"Es más importante crear el deseo de conocer que obligar a leer"
Está convencido de que la literatura "está más viva que nunca" y desdramatiza el éxito de los 'best-seller': "Todos somos hijos de una época y de las lecturas que dominan"
ME llamo Juan Mata Anaya. Soy un niño de pueblo y las primeras novelas que entraron en mi casa eran de Lafuente Estefanía o de Agatha Christie, que se compraban o alquilaban en el quiosco. Y soy un niño lector de tebeos. Me recuerdo con siete u ocho leyendo e intercambiándolos: Capitán Trueno, El jabato, Hazañas bélicas… El cambio a otro tipo de libros se produce cuando me vine a Granada y descubrí otras novelas en el colegio: Diario de Daniel, Diario de Ana María, La vida sale al encuentro, Edad prohibida… Fui lector de los best seller de la época. Da la impresión que ahora todo el mundo se alarma cuando vienen todas estas series, que incluso son mejores que aquéllas, como Harry Potter o Crepúsculo. Me leí todo lo que tenía que leerse un niño o adolescente de entonces. Una novela que me marcó temprano fue Sinuhé el egipcio. El cambio grande se produjo a los 14 años gracias a un profesor que me orientó hacia una novela que aún conservo: El viejo y el mar, de Hemingway. Ahí empecé mi otra vida como lector.
-¿Sus lecturas primeras fueron las de toda una generación?
-Sí, y pertenecen a un tiempo determinado. Eso es bueno saberlo, porque cuando la gente se alarma porque los niños leen éxitos comerciales, hemos de entender que todos somos hijos de una época y de las lecturas que dominan. Por fortuna siempre hay alguien, y ahí doy un gran valor al buen profesor, que te descubre la buena literatura.
-¿Los buenos profesores de ahora siguen descubriendo las mismas cosas que antes?
-Sí, más otras nuevas. Una característica del buen profesor es no estar anclado en el tiempo, ni siquiera en el mejor de los tiempos, es decir, en su propio apogeo como lector. Un buen profesor debe estar con los ojos abiertos y los oídos alerta para saber qué es lo que el lector joven demanda y unir a eso lo que él ya sabe que es necesario que conozca.
-¿Hay que crear el deseo de la lectura?
-Esa formación del lector sigue siendo el gran desafío pedagógico y social. Es más importante crear el deseo de conocer que obligar a leer. Si el deseo está creado, se va a leer. Otra cosa es después dónde lea, que ese es hoy el gran desafío. Porque indudablemente un lector puede informarse en revistas, en periódicos, en libros tal y como los concebíamos hasta ahora y, a partir de la Generación Google, con el nacimiento de Internet en 1993, se familiariza más con la pantalla.
-¿La literatura está viva?
-Más que nunca. Leer en pantalla evitará almacenar ese papel que para muchas generaciones tenía gran prestigio, incluso intenso valor emocional. Pero ahora, los e-books son en cierto modo toda nuestra biblioteca, eso es un prodigio. Habrá que acostumbrarse a que la señal cultural de tener un libro, hojearlo, tocarlo, que creó una manera de relacionarse sentimentalmente con los objetos, toca a su fin. Al fin y al cabo lo importante será siempre el texto. Otra cosa es cómo se fijen para que perduren.
-¿Le preocupa ese otro tipo de 'lector al peso' que no selecciona, sino que únicamente compra y lee todo lo que sea 'best-seller'?
-Como profesor me importa más crear criterios que faciliten otro tipo de lectura, es una labor ética. Es muy importante 'aprender' a leer. Por ejemplo, ¿cómo hacer ver a un lector la diferencia entre creación y copia? Si no conoce los antecedentes, creerá que todo lo que se publica nació anteayer. Pensar que hay cosas que son la continuación de un mundo forma parte de la manera de leer. Y a veces hay momentos en los que los libros de mayor éxito sirven para que el lector haga un esfuerzo mínimo pensando que la estructura es sólo una máquina enrevesada de conflictos que crea un final más o menos previsible. Por eso no debemos criticar que alguien se dedique sólo a leer eso.
-Dice Saramago: "En una carta puede todavía caer una lágrima, pero el correo electrónico nunca puede ir acompañado de emociones".
