Un juez detiene a un ladrón que merodeaba por la Caleta

Suceso Inesperado fin a un desayuno

El magistrado Miguel Ángel del Arco se convirtió por segunda vez en su carrera en policía a la fuerza y detuvo a un ratero que que acababa de dar un golpe junto a los juzgados

El juez Del Arco, en una imagen de archivo.
El juez Del Arco, en una imagen de archivo.
A. V. G. / Granada

05 de diciembre 2009 - 01:00

Se suele decir, no sin cierta razón, que los rateros que entrega la Policía al juzgado entran por una puerta y salen por otra, pero es más insólito que el titular de un juzgado se convierta en policía y él mismo detenga al ladrón en la calle. Pero todavía es más infrecuente cuando ocurre dos veces. Este es el caso de Miguel Ángel del Arco, el juez de Instrucción número 6 de Granada, que ayer, repitiendo su hazaña de hace quince años, redujo a un tironero junto al edificio de los juzgados de la Caleta. Y eso que el tiempo y las fuerzas no son los mismos. Por esfuerzos (físicos) menos pronunciados se ha concedido la Cruz de San Raimundo de Peñafort.

Ocurrió en un santiamén. Del Arco acaba de tomar su desayuno en el bar Caballero cuando se percató de que una mujer, que vestía una bata blanca, cruzaba la calle a todo correr y desgañitándose: "¡Al ladrón, al ladrón!". La mujer es una empleada de una farmacia situada al lado, en la calle Gaviota, pero no era la única que corría. Delante suyo iba un sujeto que huía como un demonio: el ladrón. El juez, según los testigos, no lo dudó un momento y con el café con leche y las tostada saltándole en la tripa, se unió a la carrera y luego al coro: "¡Al ladrón, al ladrón!".

Y el ladrón, que no era un tipo tan atlético como para mantener la marcha, fue atrapado tras una carrera corta, quince o veinte metros, con la colaboración de un ciudadano que accedió gustoso a la petición de Del Arco: "Deténgalo, soy juez". El ratero no se resistió y entrego lo robado, quince o veinte euros, no más, pero suficiente para meterse en un lío. Y ahora, como si fuera una película al revés, el juez tomó del brazo al ladrón y lo condujo no al juzgado sino a la policía de la puerta. "Aquí tienen un ladrón. Ya ha devuelto la pasta". Los agentes prorrumpieron en calurosas felicitaciones.

Pero el intercambio de papeles no termina aquí, pues ahora el magistrado aparecerá en las actuaciones judiciales como testigo y, por supuesto, aunque esto pertenece al orden moral, como un honrado defensor del orden no sólo en los despachos sino en la mismísima calle. Como la Policía.

¿Qué se siente? El juez es modesto. "Es relativamente fácil detener y condenar, aunque no es mi función en este caso". A Del Arco el incidente le recuerda una canción de Georges Brassen que dice; "Zancadilla pongo al perseguidor".

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