Al irlandés le ponen las mujeres vestidas de faralaes

Actuación el pasado día de la Cruz en la plaza de las Pasiegas de la capital.
Actuación el pasado día de la Cruz en la plaza de las Pasiegas de la capital.
Andrés Cárdenas

08 de mayo 2016 - 01:00

LOS termómetros marcaban 25 grados y la cara de Harry registraba los signos de un cabreo de origen definido: su mujer, Dorothy, le había echado una monumental bronca antes de salir por haber depositado casi la mitad de la orina resultante de una micción mañanera fuera del recinto destinado a acogerla.

-Es que a nuestra edad, Harry, hay que mear sentado. La próstata no perdona.

-Pero no es para poner así. Ella tozuda como una vaca.

-Se dice tozuda como una mula.

-Bueno, vacas irlandesas también tozudas.

Cuando Harry se cabrea con Dorothy, se desahoga conmigo contándome los defectos de su pareja, con la que lleva casi cuarenta años. Dice que es insoportable su concepto del orden y que le regaña constantemente por sus despistes a la hora de poner en un sitio una cosa que ella cree que debe estar en otro sitio.

-A mí ya regañar por todo. Mujer mía es máquina de gruñir.

-¿Y por qué sigues con ella? -le pregunto.

-No sé. Costumbre, tal vez.

Hablando de costumbres. Harry ha oído hablar mucho de la Fiesta de la Cruz en Granada pero no ha estado en ninguna. Así que el pasado día tres de Mayo quedé con él para ir de cruces y explicarle en qué consiste este evento tan instalado en la intrahistoria de esa ciudad.

Había quedado con él en Puerta Real a las seis de la tarde. A esa hora era tal el gentío que hasta me costó encontrarlo. Lo delató su altura y una gorra amarilla que se había agenciado para preservar su cabeza de los rigurosos calores de la jornada. También se había pertrechado tras una camisa de vistosos colores y unos pantalones a media caña que dejaban en evidencia las chanclas de tirillas y unos calcetines blancos con bordes azules. ¡Ese es mi Harry!

-Muchas mujeres con traje flamenco- me dice nada más verme llegar.

-Tú también vas muy flamenco, Harry- digo para mis adentros.

Antes de entrar en faena y comenzar con el recorrido, le informo a Harry que Granada tiene nuevo alcalde, que es socialista y que se llama Paco Cuenca.

-¿Paco Cuenca ser ese que tener cara de niño?

-Sí, ese.

-¿Tú crees que ser buen alcalde?

-Eso nunca se sabe, Harry. Los políticos son como los melones, hasta que no se les cata no se sabe si están buenos.

-Mi compatriota Bernard Shaw decir que a políticos y a pañales hay que cambiar con frecuencia, por las mismas razones. Jejeje.

Mientras caminamos hacia la plaza del Carmen, le explico a Harry que el Día de la Cruz, antes que otra cosa, es una fiesta de exaltación de la primavera como hay en muchos países. Harry me dice que la primavera en su país no comienza como en España, sino que, según el calendario gaélico, lo hace en febrero. Y que lo que comienza en mayo es el verano, el cual termina a principios de agosto. También le hablo de que esta fiesta apareció en el siglo XVII, según ha investigado Milagros Soler, siguiendo la tradición intimista de los cármenes árabes. La celebración se hacía en el interior de las viviendas. En sus patios construían altares en los que se levantaban cruces adornadas con guirnaldas de flores. Junto a ellos se ponían como adorno objetos de prestigio. Su origen se pierde entre las brumas del tiempo, vinculándose su celebración a ritos ancestrales. Está la creencia de que esta fiesta es mucho más antigua y que tiene sus antecedentes en la celebración precristiana conocida como Festividad de los Mayos en la que se conmemoraba el tiempo medio de la primavera rindiendo cultos a la naturaleza. En especial, se festejaba adornando un árbol o eligiendo un tronco o tótem al que se le ponían adornos o flores, mientras se hacían danzas rituales y se cantaban o hacían recitaciones. Con la llegada del cristianismo, esta fiesta fue adaptada a la nueva fe, reemplazándose el tótem por la cruz cristiana. En Granada, una costumbre muy nuestra es salir a ver las cruces.

