La fiebre del oro sigue viva a orillas del Genil
Antonio Miranda, que fue buscador de oro en su juventud, revive su experiencia a lo largo de la década de los 30 en un duro oficio que en la actualidad ha quedado reducido a una curiosa afición.
Los granadinos más jóvenes que bajan durante el verano a refrescarse a la zona accesible del río Genil saben poco o nada sobre la explotación de oro que hasta hace algunas décadas se realizaba allí. Los primeros datos de la extracción del preciado mineral en las aguas del río se remontan al siglo I a. C., cuando los romanos empleaban para su obtención la técnica del ruina montium que consistía en el uso de grandes chorros de agua a presión que derrumbaba los cerros arcillosos para después filtrar las pepitas de oro entre la masa de tierra que caía.
Pero no es necesario pasar tantas páginas de la historia de la ciudad para encontrar a los encargados de extraer el oro del Genil. Antonio Miranda tiene ya 86 años y en su vida ha trabajado, como él dice, de casi todo. Se ha dedicado a la hostelería, ha dirigido centros comerciales y ha trabajado en molinos de aceite, pero la profesión que más destaca entre todas las que lleva a sus espaldas es sin duda la de buscador de oro. Fue uno de los últimos hombres en dedicarse a este peculiar oficio, allá por el año 1935, poco antes de que estallara la Guerra Civil. La mayoría del oro de la ciudad se extraía del río Darro, concretamente de la zona ubicada entre Jesús del Valle y Plaza Nueva, pero a orillas del Genil también solían encontrarse algunos trabajadores, "unos quince o dieciseis" según señala Antonio.
El hombre se inició en la tarea cuando era solo un niño y trabajaba en un huerto cercano al río espantando a los pájaros con un tambor para que no se comieran la fruta, "ese fue mi primer trabajo", dice. Desde allí su hermano y él veían a los hombres que bajaban a la orilla del río Genil y ellos fueron sus maestros en este duro oficio. La jornada comenzaba a las ocho de la mañana, hora a la que todos los buscadores de oro se acercaban al Genil y hacían hoyos en la cuenca del río, por la que pasaba entonces bastante menos cantidad de agua que ahora. Según Antonio "ahora la corriente lleva más fuerza y sería más complicado hacerlo, aunque supongo que no imposible". La parte del trabajo que requería más paciencia era la de limpiar la arena para quedarse sólo con los materiales pesados: perdigones, joyas que se caían a los bañistas y, por supuesto, el ansiado oro. "Lo mejor es la ilusión que sientes cuando lo encuentras, aunque en aquella época no pensaba tanto en eso porque lo hacía por pura necesidad", comenta Antonio. Después, vendían lo que encontraban a los propietarios de una farmacia que se ubicaba en la Gran Vía, "por 7,50 pesetas el gramo, que para la época no estaba nada mal. Mi padre, por ejemplo, trabajaba a diario de sol a sol por sólo 3 pesetas". Pero eso era sólo de junio a septiembre, el resto del año los buscadores de oro tenían que encontrar otro trabajo porque, según explica Antonio, "con el otoño llegaban las riadas y las tormentas, así que ya no se podía trabajar en los ríos como antes".
El oficio acabó volviéndose poco rentable y a partir de 1939 los dos hermanos acabaron dedicándose a otras profesiones que les permitieron vivir sin tantas dificultades. Antonio relata que a su hermano los años del oro le pasaron factura ya que "padeció una enfermedad muy grave de la espalda por pasar tanto tiempo agachado a la orilla del río, pero afortunadamente consiguió curarse".
Con el tiempo este buscador de oro sintió nostalgia y volvió a probar suerte en 1955 en la misma zona en la que lo hiciera durante su juventud pero "ya no por necesidad sino como afición". De aquella época Antonio señala que "ya no había nadie que se dedicara a eso, supongo que es una labor que se ha extinguido".
Lo cierto es que en la actualidad las búsquedas de oro se siguen llevando a cabo por aficionados que ya emplean herramientas más novedosas como los magnetómetros que permiten localizar rápidamente las concentraciones del mineral en los ríos. Y es que, como Antonio comenta desde la sabiduría de la experiencia vivida, "las cosas han cambiado mucho desde entonces, algunas para bien y otras para mal". A su juicio entre estas últimas está "la pérdida de valores tan importantes como el respeto". Aunque, como Antonio, siempre se encuentran personas dispuestas a rememorar lo mejor del pasado.
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