Los hechizos nazaríes
Amuletos, conjuros, artes mágicas y brujería formaron parte de la sociedad nazarí y morisca. A los niños se les colocaba una especie de relicario con fórmulas mágicas protectoras.
NO seguir hechiceros ni adivinos, ni agoreros, ni asorteros, sino sólo a tu Señor", decían los ulemas nazaríes para advertir de todos los 'peligros' del lado oscuro, de volcarse en prácticas propias del oscurantismo. Pero estas advertencias no tuvieron tanta fuerza entre los fieles nazaríes como otros preceptos del Islam. Los hispanomusulmanes se mostraron atraídos por las suertes, agüeros y hechizos, y cuando fueron dominados y vencidos por parte de los católicos y castellanos, su afición por las artes mágicas se vio incrementada por una concepción fatalista de la existencia por parte de los moriscos, ante la visión del comienzo del fin de toda una cultura.
Los tiempos de crisis son propicios a gurús, libros de autoayuda, agoreros y lecturas del futuro a través de los astros, así como a la consulta de las llamadas 'boticas de papel', todo tipo de remedios a males psicológicos. Los moriscos no eran menos. La creencia en el influjo de los astros, compartida por las otras culturas hispánicas, determinaba y reglamentaba casi todas las actividades moriscas. El día, la hora y la presencia de la luna eran de vital importancia para los labradores y recolectores de hierbas medicinales. Hasta tal punto se confiaba en estos pronósticos y cálculos astrológicos que casi acabaron en catástrofe. Ocurrió en 1523, año en el que se difundió la idea de que un horrible diluvio asolaría la mayor parte de las comarcas granadinas. Mucha gente abandonó sus casas y tierras de labranza para refugiarse en las montañas. Fue necesaria una real cédula para que la gente regresara so pena de duros castigos.
Moriscos y cristianos viejos compartieron algunas creencias mágicas. Unos y otros creían en la virtud especial de las hierbas recogidas en la noche de San Juan, Navidad, San Felipe, Santiago y el primero de mayo; el éxito de los injertos realizados durante el día de la Anunciación; y la mayor fuerza de los caballos herrados el día de San Esteban. Entre las prácticas hechiceras comunes a las dos culturas se encontraban la de dejar alimentos sobre un banco situado en medio del aposento donde ha muerto un familiar, para que su ánima acuda allí a comer; recoger cuidadosamente los restos de uñas y pelos del marido cuando éste se afeitaba o cortaba las uñas, y echarlos al fuego para evitar que algún malintencionado pudiera usarlos en su contra.
Una de las prácticas hechiceras más frecuentes entre los granadinos eran los conjuros. Algunos de estos 'creyentes' los llevaban escritos en un papel, otros los guardaban en canutos de caña y los colocaban en las puertas de sus casas, en el tejado o en el interior de las paredes, pues con ellos creían poder librarse de maleficios. Los moriscos no podían concebir que alguien llevara una vida normal si no iba protegido por algún conjuro, de ahí que desde muy temprana edad fueran una prenda habitual en el atuendo de los conversos. A los cuarenta días del nacimiento se les solía colocar a los niños un amuleto en forma de concha o de hueso, envuelto en cuero y puesto bajo el brazo izquierdo. Otros de estos objetos mágicos consistían en libros minúsculos con fórmulas y plegarias, encerrados en estuches suspendidos en bandolera sobre el pecho. Se utilizaban para conservar la salud y evitar toda clase de males, resolver negocios, facilitar amores, curar las enfermedades de las personas y de las bestias. El uso más común del que también se contagiaron los cristianos viejos era el de protegerse contra el mal de ojo y las enfermedades ordinarias. Un autor morisco señalaba que la persona que va sin amuleto es como la casa que no puede cerrarse por no tener puerta y en la persona que no lleva esta prenda entran los diablos por todas partes.