La plaza del Carmen está hasta los topes de gente. Hay un tablao ante la cruz en el que un grupo flamenco está bailando sevillanas. Los espectadores que han pillado sombra debajo de los árboles están medianamente bien. Harry se queda observando detenidamente a las guapas muchachas con traje de faralaes moverse al ritmo de la música. Dice que las mujeres vestidas así, con una rosa en el cabello, son capaces de despertar el lado erótico en el hombre. Él ve en el vestido pegado al cuerpo una segunda piel incluso más atractiva que la primera. También piensa que en el baile que están practicando en ese momento se insinúa una danza sexual con un poder concupiscente extraordinario.

-Joder, Harry, qué imaginación tienes- le digo.

Cuando consigo que los voluptuosos ojos de Harry descansen de la vista de las mujeres con traje de gitana, hago que los plante en la cruz oficial del Ayuntamiento. Junto a ella, de claveles rojos y blancos, hay piezas de cerámica, de cobre, mantones de Manila y todo aquello que implica abundancia. Le digo que antiguamente se ponían verduras, frutas, cereales y en definitiva todo lo relacionado con la vegetación típica de esta estación del año. Y que en torno a la cruz se reunían amigos y familiares, organizando recitales de baile y coplillas, en las que todas tenían como motivo la exaltación de la cruz y la primavera.

Le cuento a Harry que la fiesta tuvo su esplendor en los siglos XVII y XVIII. Luego vino su decadencia y se rescató a primeros del siglo XX. Durante la República y la Guerra Civil otra vez pasó al ostracismo y se recuperó de nuevo en los albores de la democracia. Durante unos años, más que una fiesta íntima se pareció a un botellón colectivo porque la celebración duraba tres o cuatro días. Hasta que se limitó el número de barras que se ponían en la calle y también quedó reducida su celebración a un solo día.

Después de la plaza del Carmen llevo a Harry a una cruz que raro es el año que no gana en el concurso en la modalidad de patios. Es la de la Corrala de Santiago. El río de gente por el Realejo es impresionante. Cuesta trabajo entrar en la corrala y hay que hacer cola para entrar. Cuando entramos a Harry se le va una expresión por la boca.

-¡Oh! Very magnífica

Harry peina con su mirada el montaje y se posa en la manzana (o 'pero') pinchada con unas tijeras. Le explico que, según la tradición, con eso se da a entender a los que pretenden criticar la estética del altar que esa opinión o actitud se corta de raíz con unas buenas tijeras: no hay 'peros' que valgan. También en los platos y braseros de cobre, le explico al irlandés, antiguamente se debían depositar unas monedas (chavicos). Era una especie de reconocimiento en forma de limosna, que luego era repartida entre los más necesitados.

Me cuesta arrancar a Harry de la corrala. Se ha quedado extasiado. Para disuadirlo, y dada su afición a la cerveza y el alcohol, le hago una propuesta que pienso que no va a rechazar:

-Ahora, Harry, nos vamos a ir al Campo del Príncipe y te voy a invitar a una manzanilla.

-¿Tú invitar a manzana pequeña?

-No, hombre. Manzanilla es una bebida.

-¡Ah! Sí. Yo tomar manzanilla cuando doler barriga.

-No, Harry, a lo que te voy a invitar es a un vino manzanilla. Algo típico en las cruces.

-Idioma español ser difícil. Con misma palabra decir tres cosas.

-Los idiomas, Harry, son muy curiosos. En portugués, por ejemplo, jamón se dice 'presunto' mientras que en español los presuntos son los chorizos.

-No entender.

-Déjalo.

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