-Eso es una estupidez. Parece que lo que sale manuscrito tiene emoción, pero no de un teclado a una pantalla. Es una cosa como de hechiceros. Ahora mismo recibo por correo electrónico y en el blog comunicaciones de personas que me emocionan profundamente. Pero lo que es cierto es que la cultura de la oralidad en la que nació Saramago, tenía unas virtudes que hacen más próxima, más inmediata y, a veces, más emocional la comunicación.
-¿Con el e-book, se pierde algo muy concreto, como el olor de un libro?
-Eso está bien y lo admito como imagen sentimental de viejo lector. Por ejemplo, antes se utilizaba la navaja para separar las hojas pegadas o los libros de papel malo sonaban y ahora no. Todos hemos tenido momentos en los que ese libro, ese olor, ese tacto, ese sonido, nos remite a momentos maravillosos. Pero el e-book traerá imágenes, colores, que crearán vínculos emocionales. Abrirá campos tan novedosos que ni imaginamos.
-¿Hay una psicología del lector y una patología del lector?
-Sí. La manera en la que cada cual se acerca a un libro es producto de su vida, de su memoria, de sus expectativas vitales, de sus deseos de futuro, de sus experiencias, de sus sentimientos vividos o por vivir… Cada uno se acerca a un libro de manera radicalmente distinta. También hay momentos en los que la relación con el objeto que llamamos libro responde a conductas casi patológicas.
-¿La tiene con algún libro?
-De amor y de pasiones sí. Por ejemplo, con El viejo y el mar. Es un topicazo lo de la magdalena de Proust, que le abre todos sus recuerdos, pero al coger ese libro me vienen cientos de emociones de mi adolescencia. Al leerlo mi mundo se abrió al ver que existían otras posibilidades. Años después esto me llevó a Cuba a buscar y encontrar a Gregorio, el patrón del yate Pilar, que iba con Hemingway cuando descubrieron al pescador que navegaba a Cojima. Del mismo modo los libros de Pearl S. Buck: La madre, Viento del este, viento del oeste me llevaron a China.
-Menos mal que no le dio por conocer a Elena de Troya…
-[Se ríe]. Pero mis viajes a Italia o a otros países estuvieron movidos por esas pasiones que crean los libros.
-¿En qué sociedad vivimos para que haya que animar a la lectura?
-Jugar es un acto natural, pero la lectura necesita un aprendizaje. Todos los actos que lo requieren son actos culturales. Hacer sonidos es natural; apreciar la complejidad estructural de una melodía de Bach, es cultural. Por lo tanto, animar a leer no debe ser tan extraño. A veces hay que buscar un impulso por el que uno necesite leer. Y ese impulso hay que crearlo, no es natural. Por ello habrá momentos en los que se requiera una labor colectiva de padres, familia, bibliotecarios, libreros, profesores, periodistas... para crear la idea de que en la lectura puedes encontrar algo para tu vida que no hay en otros lugares.
-Animar a la lectura o animar la lectura es lo mismo, ¿no?
-Debería. Porque animar una lectura, darle alma, interpretarla, ver lecturas distintas, contrastar diferentes formas de captar la esencia… eso anima a seguir leyendo. Quien estimule y haga deseable una lectura en el fondo le está dando una vida. Por ejemplo, los jóvenes lectores contemporáneos leerán de modo muy diferente a Julio Verne, a los que lo leyeron en su época.
-Adaptando los mitos, ¿qué representación parlamentaria tendría el Capitán Nemo?
-[Risas]. Ninguna. Sería independiente o ni siquiera estaría, navegaría a su aire, no lo veo en ningún parlamento actual.
-Y madame Bovary ¿iría al programa de Ana Rosa?
-Quizá sí y además equivocadamente.
-¿Qué fue primero, la lectura o la curiosidad?
-La curiosidad. Es mucho más primitiva y ancestral. Existía antes que el texto, que hizo que en cierto momento se creara la necesidad de transmitirlo.
-¿En la escuela no se enseña a leer?
-Hay ciertas rutinas que hacen deseable la lectura y ciertas prácticas pedagógicas que la hacen indeseable. Enseñar a comprender un texto sigue siendo prioritario. No es fácil y no siempre se hace bien.
