UGR
  • La vuelta desde el pasado lunes a la docencia plena en las aulas de la Universidad de Granada ha tenido impacto en los comercios que están próximos a las facultades

Los negocios universitarios en Granada reviven tras año y medio

José Manuel Aguilar, en el Native. José Manuel Aguilar, en el Native.

José Manuel Aguilar, en el Native. / Reportaje gráfico: Antonio L. Juárez /PS

Escrito por

· Arantxa Asensio

Redactora

"Muy contento, y que continúe”. Antonio Jesús Nieto apura un café con leche detrás del mostrador de su estanco, el Granada 71, en calle Juan Sánchez Cózar, a un paso de Ciencias. Prácticamente la mitad de su clientela viene de las facultades que tiene al otro lado de la calle. El 14 de septiembre, día que el Comité Regional de Alto Impacto decidió que las universidades públicas andaluzas podían recuperar la presencialidad plena y total, fue una jornada de buenas noticias para el Rectorado, y también para este estanquero. No fue un martes cualquiera. El día anterior había comenzado el curso universitario con la obligación de mantener las aulas al 50% de su aforo o distancia de 1,2 metros, lo que suponía mantener el escenario de semipresencialidad. Ese 14 de septiembre se abrió la mano a que facultades y escuelas pudieran retomar la normalidad tal y como se entiende, con todo el estudiantado en clase. Seis días después, el 20, la Universidad de Granada dijo finalmente adiós a año y medio de docencia híbrida y los 45.974 matriculados en estudios de grado este curso pudieron volver, todos a la vez, a las aulas. Cada uno de ellos se gastará este año, de media, 6.532 euros, según el estudio Generación de Valor de la UGR en su entorno: Análisis de su impacto económico y social, elaborado por un grupo de investigadores por encargo del Consejo Social y presentado en junio de 2020. La cifra final de lo que aportan estos jóvenes a la economía de Granada es notable, estimada en 217 millones al año. Parte de esos dineros van al pago del alquiler, la mensualidad de la residencia –gastos que los estudiantes tuvieron que afrontar el pasado curso pese a la situación que provocó la pandemia– y también a ocio y a consumo en decenas de negocios, muchos de ellos tiendas de barrio, como este estanco que sí sufrieron pérdida de clientes con la semipresencialidad.

Manuel Briz Holgado, de El Semáforo. Manuel Briz Holgado, de El Semáforo.

Manuel Briz Holgado, de El Semáforo.

Detrás quedaron 18 meses intensos en los que hubo que bregar con la pandemia y la necesidad de continuar con la formación del estudiantado matriculado en la que se puede considerar la mayor empresa de Granada. La UGR es motor de decenas de negocios enfocados al público universitario que también han sufrido en sus carnes las restricciones impuestas en el ámbito de la educación superior. Viven de los estudiantes y personal de la UGR, y la semipresencialidad –con la que comenzó el pasado curso– les supuso un serio quebranto. Éste fue mayor cuando se decidió la suspensión de las clases teóricas presenciales el 14 de octubre de 2020.

Raúl Megías, de El bazar de Iglesias. Raúl Megías, de El bazar de Iglesias.

Raúl Megías, de El bazar de Iglesias.

Antonio Jesús Nieto reconoce que el inicio de las clases “se ha notado” en las ventas. “Desde hace diez o quince días han aumentado las ventas, sobre todo de tabaco de liar”, resume desde detrás de la mampara. El pasado curso, el 2020/2021, el negocio se resintió.“Compraban más cantidad, pero eran menos personas”. Así, según su estimación, el negocio cayó entre un 60 y un 70% con respecto a un año normal. Prácticamente el 50% de los que entran en este estanco estudian en la UGR, y el hecho de que tuvieran clases teóricas online desde el 14 de octubre al 12 de abril repercutió en el día a día de este negocio.

Antonio Jesús Nieto, del estanco Granada 71. Antonio Jesús Nieto, del estanco Granada 71.

Antonio Jesús Nieto, del estanco Granada 71.

Como era previsible, el pasado lunes –primer día de clase al cien por cien de presencialidad– se notó más movimiento. Ya se había recuperado el pulso la semana anterior, e incluso desde primeros de septiembre se percibía en este establecimiento un aumento en las ventas. “La primera semana de septiembre se notó. Ya estaban por aquí los que vienen a buscar piso”.

José Manuel Aguilar atiende desde detrás de la barra del Native. Lleva abierto desde mayo, aunque otro negocio, el Zeta, suma 36 años de vida junto a Gonzalo Gallas. “Tenemos más ganas de salir”, valora sobre el comienzo del curso. Aproximadamente la mitad de su clientela es estudiante y reconoce que se ha notado el reinicio de la docencia presencial. “Hay que ir a clase, siempre a clase, hay que educarse”, dice con gracejo.

Ángel García, de Carnicería Charo. Ángel García, de Carnicería Charo.

Ángel García, de Carnicería Charo.

Otro negocio que vive el día a día universitario es la copistería El Semáforo, en Gonzalo Gallas, Manuel Briz Holgado lleva en el negocio desde 1996. Ahora está a un 80% de facturación con respecto a un año normal, y confía en remontar en los próximos meses.En su negocio son tres personas, que trabajan desde el año de su apertura. “Nos da la vida”, subraya sobre el inicio del curso académico con presencialidad total. También cuenta que sus dos empleadas estuvieron en ERTE dos meses y que él ha tenido que pedir un crédito al ICO. “Estoy endeudado”, reconoce. En su negocio pueden llegar a entrar unas 25 o incluso 30 personas, pero con las restricciones actuales sólo puede permitir el acceso de tres, lo que obliga a hacer colas, una situación que confía en que mejore.

Otro negocio acostumbrado a tratar con clientela universitaria es El bazar de Iglesias, abierto desde 2017, dedicado a la venta de juegos de mesa fundamentalmente y atendido por Raúl Megías. En la pandemia en negocio vivió en primera persona los cambios en los hábitos de consumo. Y no para mal. No había universitarios, pero las familias se animaron a comprar más juegos de mesa. “Ha sido un descubrimiento para ellas”. Otros elementos coyunturales –la crisis de contenedores en China o el precio del papel– sí han afectado negativamente a este negocio, que estima que un 15% de sus ventas es de estudiantes.

El dinero de los universitarios a veces llega de manera indirecta. Es el caso de Ángel García. En la carnicería Charo, en la que trabaja, es raro que se deje caer un universitario, pero este negocio es proveedor de bares de la zona. Hasta un 50% de sus clientes son negocios de restauración, a los que sí acuden los estudiantes. “Lo mismo que le pasó a la hostelería nos ha pasado a nosotros”, recuerda García sobre las restricciones de este último año y medio. Ahora, con la incorporación de miles de estudiantes a la rutina de ir a clase “se ha notado más vida, más incluso que otros años” previos al Covid. Sobre la presencialidad que al fin se ha conseguido en las aulas universitarias García expresa un deseo: “Ojalá que este año sea así. Nos viene bien a todos”.

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