Ayer y hoy

Los niños Chancleta y Filo vivían en la calle

  • Ignorantes del virus contagioso se abrazaban a diario en Puerta Real

  • Como huérfanos callejeros les gustaba corretear al aire libre

  • Hoy estarían en casita o saliendo al paseo de cinco a seis

Una estatua de dos niños sentados en un banco.

Una estatua de dos niños sentados en un banco. / G. H.

¿Qué hubiera sido hoy de ellos? La maldita crisis que martiriza a los adultos no sé cómo les afectará a los niños; sobre todo si no tienen bonito chalet con amplio jardín, hermosa terraza y piscina cubierta de lo que presumen algunos privilegiados con descaro y sin rubor. Esto que les cuento se refiere a dos niños huérfanos que nos recuerda la tradición granadina imaginada por uno de nuestros escritores de finales del siglo XIX, el abogado Matías Méndez Vellido, el Feliciano Miranda de la Cofradía del Avellano y amigo de Ángel Ganivet. Se llamaban Filo y Chancleta. Tendrían ocho o diez años. De nada se conocían. Ella era una niña abandonada del barrio de San Ildefonso; Chancleta, un niño inquieto acogido en el hospicio de Jaén, músico de la banda juvenil que, aprovechando un viaje, se escapó y acabó recalando en Granada dejando en una cuneta el ros, la casaca y su trompeta.

Sin techo fijo, eran sus guaridas los poyos del paseo y en invierno algún soportal. Se conocieron un buen día estando ella sentada en un banco de la Plaza del Campillo. Entablaron inocente amistad porque les unía algo más que su orfandad. Ambos tenían las mismas necesidades materiales aunque distintos empleos. Ella era pedigüeña callejera desde el amanecer recorriendo Granada de cabo a rabo, con paradas especiales en las puertas de los cafés para pedir con un hilillo de voz, aunque con ademanes de señorita, "un chavico pa' pan". Él se las ingeniaba para vender periódicos, hacer recados, acompañar a los extranjeros despistados haciendo de "oreja", especie de aprendiz de guía turístico, hasta la hora de comer. Con su barriguita vacía, casi descalzo y con el descaro del hambriento se acercaba a las puertas de los cuarteles, porque también de las sobras vive el hombre. Muchos hombres, desgraciadamente.

La obra 'Joven mendigo' de Murillo. La obra 'Joven mendigo' de Murillo.

La obra 'Joven mendigo' de Murillo. / G. H.

En sus diarios recorridos por las calles granadinas Filo y Chancleta se cruzaban varias veces; intercambiaban miradas y sonrisas cómplices hasta llegar a abrazarse cuando, a la hora más o menos convenida, se reunían entre Mesones y Puerta Real para compartir su infantil conversación y recontar las monedas pordioseadas. Era la hora del almuerzo frugal que se repartían como podían y a veces hasta discutían. Esto para mi, esto para ti. Pero era Chancleta el que le ofrecía a ella con mimo la mejor parte del boquerón para quedarse él con la cabeza. A veces se disputaban la pieza manteniéndola entre sus dientes, acercando sus inocentes boquitas como pequeñas trompas y entornando cautelosamente sus ojos. La disputa terminaría más de una vez en un infantil beso de fraternal consuelo, aunque con posible sabor a boquerón.

Refiere Méndez Vellido en su leyenda que Chancleta, a pesar de su "rufianesca enseñanza aprendida en medio del arroyo", tenía "ribetes de poeta y soñador". Pero era difícil soportar el invierno granadino para cualquier desamparado; el frío aprieta y la gente sale poco; los socios del Liceo o del Casino no siempre están de buen humor; nadie se molesta en sacar las manos del bolsillo para dar limosnas.

Cae la noche en Plaza Nueva y a Filo y Chancleta solo les queda el consuelo de combatir el frío arrebujándose abrazados junto al portón de la casa de los Pisa; tienen a la luna por techo y a la sombra proyectada de la iglesia de Santa Ana por lecho. Él abre su camisa para cobijar la carita de Filo en su templado pecho y, cuando la siente dormida, se desprende de su andrajosa chaqueta para cubrir sus piernas casi heladas, porque "los hombres nunca tienen frío".

Más estatuas de críos jugando al aire libre. Más estatuas de críos jugando al aire libre.

Más estatuas de críos jugando al aire libre. / G. H.

Recordando este sencillo relato, hoy valoramos más que nunca el correteo bullicioso de los niños en el paseo. Consumido el tiempo de juego hay que volver a casa, el virus amenaza. A lavarse las manos y a refugiarse de nuevo bajo techo y confinados.

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