¿Cuándo se pierde la curiosidad?
Como se lee en la niñez y en la adolescencia no se vuelve a leer jamás, lo deseable es que el adulto no pierda la tremenda emoción, expectativas, gana y asombro de esa época. Pero luego uno se convierte en un lector resabiado o interesado.
-¿En la literatura infantil hay autores que consideran idiotas a los niños?
-No idiotas, pero sí limitados. Sobre todo, los consideran puros en el sentido moral, incluso incapaces de sentir dolor o miedo. Hay muchas precauciones y la literatura infantil es producto de una cierta hipocresía social. Por eso, escriben para niños falsos, inexistentes. Por qué hay niños que con siete años tararean a La Oreja de Van Gogh y parece que no pueden leer nada que aluda a aspectos escatológicos, sexuales o que se refieran a la muerte o a la crueldad. Es una contradicción. La literatura infantil y juvenil es demasiado ñoña.
-¿Hay excesivo intrusismo de la televisión en el mundo del menor?
-Sí. La televisión se ha convertido en el gran aparato suministrador de historias. Todo ser humano, necesita permanentemente de historias. Somos seres narrativos y necesitados de narrar. La televisión está suministrando algo que los niños necesitan y que el mundo de los mayores no les da. Pero mi experiencia también me dice que ante ciertas historias bien contadas oralmente o en un libro, la televisión pasa a un segundo plano.
-¿Qué opina de 'Educación para la ciudadanía'?
-Sería innecesaria si hiciéramos las cosas bien. Filosofía, Historia, Literatura o Ética, por ejemplo, podrían dar los argumentos necesarios, son asignaturas que ya deberían educar para la ciudadanía. Qué sentido tiene conocer los intentos de república del siglo XIX y XX en España, si no es para aprender que ha habido castas que durante siglos han dominado y que hubo intentos de todo tipo para quitarlos de en medio. En nuestra vida no nos añade nada saber ciertas fechas de carácter político y social, pero sí es útil conocer las consecuencias y tratar de leer el presente a través de esa perspectiva. ¿De qué sirve saber que Descartes, Petrarca o Platón escribieron determinadas obras, si no me ayuda a entender el tiempo en el que vivo? Sin embargo, esas asignaturas se han convertido en sucesión de nomenclaturas y parece que no es necesario hablar de estas cosas.
-¿Esa asignatura es un manual de cosas que no se han dicho y se deberían haber dicho?
-Sí. Es más, por qué añadimos continuamente calificativos a la palabra educación. Educar es abrir los ojos al mundo, entender mejor a los demás, tratar de construir mundos cada vez más justos. La información estrictamente erudita (fechas, nombre géneros, nomenclaturas) no es educar. Eso es sólo entretener al niño y, en muchos casos, fastidiar su formación.
-¿Una chica de 16 años tiene derecho a abortar?
-Esa idea está construida social y culturalmente. Por lo tanto si el conjunto de la sociedad considera que esa chica tiene madurez, suficiencia y capacidad para hacerlo, yo diría sí. Porque eso es lo que esta sociedad, en este momento, en este contexto, con lo que se sabe, con lo que se ha dicho, con lo que se ha construido, con lo que la ciencia aporta, ha decidido que sea posible. Entonces se construye una nueva imagen de esa chica, de esa juventud, de esa mujer y de sus derechos, entre los cuales está ese.
-¿Sigue siendo comunista?
-Si está aparejado en mirarse en los espejos de los comunistas oficiales, no. Porque ese espejo está distorsionado y no me reconozco. Pero lo que me movió en mi juventud y me llevó a afiliarme a un partido con ese nombre, son principios que me siguen moviendo.
-¿Granada es un libro abierto?
-No, no. Granada, como toda ciudad es un libro con capítulos absolutamente luminosos, capítulos insoportables, capítulos oscurísimos, capítulos aburridísimos de la cultura, capítulos de impostores… en fin, como cualquier biblioteca. Pero lo importante es pensar que, aunque algunas páginas sean muy sombrías, a veces terribles, hay otras fantásticas y luminosas. Todo depende de la manera en la que quieras leer a la ciudad y sobre todo de los capítulos que elijas para disfrutarla.
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