlo en imprenta. Dedicado y todo. Tiene un sabor absolutamente especial para mí].

-¿Cuál es el límite de la reprensión?

-El que impone el cariño. Con un crío de dos o tres años difícilmente puedes razonar. A veces ese crío entiende mejor un azote que si le razonas... Hay límites, claro que sí. Y hay niños con los que los padres no pueden; a veces me vienen las madres: "¡Que no puedo con él!". Y cuando llegan a los 14 años son auténticos dictadores en la casa. Es el mundo al revés. Si supieras el número de denuncias de padres a sus hijos por maltratadores con que voy a cerrar el año 2015…

-¿Tenemos que añorar la autoridad?

-Es que es impensable que no exista la autoridad en cualquier organización humana: en un Estado de derecho, en una familia, en una escuela...

-O sea, que al final los padres somos un desastre….

-No. Bueno, sí. A veces pienso que bastante bien salen algunos críos para los padres que tienen. Es verdad que desde que Rodríguez Zapatero suprimió del Código aquello de "corregir razonable y moderadamente", la tarea se ha complicado, porque se desautoriza un pilar consustancial a la educación. Habremos de preguntarle a Zapatero cómo ha educado él a sus hijas… Pero son más cosas: la generación 'ni-ni', el aprobar por la cara… [Se pone de pie. Tiene que marcharse a otro acto] ¿Me vas a preguntar algo más? [Yo le digo que sí, que aún tengo miles de cosas, que aún no he aprendido a ser padre… Me confiesa que él tampoco]. Emilio Juan Ildefonso Calatayud Pérez, Juez de Menores y, sobretodo, padre, como Dios manda, y persona. Más de lo último que de todo lo demás. [Es algo de lo que puedo dar fe].

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