El rastro de las brujas, pitonisas y demás gentes dedicadas a estas artes se puede seguir a través de los autos de fe de la Inquisición. El especialista Rafael Martín Soto recoge algunos casos en el libro Magia e Inquisición en el Antiguo Reino de Granada. Una de las más famosas adivinas de Granada fue Mariana de Bustos, procesada cuando contaba 47 años. La solterona Mariana tenía una numerosa clientela y, como todos aquellos que creen realmente en el poder de la magia, confiaba en que sus conocimientos le permitían lidiar con los demonios y obtener ganancias en el asunto. Fue acusada de hechicerías y de intentar sacar un tesoro. Uno de sus clientes confesó a los inquisidores que para encontrar el citado tesoro "hizo un cerco con una soga nueva, dados cinco nudos y echó perfumes olorosos dentro, y desnuda en carnes y esparcido el cabello, andaba alrededor, hablando en lengua arábiga, y que advirtió que no se nombrase el nombre de Jesús diciendo que se hundiría el tesoro".
Otro testigo afirmó que para saber si un hombre había muerto, Mariana tomó una redoma llena de agua, encendió una vela y pronunció unas extrañas palabras sobre la boca del recipiente, luego pidió a una niña pequeña que mirase dentro y dijese lo que veía. La pequeña dijo que allí dentro vio a un hombre ahorcado. Mariana les explicó que la presencia de la niña era necesaria porque sólo una mujer virgen podía mirar dentro de la redoma, y que, por supuesto, el hombre por el que preguntaban estaba muerto. Las extraordinarias facultades de Mariana se debían a la complicidad de un demonio, pues según una de los testigos, amiga suya, ella misma le había dicho que tenía un demonio familiar que le decía lo que quería saber, y que le daba de golpes cuando ella no hacía lo que él le mandaba. La hechicera fue recluida en las cárceles secretas de la Inquisición pues sospechaban de la certeza del pacto con el maligno. Mariana negó tal alianza y argumentó que si utilizaba sustancias aromáticas durante sus invocaciones era para alejar a los demonios que custodiaban el tesoro y no por veneración, y cuando les invocaba, lo hacía para que le diesen el tesoro. Finalmente confesó que había sido fiel a la secta de Mahoma durante quince días. Fue condenada a cárcel perpetua con sambenito, confiscación de bienes y cien azotes por las calles públicas de Granada.
Una vez más la leyenda del tesoro perdido es el motivo de uno de los últimos casos de magia o brujería morisca, que se produjo en el siglo XVII, y extrañamente tras la expulsión de los moriscos en 1610. Los estafadores fueron un falso hechicero llamado Constantino y su esclavo morisco llamado Manuel José de Jesús María. Entre ambos urdieron un plan para obtener dinero y trasladarse a vivir a Portugal. Consistía en atraer a un grupo de socios capitalistas para conseguir sacar un tesoro encantado. Estos falsos magos 'vendían' a sus socios la idea de que habían intentado sin éxito sacar el tesoro, pero que "se necesitaban más doblones para evitar que el oro escondido se convirtiera en carbón".
Y empleaban fingidas artes mágicas, entre ellas las de degollar a un carnero y beberse su sangre o poner velas y leer falsos conjuros. Constantino y Manuel, tras numerosos números de toda índole, montaron un escándalo y el lugar en el que se encontraba el supuesto tesoro se vio cubierto de pájaros. Los timadores señalaron que aquellas aves eran el maligno y los socios salieron despavoridos de miedo. Constantino logró huir a Portugal, pero su esclavo morisco fue apresado.
Algunas de estas prácticas hechiceras han permanecido hasta la actualidad en forma de curandería y a través de los remedios caseros heredados y mantenidos por la cultura popular. La Alpujarra conserva un buen número de hechiceras y hechizos, de remedios para sanar el mal de ojo, entre otras 'afecciones' o para curar las molestas verrugas. Existen todavía leyendas convertidas en tradición, conjuros y especie de mantras anclados en la sabiduría popular que siguen siendo utilizados como remedios 'alternativos'. Todo ello procede de aquellas medicinas y magias alhambreñas.
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