Yo también fui monaguillo

Llegué a monaguillo y sólo me pusieron una medalla en los Estanislaos del padre Ferrer. Pero no me quedó el síndrome del converso que provoca el fanático sectarismo de los 'exs'.

Un monaguillo clásico, a la izquierda, y otro 'de gran gala', sobre estas líneas. Arriba, el Padre Ferrer, quien mejor conoce Sierra Nevada, y un disco de los radiofónicos 'Matilde, Perico y Periquín'.

06 de julio 2008 - 01:00

DICEN que Pedro Antonio de Alarcón fue el ex seminarista más revolucionario y anticlerical que ha habido por aquí cerca. Es verdad que yo no estudié en ningún seminario, pero fui uno de los niños de mi época que más papeletas tenía para haber llegado a ser obispo, por lo menos.

Después de haber nacido enfrente del Palacio Arzobispal, al lado de la Capilla Real y junto a los muros del Sagrario; que mi vecino era el propio arzobispo, un poco más arriba vivía el capellán real don Cristóbal, al que mirábamos con recato por no saber cuál de sus ojos era el de cristal; y uno de mis amiguitos era el 'Monago', apelativo bien ganado por su casi eterno oficio de monaguillo, lo lógico es que yo hubiera profesado en algún empleo cercano a la Santa Iglesia y hubiera llegado por lo menos a cura párroco de Las Albuñuelas.

A pesar de todo no pasé de simple monaguillo y nunca actuando solo; era el segundón, el que cambiaba el misal de la Epístola al Evangelio, haciendo una ligera flexión en medio; era mi momento de gloria delante de todos. El latín lo manejaba poco y lo único que llegué a decir casi bien eran las contestaciones "cumpiritutuo" y "amén".

En mi currículum cercano al clero hubo luego otros empleos, aunque ninguno llegó a cuajar, a pesar de que mi madre me aconsejaba todo el día que fuera bueno y obediente, cualidades que parecían propias de los niños seminaristas de la Plaza de Gracia.

Estando en la Escuela de la Normal tuve oportunidad de ingresar, yo no sé cómo, en una especie de comunidad infantil que tenía su sede en la parroquia del Perpetuo Socorro. Allí estuve unos meses porque me atraían muchísimo dos cosas: el nombre de los militantes -éramos llamados 'infantes redentoristas'- y ayudando a misa lucíamos una preciosa sotana roja y roquete blanco con puntillas de encaje; muy bonito. Creo que ingresé enchufado por mi compañero de banca que vivía en Duquesa; se llamaba Luque y tenía un defectillo de audición que me conmovía y casi me inclinaba a ser su ayudante e intérprete. A partir de ahí aprendí lo que era la crueldad infantil, porque no quiero ni acordarme de las bromitas que sufría Luque cada vez que me preguntaba en voz baja que le dijera por señas lo que pasaba alrededor. Nada sabíamos del acoso escolar, pero lo había. Luque era infante redentorista y le hacía ilusión que le acompañara, pero como la sede estaba un poco lejos de mi parroquia duré poco.

'AMA ROSA'

La otra circunstancia que me acercaba a los Redentoristas eran los sermones radiofónicos de un cura célebre: el padre Mayo. Toda la Granada cercana al tema elogiaba su verbo fervoroso y si había tres programas radiofónicos que nadie se quería perder eran los sermones del padre Mayo, la novela Ama Rosa, con Juana Ginzo, narrada por Julio Varela, y las discusiones de la famosa familia compuesta por Matilde, Perico y Periquín. Las maravillosas voces de Matilde Conesa, Pedro Pablo Ayuso y Matilde Vilariño todavía las tengo en el sentido, tal vez porque me gustaba la canción del Cola-Cao que venía después.

Milité luego en los 'Estanislaos'; nunca me explicaron de dónde venía el nombre y hasta en la pronunciación nos comíamos algo, porque para nosotros eran los "tanislaos"; un lugar agradable donde se podía jugar al pin-pon, echarte un billar y hasta ir al cine que había junto a la Iglesia del Sagrado Corazón. Allí se compartía espacio con 'los Luises' y conversaciones con el padre Ferrer, que nos fue abriendo el camino a la Sierra a los muchos jóvenes amantes de la montaña.

El más bonito recuerdo fue el día que me pusieron, en una misa solemne y delante de todos, un escapulario de cordoncillo azul y blanco con la medalla ovalada de la Virgen y San Estanislao. Bueno, a mí y a los cincuenta niños que me acompañaban. Creo que es la única medalla que me han puesto en toda mi vida.

Nací junto al clero pero también al lado de la antigua Madraza musulmana, lo que me hace ser persona respetuosa con las ideologías y tolerante con los credos; es decir, persona con sentido común. Tengo además la ventaja de que, al no provenir de Seminario alguno, no padezco el típico síndrome del converso fanático, práctica común en muchos excuras, exmilitantes, exfumadores y en casi todos los 'exs', que, no sé por qué, suelen ser los mayores sectarios del mundo.

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