La lista de objetivos incumplidos
Todos los años el ciudadano planea hacer diversas actividades en vacaciones que, al final, se quedan en nada
Los días previos a Nochevieja siempre se repite la misma estampa. Se hace balance del año anterior y se enumeran las mil y una metas para el año siguiente. En verano sucede exactamente lo mismo. Tres meses antes de que uno se sepa de vacaciones coge papel y lápiz y empieza a escribir su lista interminable de actividades que hacer en su tiempo libre.
La petanca ha sido lo más cercano a un deporte de riesgo que ha practicado, pero en agosto ya tiene programada un semana de rafting en un rocoso riachuelo, ha cogido cita para hacer paracaidismo con su perro y se ha apuntado a un curso acelerado de kitesurf en Tarifa. Para rematar, ha organizado una sesión de paintball con los amigos de la infancia. Mucho deporte para tan pocos días. A estas alturas ya ha asumido que la actividad más extrema de su verano fue sobrevivir a una tarde de sofá y Tour de Francia sin pegar una sola cabezada.
No ha salido de su barrio en los últimos 25 años y tiene una agenda turística que ni un touroperador. Malta, Corfú, Cerdeña, la cornisa cantábrica y los fiordos noruegos son los destinos escogidos. Amigos, pareja y familia, los acompañantes elegidos. No quiere darse tregua ni un día y sólo pensar en pasar una jornada en su ciudad natal le produce urticaria. El verano saca su espíritu aventurero y gracias a la Wikipedia sabe cómo saciarlo. Pero se gastó la paga extra en unos innecesarios altavoces para su Ford Fiesta, sus amigos borraron del diccionario la palabra consenso y la familia no fue capaz de dejarle el perro a nadie. Así fue como sus ansias de explorar mundo terminaron por llevarlo a una playa atestada de gente, de esas en las que hay que clavar la sombrilla cuando empieza a clarear el día. Allí cumple como puede sus sueños de aventurero. Madruga para ser el primero que compra la prensa, desayuna en el bar de la esquina para conocer a los nativos del lugar y regresa a casa para coger las siete bolsas de cubos y palas con los que entretendrá a los críos hasta que pase el señor de los helados. Pasado el mediodía hará su parada técnica en el chiringuito. Han traído sardinas frescas y eso no se lo pierde por nada.
Con el estómago casi lleno regresa a casa para dormir la siesta. Es aventurero, pero la cabezada vespertina no la perdona. Pasadas las horas de más calor emprende de nuevo su camino hacia la arena.
Con el aprendizaje de idiomas como asignatura pendiente, se propuso perfeccionar el inglés durante el verano y tener su primera toma de contacto con el que considera idioma del futuro: el chino. Con septiembre a la vuelta de la esquina, sabe que ese será el primer objetivo que ponga su lista de buenos propósitos del nuevo año. Pero no cesa en su empeño. Le da igual el idioma, lo importante es hablar y conocer los distintos acentos. Así que coge su butaca y se planta en la orilla acompañado de otro individuo que también anda loco por dar rienda suelta a su lengua. Ambos comienzan una conversación en la que aprenden de todo menos gramática. Política, religión, sexo, astronomía y física nuclear. Saben de todo y de todo hablan, por lo que no haberse acercado al chino no importa tanto. Por fin ha compartido sus conocimientos en biotecnología con alguien.
El último de los objetivos vacacionales era serle infiel al garito de siempre con uno de esos llamativos bares en los que se hacen fotos que luego se suben a Instagram. Un día de julio entró en uno, pero no tenían su clásica cerveza, los combinados se iban de precio y los cócteles tenían nombres tan impronunciables que su lengua de trapo se negó a mencionar. Así que volvió al local de siempre donde su camarero de confianza le pregunta todas las noches: "¿Qué tal las vacaciones?". "Igual que siempre, Pepe, igual que siempre".
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