Ayer y hoy

Un guiri inglés en la Toma de Loja

  • El apuesto caballero Edward Woodville tuvo mucho éxito entre las damas de la corte

  • En la Toma de Loja (1486) perdió dos dientes de una pedrada pero fue muy bien tratado por la reina Isabel

Representación del caballero con el escudo de los Woodville

Representación del caballero con el escudo de los Woodville / J. L. D-

La Guerra de Granada (1482-1492) fue considerada por el occidente cristiano como una cruzada contra el Islam promulgada por el Papa Inocencio VIII. De ahí que fueran muchos los cruzados que, venidos del extranjero, quisieran unirse a las tropas castellanas; movidos tal vez por su fe religiosa, tal vez como mercenarios en busca de una paga, o por las dos cosas.

Uno de los caballeros cruzados que se incorporó en 1486, desembarcando con 300 soldados en Sanlúcar, fue el inglés Sir Edward Woodville. Su hermana Isabel se había casado con el rey Eduardo IV y en la corte española de los Reyes Católicos estaban encantados de las buenas relaciones con Inglaterra, buscando alianzas matrimoniales para aislar al enemigo común, Francia. Recordemos que Catalina, la hija menor de los Reyes Católicos, se casó con Arturo y, al quedar viuda contrajo matrimonio con Enrique VIII. La alianza con Inglaterra parecía asegurada. Por eso no se veía mal que caballeros ingleses participaran en la Guerra de Granada.

Toma de Loja (1486) Toma de Loja (1486)

Toma de Loja (1486) / Oficina de Turismo de Loja

Edward Woodville era nombrado en las crónicas como Lord Scales o Conde de Rives. Washington Irving, en su Crónica de la conquista de Granada, y basándose en un documento que nadie sabe dónde está, describe a los ingleses como "bien parecidos, demasiado rubios y sonrosados para ser guerreros, sin la tez curtida y el aire marcial de nuestros soldados, incapaces de adaptarse a nuestras dietas de campamento por ser gentes de mucho comer, dados a la bebida y al alboroto…aunque muy orgullosos… y diestros en el manejo del arco y el hacha de guerra…". En cuanto a Lord Scales "era un perfecto caballero, de noble porte, agraciado y de palabra cortés…tenía mucho éxito entre las damas de la corte". Siempre se hacía acompañar de nobles caballeros, pajes y escuderos jóvenes muy bien vestidos provocando la admiración de la corte castellana. En todos los desfiles causaba admiración.

Fue en la Toma de Loja en 1486 donde el lord inglés demostró su valentía luchando "armado de blanco", es decir, con el hacha y la espada desenvainada, contra los granadinos musulmanes defensores de la ciudad, "lanzándose con viril y esforzado corazón", según el cronista Andrés Bernáldez, el cura de Los Palacios (Sevilla). Fue allí donde recibió una pedrada que le echó abajo los dientes delanteros. Quisieron los Reyes Católicos compensar la participación en la guerra del inglés y fue la reina Isabel la que mandó regalarle una tienda con cama de campaña, 12 caballos y 2000 doblas, según la crónica de Diego de Valera.

Monumento a Narváez en Loja Monumento a Narváez en Loja

Monumento a Narváez en Loja / J. L. D.

Lo que resultó más difícil fue consolarlo por la pérdida de sus dientes. Se empeñaban en decirle que se alegrase de que los había perdido luchando por una causa justa y no por una enfermedad. El mismo conde se decía que nada perdía, puesto que lo hacía por Dios que fue el que se los dio. Al tiempo que veía muy bien dejar esa "ventana abierta" en su boca para que se viera mejor su grandeza interior.

El final de sus días los pasó en la isla de Wigth en el Canal de la Mancha combatiendo contra los franceses de Carlos VIII y a las órdenes del Duque de Bretaña; en una de estas campañas en julio de 1488 Lord Scales, aquel elegante y valiente conde que presumía ante las damas en la Toma de Loja, acabó muerto en la batalla. Nunca un caballero andante podría haber muerto en la cama.

Dicen que fue precisamente este inglés uno de los diplomáticos que más intervino en sellar el matrimonio de Catalina, la hija de los Reyes Católicos, con el rey Enrique VIII y mantener así la alianza hispano-británica. Alianza que, por cierto, duró diez minutos. Tal vez fue el primer "turista guaperas" que visitó la preciosa ciudad de Loja, aunque allí le rompieran los dientes, lo que demuestra la magnífica puntería de algunos paisanos y la especial dureza de la piedra lojeña.

Vista de Loja Vista de Loja

Vista de Loja / J. L. D.

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